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NI CHICHA NI LIMONADA

Atrapado entre dos fuegos, el presidente Clinton suspende la aplicación de parte de la ley Helms-Burton. ¿Qué significa eso?

19 de agosto de 1996

Dicen los analistas de Estados Unidos que el fuerte de Bill Clinton no es el manejo de las relaciones internacionales. Por lo que se vio la semana pasada en Washington en relación con la ley Helms-Burton, cuando el Presidente decidió suspender por seis meses la aplicación de su parte más polémica, esa afirmación podría ser cierta. La ley, proyectada por el senador Jesse Helms y aprobada en el Congreso con el concurso del representante Dan Burton, no pasaba de ser una de las bravuconadas del anciano senador quien, escudado en un anticomunismo de viejo cuño, se especializó en causas de difícil aplicación pero capaces de elevar su imagen de senador sureño a la de árbitro de las relaciones domésticas e internacionales del gobierno estadounidense.La Helms-Burton es una ley destinada a endurecer el bloqueo que pesa sobre Cuba desde 1961, y fue gestada con el concurso de la extrema derecha de los cubano-norteamericanos de la Florida, en especial de los dirigentes Lincoln Díaz-Balart y Jorge Mas Canosa. En su esencia, se dirige a espantar a los empresarios de terceros países que hacen negocios con Cuba, sobre la base de que las expropiaciones hechas por la revolución son ilegales. Sus estipulaciones, por una parte, permiten a Washington retirar la visa a los directivos de empresas vinculadas con Cuba (incluidos sus hijos) y, por la otra, dejan en libertad a los norteamericanos por nacimiento o adopción para demandar a quienes 'trafiquen' con 'sus' propiedades. Clinton sabía que esa era una ley inaplicable y por eso se negó en un principio a sancionarla. Sus efectos extraterritoriales, que afectarían a ciudadanos no estadounidenses por sus negocios en un tercer país, se convertirían en un dolor de cabeza no sólo porque sus mejores aliados del continente, México y Canadá, socios del Tratado de Libre Comercio, tienen importantes inversiones en Cuba, sino porque varios países de la Unión Europea -UE- también serían afectados. Y aún si no fuera así, una ley como la Helms-Burton era, a todas luces, contradictoria con la filosofía del libre comercio internacional con cuyo estandarte Estados Unidos ha promovido la apertura de las economías del mundo entero. Tan era ese el pensamiento oficial de Washington que el secretario de Estado Warren Christopher incluyó esos argumentos en su memorando explicativo de la negativa del gobierno. Además, como recordaron algunos medios, con la lógica de esa ley Canadá podría permitir a sus ciudadanos demandar a los norteamericanos que 'traficaran' con las propiedades confiscadas a sus antepasados ingleses que huyeron hacia el norte luego de la independencia de Estados Unidos. O México a los mexicanos afectados por la pérdida de California en el siglo pasado. Y si se hablaba de promover la democracia en Cuba, otros recordaron que Estados Unidos aplica en China comunista la estrategia contraria de promover el comercio para impulsar la liberalización política. ¿Si eso hacía Washington ante un país con un récord tan malo en derechos humanos como China, con cuál lógica había que estrangular a Cuba? Pero en marzo se presentó el derribo por cazas de La Habana de tres avionetas de 'Cubanos al rescate' que aparentemente estaban violando el espacio aéreo de la isla. Fue entonces cuando Clinton pareció sucumbir a su inexperiencia internacional, que no le habría permitido ver más allá de sus conveniencias domésticas en un año electoral. Al firmar la ley calculó que su postura interna proyectaría una imagen fuerte de líder del país más poderoso del mundo. No se trataba de cortejar a los cubanos, que de todas maneras otan republicano. Su mensaje estaba destinado al norteamericano medio. Pero en ese camino se encontró con una sólida resistencia de los afectados, y sobre todo de la Unión Europea, que está en plan de demostrar que es un bloque político para ser tenido en cuenta. No sólo Canadá y México amenazaron, entre otras cosas, con aprobar "leyes espejo" que prohíban a sus compañías cumplir la Helms-Burton. La UE, reunida la semana pasada en Bruselas, decidió estudiar medidas como establecer una "lista de control" de quienes demanden a sus empresas en función de la ley (para, por ejemplo, aplicar una eventual negación de visas a Europa) y autorizar a sus propias empresas para que demanden en Europa a sus contrapartes norteamericanas. Para empeorar las cosas, la UE estudia llevar el tema a la Organización Mundial del Comercio para que un panel especial decida, con efecto vinculante, sobre la aplicabilidad de la Helms-Burton. Por eso hoy existe unanimidad en el sentido de que Clinton se metió en un callejón sin salida por aprobar una ley en la que no creía, y por eso la solución salomónica de sancionarla pero suspender sus efectos no dejó contento a nadie. A los cubano-norteamericanos les dio como contentillo la seguridad de que en esos seis meses intensificará sus gestiones para que Europa se sume a la 'promoción' de la democracia cubana, pero los voceros de esa comunidad dijeron que había "capitulado". Los europeos, por su parte, recibieron bien la medida pero consideraron que la amenaza extraterritorial está vigente y por lo tanto no bajaron la guardia. Y el gobierno cubano sostuvo que la espada de Damocles sigue pendiendo sobre la soberanía de los países. Lo único que logró fue ganar tiempo, porque dentro de seis meses ya se sabrá si ha logrado su reelección y tendrá mayor libertad para decidir según su criterio. Será entonces cuando se sabrá qué tan absurda fue la actitud de Clinton y cuánto le habrá costado este patinazo. Porque en la política exterior del país más poderoso del mundo no suena bien eso de no ser ni chicha ni limonada.