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Barack Obama, presidente de Estados Unidos, cumple este 20 de enero un año en el poder. (Foto: AP)

UN AÑO DE GOBIERNO

No hubo sorpresas con Obama

Se cumple un año de la llegada a la Presidencia de Estados Unidos del primer mandatario negro que llenó de esperanza al país y al mundo. En medio de las críticas por las promesas incumplidas, a Obama le ha alcanzado el tiempo hasta para ganarse el Nobel de Paz.

Jennifer Loven, AP
19 de enero de 2010

Barack Obama resultó ser exactamente la persona que se creía que era. Su primer año en el gobierno no deparó sorpresas. El individuo cauteloso, cerebral y enigmático que buscó la Casa Blanca, es el mismo que la ocupa. Al margen del impacto histórico que tiene su condición de primer presidente negro del país, su desempeño fue lo que se esperaba.

Tanto en la etapa inicial, caracterizada por el entusiasmo y la esperanza, como al final del primer año, marcado por un visible desencanto con las promesas incumplidas, Obama ha sido siempre el mismo, con algunas canas más y una visible fatiga. ¿Qué aprendimos de Obama en sus primeros 12 meses?

Para empezar, odia que le pongan etiquetas. Prometió dejar atrás el racismo, el partidismo y la ideología. Eso le granjeó votos, pero hay quienes piensan que esa una forma de estar con Dios y con el Diablo. Obama se planteó un programa radical: arreglar la economía resolviendo viejos problemas de fondo, como el de la atención médica, el cambio climático y la educación. También se propuso poner fin a una guerra, replantear otra y mejorar la imagen de Estados Unidos en el mundo.

Su metodología fue incremental y para nada purista: renegó de algunas de sus posiciones, cedió terreno, hiló muy fino y evitó las confrontaciones. El dice que es pragmático, que trae un enfoque nuevo en el que las decisiones y las alianzas surgen de las necesidades del momento, no de una filosofía específica. Sus detractores creen que es un hombre de pocos principios, de quien uno no se puede fiar.

Obama podría lograr grandes cosas, como la reforma al plan de salud que está pendiente de aprobación, y decir que sus métodos funcionan. Pero el proceso es confuso y agotador, mal visto tanto por la derecha como por la izquierda. Además, no ha logrado superar las divisiones partidarias y no ha conseguido el voto republicano en ningún proyecto grande.

Sus primeras reacciones no siempre son las mejores. Tiene una tendencia a restar importancia e ignorar problemas que son más graves de lo que él piensa, viéndose obligado a apagar incendios.

Ha habido numerosos casos que demuestran que sus reacciones instintivas no son siempre las correctas. Hace poco hubo un ejemplo de esto: Obama, quien estaba de vacaciones, no hizo ninguna presentación en público por tres días luego del frustrado atentado contra un avión que se dirigía a Detroit. Cuando finalmente habló del tema, se vio poco inspirado. Pasó cierto tiempo antes de que comenzó a mostrar inquietud y a reflejar la gravedad del episodio.
De hecho, prefiere no actuar impulsivamente. Abogado laborioso al que no le gusta correr riesgos, Obama no actúa con base a impulsos, sino a información. Toneladas de ella. Consigue la mayor información posible sobre un tema y la analiza desde todos los ángulos.

Cuando se le preguntó por qué no había expresado de inmediato su malestar con las bonificaciones cobradas por los ejecutivos de AIG, Obama respondió: "Me gusta saber de lo que hablo antes de abrir la boca".

Se siente más cómodo leyendo cosas preparadas. Incluso en conferencias de prensa. A mucha gente que veía con malos ojos la personalidad impulsiva de George W. Bush le cae bien el estilo calculador de Obama. Pero hay quienes se preguntan si es un líder firme o un pusilánime.

A veces parece frío y distante. En privado es carismático y divertido. En público no. Luce un tanto incómodo e inexpresivo. Dice que está enojado, pero no transmite malestar.

La Presidencia no lo intimida

A pesar de su juventud e inexperiencia, de entrada se sintió como en su casa. Jamás transmitió inseguridad o nervios. Sus allegados aseguran que la Casa Blanca no lo asusta. "Me siento sorprendentemente a gusto en este puesto", comentó dos semanas después de haber asumido. "Soy bueno como Presidente", señaló a principios de enero a la revista People. Lo que durante la campaña parecía arrogancia, en la presidencia transmite seguridad.

Prefiere ser honesto y expresar arrepentimiento en lugar de vender un falso optimismo. “Metí la pata”, admitió al desmoronarse la designación de Tom Daschle como secretario de salud debido a cuestiones impositivas.

Y quién puede olvidarse de la muestra de humildad que hizo en un viaje a Europa, cuando dijo: "(Estados Unidos) Puede no tener las mejores respuestas" a los problemas y que "todos deben ceder algo, incluidos nosotros".

Esa humildad ha sido una de las características salientes de su primer año y refleja su promesa de buscar la colaboración con los aliados, no dar órdenes.

Obama también resultó un mediador muy útil, dentro y fuera del país. Limó diferencias entre Francia y China en torno a los paraísos fiscales durante una cumbre económica en Londres. En Estrasburgo, Francia, ayudó a resolver una disputa sobre el próximo secretario general de la OTAN. En Estambul hizo gestiones para normalizar las relaciones entre turcos y armenios. Sus cualidades diplomáticas ayudaron a producir un acuerdo, aunque limitado, sobre el cambio climático en la cumbre de Copenhague. En Washington encabezó las negociaciones sobre la escurridiza reforma al programa de salud.

Odia el acoso de la prensa, el hecho de estar siempre en boca de todos. Desearía que su familia no fuese tan popular. Siente que no puede hacer una vida normal y espontánea. Lo compensa en parte llevando a todos lados su Blackberry y viajando con sus dos mejores amigos de Chicago cada vez que puede, para jugar al golf. Admite que todo esto tiene un lado positivo: pasa más tiempo con su esposa Michelle y con sus dos hijas.