¿NUCLEARIZADOS? NO GRACIAS
Protagonistas de una de las manifestaciones antibélicas más grandes del mundo, los norteamericanos plantean a Reagan una exigencia tremenda: poner fin a las armas atómicas
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Nunca en su historia, Estados Unidos había visto una manifestación política de esas proporciones. Una descomunal muchedumbre de un millón de personas se congregó en Nueva York el sábado 12 de junio durante algo más de cinco horas para exigir al gobierno en Washington "el congelamiento y reducción de las armas nucleares y la transferencia de los fondos del presupuesto militar para atender las necesidades humanas".
La manifestación excedio ampliamente los cálculos de sus organizadores y de las autoridades de la ciudad, quienes días antes habían estimado que asistirían no más de 500.000 personas. Miles de buses y cientos de trenes expresos fueron utilizados por los contingentes que, desde las diferentes areas del país, convergieron en horas de la mañana sobre la gran explanada del Parque Central, en Manhattan.
Organizaciones políticas, sindicales religiosas, de negros, mujeres y de derechos civiles, reunieron sus gentes inicialmente frente al edificio de las Naciones Unidas y marcharon luego los seis kilómetros que hay hasta el parque.
La gigante concentración, que fue organizada durante tres meses previendo que coincidiera con la segunda sesión especial sobre desarme de las Naciones Unidas, del 7 al 9 de junio hizo parte de una serie de actos antibélicos que desde California a Nueva Jersey se desarrollaron el el último año.
En el acto de Nueva York tomaron la palabra, entre otros, la viuda de Martin Luther King, Coretta Scott King, hoy activista de los derechos civiles, el congresista por esa ciudad Ted Weiss, Cleveland Robinson, un líder del Partido Nacional Independiente Negro y la cantante Linda Ronstadt. Ese mismo día, se efectuaron reuniones por idénticos motivos en San Francisco, Pasadena, Chicago y en Tokio, Japón. En Pasadena tomaron la palabra los artistas Jane Fonda y Ed Asner (Lou Grant), así como Muhammad Alí y el predicador negro Jesse Jackson.
Lo que explica el carácter masivo de este movimiento es la creciente convicción de los norteamericanos de que la perspectiva de una devastadora confrontación atómica es hoy más probable que nunca. La reciente admisión del presidente Reagan en el sentido de una "guerra nuclear limitada", es posible hoy en día, y su rechazo a la propuesta soviética de que ambos países renuncien a ser los primeros en usar armas nucleares, ha disparado en Estados Unidos y Europa masivas expresiones de angustia, reflejadas en las protestas que él mismo constató durante su viaje la semana ante pasada por el viejo continente.
Para los norteamericanos mismos una guerra nuclear entre su país y los soviéticos acarrearía inmensos peligros. Las 150 mayores ciudades y otras 500 menores podrían recibir, según cálculos de los expertos, descargas atómicas varias veces superiores a las primitivas bombas de 15 kilotones que mataron en 1945 a más de 100.000 japoneses en Hiroshima. Tal síndrome comienza a reflejarse en los mismos consultorios de los psicoterapistas, quienes admiten que mucha gente está sufriendo cambios de conducta por el desespero de vivir bajo la amenaza nuclear.
La Casa Blanca, desde luego, rechaza toda propuesta de control de las armas estratégicas. El plan de Reagan es acumular un arsenal nuclear de 240 billones de dólares que le permita a Estados únidos "disuadir a la Unión Soviética de emplear la fuerza y las amenazas de fuerza contra nosotros y contra nuestros aliados". El criterio de que "hay que modernizar las defensas" para estar en posibilidad de "ganar una confrontación nuclear con los rusos" espeluzna a muchos expertos.
"Aquella gente que habla de ganar o sobrevivir a una guerra nuclear no sabe lo que dice" declaró ante Reagan mismo, Howard Hiat, un científico de Harvard en abril pasado.
La estrategia de los partidarios del congelamiento nuclear es movilizar al mayor número de ciudadanos para forzar a su gobierno, a la OTAN y a la Unión Soviética a reducir drásticamente sus arsenales atómicos. Aunque a primera vista parece utópica esa meta, el número de tales partidarios en Estados Unidos está creciendo muy rápidamente, especialmente entre la juventud, que actualmente confronta los operativos de reclutamiento del gobierno destinados a ampliar la base de su ejército.
Aunque la composición de la gigante manifestación del 12, fue mayoritariamente blanca, sí logró reunir exponentes de todo el espectro socioeconómico norteamericano, a diferencia de las manifestaciones de fines de la década del 60 contra la guerra en Vietnam y por los derechos civiles. En esta última, uno de los grupos más militantes fue el de los hispanos, quienes sumaron a las consignas básicas pro-desarme, lemas contra la intervención inglesa en las islas Malvinas y contra la guerra en El Salvador.
