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NO HAY QUINTO MALO

Por quinta vez, Andreotti vuelve al poder en un país que ha tenido 44 gobiernos en 42 años.

13 de abril de 1987

Ser nombrado Primer Ministro por quinta vez es un honor que todo político envidiaría, en cualquier país del mundo. En el caso del líder de la Democracia Cristiana Italiana, Giulio Andreotti, la situación sin embargo no resulta del todo envidiable.
A pesar de contar con el 34% del electorado, frente al 14% con que contaba su antecesor en el cargo, el socialista Bettino Craxi, este tiene uno de los récords más significativos en la Italia de la posguerra: el de haber sido el primer gobierno de los 44 que se han sucedido desde la caída del fascismo, que logra permanecer en el Palacio Chigi, sede del gobierno italiano, por tres años y medio. Con un estilo frío y decidido, en un ambiente donde predominan usualmente la emotividad y el lenguaje elusivo, Craxi logró manejar hábilmente durante este lapso las múltiples dificultades que suelen surgir cuando se está, sin ser mayoría, al frente de una coalición de cinco partidos (democristianos, socialistas, socialdemocratas republicanos y liberales) que comparten el poder.
En dos ocasiones, en octubre de 1985 a raíz del secuestro del Achille Lauro y en junio del año pasado cuando fue derrotado un proyecto de reforma de las finanzas locales presentado por el gobierno, Craxi puso en manos del Presidente su renuncia. Sin embargo, Cossiga le renovó siempre su confianza y Craxi pudo así llevar a cabo una gestión que en opinión de hombres como el presidente de la Fiat, Giovanni Agnelli, constituye "la más positiva" en Italia desde comienzos de la década del 50, caracterizada por una coherente política exterior de distensión Este-Oeste, que convirtió a Italia en un mediador obligado en la crisis del Medio Oriente, y por un resurgimiento económico que la colocó como la quinta potencia industrial de Occidente, después de Estados Unidos, Japón, Alemania Federal y Francia, y por encima de Gran Bretaña y Canadá.
Los logros de Craxi, sin embargo no fueron suficientes para detener la guerra entre los distintos socios del gobierno, acostumbrados a la danza de los puestos que se producía tras cada cambio de gobierno y los consecuentes relevos en una veintena de ministerios y más de 60 subsecretarías. La mayoría democristiana no tardó en iniciar, particularmente a través de su secretario general Ciriaco de Mita, una campaña tendiente a recuperar el timón de un gobierno que en su opinión les pertenecía. En febrero, llegó el ultimátum: o los socialistas aceptaban la alternancia en la presidencia del consejo de ministros, o la Democracia Cristiana se retiraba del gobierno, obligando con ello a anticipar las elecciones parlamentarias previstas para comienzos de 1988.
Ante la disyuntiva, a Craxi no le quedó más remedio que dimitir y a Andreotti, como la cabeza visible de la Democracia Cristiana, más alternativa que aceptar, por quinta vez, ser el líder de un gobierno que comienza con el desagradable precedente de haber sido el causante de la crisis, precisamente del único gobierno que logró sacar por un tiempo a la política italiana contemporánea de su constante crisis.