Home

Mundo

Artículo

X-47B Especialidad: Bombadero furtivo Velocidad máxima: 600 kilómetros por hora Autonomía: 6 horas

GUERRA

Muerte a control remoto

Silenciosos, baratos y letales, los drones son el eje de la aviación militar del futuro. Pero esa potencia mortal, casi implacable, genera muchas críticas.

15 de octubre de 2011

El jueves en la mañana, Hamil Haqqani y sus escoltas salieron tranquilamente de una casa de barro en Dande Darpa Khel, un pueblito perdido en las montañas de Waziristán, en las peligrosas zonas tribales de Pakistán. No escucharon nada, no vieron nada, no sintieron nada, pero en un par de segundos una lluvia de fuego se abatió sobre ellos y el cuerpo de Hamil, uno de los principales jefes del clan Haqqani, el nuevo mejor amigo de Al Qaeda, quedó sin vida en el polvo. Desde hacía horas un Predator, un avión tripulado a distancia, los seguía. Su piloto, un soldado que los espiaba desde su computador en Estados Unidos, solo tuvo que esperar que los islamistas bajaran la guardia y los acribilló desde su pantalla, a miles de kilómetros de distancia.

Silenciosos, baratos, seguros, precisos y letales, los drones –o aviones sin piloto (UAV por sus siglas en inglés)– son el arma del futuro. Desde ya están cambiando radicalmente la manera como Washington está combatiendo sus guerras en Afganistán, Irak, Libia, Yemen. Sin embargo, para muchos, las batallas a control remoto aumentan los daños colaterales, acaban con la poca ética militar que queda y dejan numerosas preguntas legales sin resolver.

Los primeros Predator aparecieron en los años noventa, pero solo cumplían misiones de inteligencia y vigilancia. En 2002, en Afganistán, los Predator fueron equipados por primera vez con misiles Hellfire bajo las alas. Hoy esas máquinas están llenas de tecnología: radares, varias cámaras infrarrojas, sistemas de GPS, sensores de vuelo, procesadores, transmisores y láseres. Eso le permite a un piloto, un operador de armamento y un oficial de inteligencia en bases en Florida, Nevada o Virginia controlar y monitorear vía satélite el avión en cualquier parte del mundo.

En la última década, decenas de modelos de drones se unieron al exitoso Predator. Desde el enorme RQ-4A Global Hawk, un avión espía que puede vigilar en un día más de once millones de hectáreas y que puede volar hasta 30 horas seguidas sin necesidad de reabastecimiento, hasta drones tan pequeños como el Wasp, que mide 30 centímetros y es lanzado por los soldados como una jabalina, muy cerca del frente para observar al enemigo.

Steven Gitlin, vicepresidente de AeroVironment, una empresa que fabrica drones, explicó a SEMANA: “Con las amenazas post 11-S, los drones pequeños se han convertido en un elemento táctico central. Entregamos más de 16.000 aviones no tripulados al Ejército, la Infantería de Marina, la Fuerza Aérea y el Comando de Operaciones Especiales. Nuestros Raven, Wasp y Puma proporcionan información en cualquier momento y dondequiera que sea necesario, para misiones como identificación de objetivos, evaluación de daños, reconocimiento de rutas y protección de bases”.

A futuro, las posibilidades son alucinantes: en pocos años los ejércitos usarán aviones miniatura, del tamaño de un abejorro, capaces de entrar en cualquier cuarto sin ser detectados. Las empresas también desarrollan sistemas de reconocimiento facial y de inteligencia artificial para que las máquinas puedan identificar sospechosos y, si es necesario, disparar por sí solas.

Parece ciencia-ficción, pero desde que Barack Obama llegó a la Casa Blanca, el uso y la mejora de los drones es una prioridad nacional. Las misiones de aviones no tripulados han aumentado en 1.200 por ciento y en Pakistán y Afganistán han matado a más de dos mil jefes y militantes de Al Qaeda. Los drones fueron además claves para recopilar información sobre Osama bin Laden y para apoyar a los rebeldes en Libia, las dos victorias más importantes en los últimos años de Estados Unidos. La Fuerza Aérea norteamericana entrena hoy más personal para volar aviones sin tripulación que pilotos tradicionales, y el programa de los UAV del Pentágono es de los pocos que no han sufrido recortes presupuestarios.

Y es que las ventajas de los drones son más que evidentes. Pueden volar sin problemas sobre zonas riesgosas alejadas de las bases o contaminadas por bombas químicas, sin temor a que sus pilotos sean abatidos. Son además muchísimo más baratos que cualquier otro avión. Como no necesitan ni la tecnología ni el espacio para mantener la vida de las tripulaciones, pueden ser mucho más pequeños. Los Predator y los Reaper, los modelos más vendidos, son fabricados por General Atomics y se venden por paquetes de cuatro unidades a un precio de 40 a 50 millones de dólares. Si se compara con un bombardero B-2, que cuesta 2.800 millones de dólares, o con un caza F-22 de 150 millones de dólares, los drones son una ganga. Y entrenar un controlador de UAV cuesta una décima parte de lo que vale hacerlo con un piloto de jet.

Pero una de las principales ventajas de estos aparatos es que por no tener cabina, tienen más espacio para combustible, lo que les da una autonomía muy superior al resto de los aviones. Como dijo a SEMANA Elizabeth Quintana, analista en poder aéreo y tecnología del Royal United Services Institute for Defence and Security Studies (Rusi): “Los UAV han aumentado increíblemente la capacidad de ver qué está pasando en el terreno.
Pueden quedarse hasta 20 horas en el aire, muchas veces fuera de la vista del enemigo. Su sistema operativo les ayuda a fotografiar, identificar y seguir terroristas. Cuando ya los tienen identificados, pasan muy rápido a la acción, lo que aumenta las posibilidades de eliminar la amenaza”.

Es justamente esa potencia letal, casi obscena, esa comodidad a la hora de matarlo, que hace que muchos piensen que la guerra de los drones está yendo demasiado lejos. En Pakistán, donde ha habido miles de ataques a control remoto, las autoridades denuncian que los UAV están fuera de control y los daños colaterales son alarmantes. Según cifras de la ONG Pakistan Body Count, 88 por ciento de las víctimas de los bombardeos de drones son civiles. La fundación New America rebaja las proporción de civiles muertos a un tercio, pero eso sigue siendo enorme. Quintana, sin embargo, los defiende: “Los drones llevan armas mucho más pequeñas que los aviones de caza, y hay mucho menos daños colaterales que un misil Tomahawk. Si se percibe que son más mortales, es porque su uso es mucho más frecuente”.

En un informe de la ONU, el abogado Philip Alston los criticó por “desarrollar una mentalidad ‘Play Station’” en la que los soldados matan en su pantalla como si fuera un juego de video. Como no están en el frente de guerra, alejados de la realidad y de las decisiones vitales, el temor es que los pilotos de UAV terminen como máquinas de matar. Algunos politólogos también argumentan que los drones pueden banalizar la decisión de atacar en vez de tratar de negociar o de pensar en soluciones no violentas.

Sin embargo, estos argumentos difícilmente impedirán el desarrollo de la industria, pues, como le explicó Gitlin a SEMANA, “la industria de los UAV está en su primera etapa. Por ahora nuestros clientes son militares, pero pronto vamos a trabajar con civiles, policías, socorristas o bomberos. Estos sistemas ahorran tiempo, dinero y, en algunos casos, vidas. Son imparables”.