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Muerte de una leyenda

Enorme conmoción causó en Buenos Aires el suicidio del creador del ‘by-pass’, el laureado cirujano René Favaloro.

4 de septiembre de 2000

Argentina devora a sus mejores hombres”, fue la frase del cirujano argentino Juan Carlos Chachques, al enterarse del suicidio de su colega René Favaloro, el inventor del by-pass, una de las leyendas de la cirugía mundial. Con un disparo Favaloro detuvo ese músculo que conocía como nadie, y desató una conmoción nacional.

Nacido en La Plata en 1923, hijo de inmigrantes, Favaloro personificó el sueño argentino. Tras graduarse en la Universidad de La Plata en 1949, se instaló en Jacinto Aráuz, donde abrió el primer hospital del pueblo. En 1962 viajó a Estados Unidos para especializarse en cirugía cardiovascular en la célebre Cleveland Clinic, donde en 1968 operó el primer infarto del mundo con la técnica del by-pass aortocoronario. “Favaloro pudo haberse quedado en Estados Unidos, pero prefirió regresar, dijo a SEMANA el escritor Carlos Penelas, jefe de relaciones públicas de la Fundación Favaloro. Su proyecto fue muy grande. Creó el Departamento de Docencia en 1975, luego creó el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular con 200 camas, que realiza trasplantes de corazón, pulmón, hígado, riñones y pronto de médula ósea. También creó la Universidad Favaloro”.

En la Argentina de hoy, con niveles de pobreza iguales a los de cualquier país de América Latina, no hubo lugar para ese ‘lujo’. Favaloro estaba atormentado por la situación de su entidad, a la cual el Estado adeudaba 15 millones de dólares. La Fundación, de 1.100 personas, había empezado a despedir gente y debía salarios.

Hace poco Favaloro recibió un homenaje en el Hospital Pompidou en París. En el 50 aniversario del American College of Cardiology, se destacó la invención del by-pass como uno de los grandes avances en la cirugía cardiovascular. Favaloro fue una de las cinco ‘Leyendas del milenio’ en el encuentro de cirugía realizado en Florida en febrero.

Pero, como descubrieron tarde sus conciudadanos, Favaloro no era tan bien reconocido en la Argentina. En julio el cirujano envió una carta al diario La Nación en la que pedía la divulgación del reciente homenaje en París, disculpándose por hacerlo, porque la modestia lo caracterizaba. “Le ruego su publicación —realmente lo necesito— para que se vea cómo se me trata en el mundo en contraste con lo que sucede en mi país”, donde “la mayoría de las veces un empleado de muy baja categoría de una obra social —gubernamental o no— no contesta mis llamados”, y donde “en este último tiempo me he transformado en un mendigo”.

El día anterior a su muerte, Favaloro dejó una carta al presidente Fernando de la Rúa, en la que le pedía interceder por donaciones ante la empresa privada. La carta llegó a tiempo, pero De la Rúa la leyó el lunes, después de su muerte.

¿Fue un acto de impotencia, o el último y heroico gesto para salvar su Fundación y llamar la atención sobre el sistema de salud argentino? Para Penelas, “su acto fue un suicidio moral. Su suicidio no fue por la situación del Instituto, su preocupación era por el país”. La inmolación del gran hombre logró lo que sus súplicas de mendigo no consiguieron. El país reaccionó culpando a los gobiernos, a la clase política, a todos los que son considerados los culpables de su postración, y a quienes la voz popular echa la culpa de la muerte del médico. “Favaloro no se suicidó, fue un homicidio perpetrado por los que mandan”, decía una carta en el programa televisivo de Mirta Legrand.

En Belgrano y Entre Ríos, en pleno centro porteño, donde se encuentra la Fundación, continúa el homenaje a Favaloro. Miles de personas depositan flores y mensajes, lloran al médico, al amigo, al hombre que llegaba todos los días en taxi a las 8 de la mañana y que tenía la humildad de los grandes. A René Favaloro.