Los patrocinadores del evento fueron más de cien organizaciones de todo tipo, lo que le impidió al movimiento gozar de unidad total en sus tácticas. Una diferencia importante que se evidenció en la marcha del sábado giró en torno de cual debería ser la consigna central. Una mayoría llama al desarme bilateral (USA-URSS) y una minoría pide el desarme unilateral (USA). Pero ese desacuerdo no les impidió a todos participar en la demostración.
La respuesta que el gobierno viene dando a estas movilizaciones ha sido negativa. Poco antes de la manifestación en Nueva York, Caspar Weinberger, secretario de defensa, advirtió que cualquiera que fuese el tamaño de esa manifestación "tendría poca influencia" para hacer cambiar la política nuclear del gobierno norteamericano y de las otras potencias nucleares. Otra cosa que Washington ha dicho contra el movimiento es que "la KGB soviética" está detrás de todo ello.
Pero las encuestas han revelado que el 68% de los norteamericanos están en favor del congelamiento nuclear. Un sector destacado en ese movimiento lo constituyen numerosos líderes religiosos del país. Cerca de 70 obispos católicos y numerosos pastores mormones han condenado las armas nucleares. "Nuestra tecnología se ha desarrollado hasta el punto de poder destruir masivamente el mundo que conocemos. Eso ya es una materia de fé"
Otro sector clave es el de algunos físicos que trabajaron en la producción de las primeras bombas atómicas quienes abandonaron ese trabajo, como el premio Nóbel Hans A. Bethe, "el díá en que la segunda bomba fue arrojada sobre Nagasaki" Este científico está en favor de la reducción unilateral del arsenal norteamericano en un 5% para desafiar a la Unión Soviética a que haga lo mismo, y avanzar así hacia reducciones bilaterales similares cada año hasta mermar tales recursos a la mitad.
Pese a las palabras de sus funcionarios, las exigencias del millón de norteamericanos no dejará de preocupar a Reagan, tanto por las dimensiones que está logrando la movilización, como por los efectos que ésta tendrá sobre las elecciones en 1984, en las que él tratará de ser reelegido.
A corto plazo, la demostración del sábado 12 de junio será un factor más a tener en cuenta en las negociaciones del próximo 29 de junio con los soviéticos. Estos últimos no han escapado a las presiones de los activistas norteamericanos. Dos días después de la gigante reunión, miles de personas se apostaron frente a las misiones de Israel y Sudáfrica, en la ONU, y los acusaron de ser "potencias nucleares secretas", así como ante las misiones de Estados Unidos, Unión Soviética Gran Bretaña, Francia y China, a las que llamaron al desarme unilateral, al desmantelamiento de sus reactores nucleares, a concluir la intervención militar en otros países y a reorientar sus gastos militares hacia fines humanitarios.
CABALGANDO SOBRE EL ABISMO
Los Estados Unidos y la Unión Soviética iniciarán el 29 de junio en Ginebra las conversaciones oficiales sobre la limitación y reducción de los armamentos nucleares.
Moscú y Washington no discuten sobre armamentos estratégicos desde los acuerdos Salt II, firmados por Carter y Breznev en Viena en junio de 1979.
A pesar de su oposición a ese tratado el presidente Ronald Beagan expresó él 31 de mayo que los Estados Unidos respetarían el Salt II --que no ha sido todavía ratificado por el Congreso Norteamericano-- y que esperaba que la Unión Soviética "dé pruebas de la misma ponderación".
Las negociaciones, que serán dirigidas por V.P.Karpov y Edward Reny, podrían girar en torno a las proposiciones formuladas por el presidente norteamericano el pasado 9 de mayo. El jefe del ejecutivo había insinuado allí la reducción en un tercio de las ojivas nucleares hasta estabilizar su número alrededor de cinco mil y sugerido disminuir los cohetes intercontinentales, que pueden alcanzar el campo adverso, a 350 en vez de los 2.350 soviéticos y los 1.700 americanos actualmente.
En Ginebra, además de una reducción cuantitativa de los armamentos nucleares, serán examinadas las posibilidades de una disminución del "potencial global de destrucción", capítulo sobre el cual las dos superpotencias no han fijado aún un sistema de cálculo.
Es indudable que las proposiciones del presidente Beagan hechas dos días antes de su viaje a la cumbre de Versalles, han buscado tranquilizar la opinión pública del viejo continente, profundamente inquieta después de haberlo oído afirmar que Europa podría ser el teatro de una guerra nuclear limitada. Tales declaraciones, se sabe, movilizaron alrededor de un millón de manifestantes pacifistas en Alemania, Francia, Italia, Inglaterra, Bélgica, y España en septiembre y octubre del año pasado.
Las reacciones favorables de la mayor parte de los gobiernos europeos ante las proposiciones norteamericanas prueban que el presidente Reagan ha logrado en parte su objetivo.
El recibimiento que Italia, Inglaterra y Alemania brindarán al presidente de los Estados Unidos y el grado de movilización de la opinión pública contra la guerra, podrían influir sobre las conversaciones de Ginebra.
José Hernández, corresponsal de SEMANA en París