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NAKASONE Y LOS 6 ENANITOS

El Primer Ministro japonés, el único que salió con algo en las manos.

13 de julio de 1987


A no ser por el escenario--esta vez la isla de San Giorgio en la legendaria Venecia-- la foto no varió mucho. Los resultados de la reunión tampoco. Allí estaban, como en años anteriores, el presidente Reagan, y la Thatcher, y Mitterrand, y Kohl, y Nakasone. Y con ellos, los novatos Brian Mulroney de Canadá y Amintore Fanfani de Italia. Como de las doce cumbres pasadas, los líderes de las siete naciones industrializadas de Occidente, después de tres días de sonrisas y apretones de mano ante los ojos del mundo, partieron con un extenso formulario de buenas intenciones y pocos logros concretos.

A la carta
Algo varió, sin embargo, en esta oportunidad. A diferencia de los temarios anteriores, centrados en los aspectos clave de la crisis económica, el menú de Venecia ofreció esta vez una amplia variedad de platos: desde los ya manidos tópicos económicos, hasta la lucha contra el SIDA, el narcotráfico y el terrorismo. Pero la cumbre se concentró definitivamente en los temas políticos como el desarme y la guerra del Golfo Pérsico.

El más oído, pero también quizás el mayor derrotado, fue el presidente Reagan. Tal como permitían anticiparlo los movimientos de sus asesores en los días previos a la cumbre, el principal objetivo del mandatario norteamericano era obtener de sus aliados apoyo irrestricto para sus maniobras militares en el Golfo Pérsico. Sus amigos de Occidente, sin embargo, con una razonable cautela, si bien decidieron ofrecer "respaldo diplomático" al loable propósito de mantener la libre navegación en las aguas del Golfo, se mostraron reacios a ir más allá y aprobar una intervención militar. Prefirieron, más bien, emitir una declaración en la cual le devuelven la pelota al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, solicitándole que adopte "medidas eficaces y justas para lograr un cese al fuego en la región".

Si en el asunto del Golfo Pérsico, Reagan logró tan sólo el apoyo moral de sus aliados, en lo concerniente al desarme el resultado no fue muy diferente. Aunque se supone que existe ya un acuerdo entre los países europeos para respaldar la "Opción Doble Cero", que consiste en desmantelar los misiles de alcance medio y corto en Europa, evitaron hacer un pronunciamiento expreso sobre el tema, dejando nuevamente el asunto en manos de otros. Esta vez de la OTAN, cuya reunión se inició en Islandia un día después de finalizada la cumbre.

En el relativo poco tiempo que se dedicó a lo económico, se escuchó de nuevo la voz del Tercer Mundo con su lamento de siempre: la búsqueda de una solución política al problema de la deuda externa. Como en otros años, los once países del Acuerdo de Cartagena enviaron su consabido mensaje de auxilio. Aunque en tono diferente, la respuesta, en últimas, volvió a ser la misma. Sin embargo, se acordó diferenciar los países deudores en dos grupos: los "más pobres" (la mayoría africanos) y los de "ingreso medio" (América Latina). Además, se acordó la reducción de las tasas de interés de los préstamos, pero la ampliación de los plazos de amortización sólo se consignó como algo que "debe considerarse", sin que se tomara decisión alguna al respecto.

Japón fue, quizás, el único país que logró algo concreto. Después de una reunión entre el primer ministro Yasuhiro Nakasone y el presidente Reagan, éste anunció que levantaría los sobrecostos impuestos a los televisores japoneses de 20 pulgadas que se venden en Estados Unidos. La acción, en plata blanca, significa para los nipones 51 millones de dólares, que equivalen al 17% de las sanciones por 300 millones de dólares que Estados Unidos impuso a Japón desde abril, como castigo por incumplir un acuerdo bilateral sobre el precio de venta de semi-conductores en el mercado mundial.

La devaluación del dólar, las subvenciones a los productos agrícolas y el proteccionismo lograron también su espacio en la apretada agenda, pero sin que sobre ellos se dijera algo distinto de lo ya conocido.

Para temas como el terrorismo y el narcotráfico hubo una nueva condena y un llamado a la solidaridad mundial para combatirlos. Y para otros más exóticos como el SIDA, una declaración conjunta sobre la necesidad de estudiar a fondo esta nueva amenaza mundial y patrocinar, a través de la Organización Mundial de la Salud, una conferencia sobre el tema.

En resumidas cuentas, sin algo sustancial en limpio, la cumbre apenas sirvió, como en ocasiones anteriores, para que algunos de los asistentes se dieran su anual baño de popularidad.

A la cumbre de los Siete Grandes le está sucediendo lo mismo que a todo lo que se repite año tras año como un ritual: al comienzo parece grande, pero con el paso del tiempo tiende a empequeñecerse.