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MOROS Y CRISTIANOS

La masacre de connotaciones religiosas perpetrada en Filipinas trae a cuento un conflicto olvidado y sangriento.

11 de julio de 1994

LA MAYORIA DE LOS 15 ASEsinados eran maestros de escuela que regresaban en varios autobuses de una excursión comunitaria en la remota isla filipina de Basilán. Alineados frente a las armas, los captores los clasificaron por su credo con el simple procedimiento de exigirles recitar una oración musulmana. De los 69 secuestrados, 37 fueron liberados, pues resultaron musulmanes. Los que no pudieron o no quisieron hacerlo, fueron asesinados inmediatamente, acusados de ser, al menos presumiblemente, cristianos. Y los restantes permanecen en poder de sus captores.

El presidente Fidel Ramos lanzó de inmediato una ofensiva militar de grandes proporciones contra los rebeldes responsables del acto, pertenecientes al grupo de Abu Sayyaf, quien no acepta las negociaciones que se celebran entre el gobierno de Manila y el Frente Moro de Liberación Nacional, del dirigente Nur Misuari. Pero aunque las tropas dieron muerte, según versiones oficiales, a 40 de ellos, al final de la semana no se había logrado el rescate de los rehenes.

El grupo Abu Sayyaf está compuesto por jóvenes musulmanes radicales a quienes se culpa de atentados con bombas y secuestros en la isla de Mindanao, donde se concentra la mayor parte de los musulmanes, que son el 7 por ciento de una población que, como caso único en Asia, es católica en su abrumadora mayoría. El Abu Sayyaf es la última expresión de la lucha de los musulmanes filipinos que durante muchos años han rechazado la autoridad del Estado y sueñan con su independencia. Las conversaciones de paz entre el gobierno de Ramos y los líderes encabezados por Misuari se basan en el otorgamiento de mayor autonomía, algo que los jóvenes no están dispuestos a aceptar, en una actitud muy parecida a la de los extremistas islámicos que se niegan a reconocer los esfuerzos de paz entre Israel y los palestinos.

Esa actitud de todo o nada ha prevalecido desde que los primeros misioneros islámicos llegaron a la isla sureña de Jolo, según la tradición oral, en 1380. A partir del archipiélago Sulu, el islam se extendió a Mindanao, y en 1475 fue fundada una comunidad musulmana en las bocas del río Cotabato. Para cuando llegaron los españoles la religión islámica se había extendido hacia el norte, incluyendo la región de Manila. Pero esa expansión fue brutalmente rechazada por los europeos, quienes vencieron al jefe musulmán de Manila, Raja Solimán, en 1571, lo que hizo que su gente fuera confinada al sur del territorio.

La derrota y el predominio católico en una parte del mundo donde el islam es mayoría en muchos países, abrió en la conciencia colectiva de muchos "moros", o musulmanes filipinos una herida que jamás ha cicatrizado. La prueba es que cuando Estados Unidos consiguió el dominio del país, la lucha continuó, pues los musulmanes nunca reconocieron la autoridad colonial, algo que tampoco han hecho formalmente ante el Estado filipino.

El conflicto, muy olvidado en otras partes del mundo, se agravó a partir de las décadas de los años 50 y 60 con la llegada de colonos católicos que comenzaron a competir con los "moros" por las tierras. Y aunque durante los 70 y 80 se realizaron intentos de pacificación, sólo ahora el gobierno de Ramos tiene puestas sus esperanzas en las conversaciones con Misuari.

Lo malo es que, aunque sus aspiraciones nunca habían tenido ese cariz, los grupos disidentes como el que perpetró la matanza de la semana pasada parecen comenzar a tener influencia fundamentalista, lo cual podría agravar una situación que se ha enquistado en la historia de ese país tan lejano y al mismo tiempo tan cercano para los latinoamericanos.