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ODISEA DEL ESPACIO

Controversia en Estados Unidos por peligros del uso de la estación rusa Mir como base del programa espacial tripulado.

3 de noviembre de 1997

El viernes pasado el transbordador Atlantis se separó de la estación espacial Mir para iniciar un nuevo regreso a casa. Atrás quedó el astronauta y médico norteamericano David Wolf, quien compartirá sus próximos cuatro meses con los cosmonautas rusos Anatoly Solovyov y Pavel Vinogradov, comandante e ingeniero de vuelo respectivamente. En declaraciones a la prensa Wolf dijo estar feliz de participar en el programa conjunto que es, hoy por hoy, la vanguardia de la actividad espacial en lo que se refiere a vuelos tripulados. Pero su sonrisa de satisfacción no fue suficiente para tranquilizar a quienes piensan que seguir adelante con el uso de la vieja y desvencijada Mir podría poner en peligro no sólo la vida de Wolf y sus colegas rusos, sino convertirse en un serio revés para la exploración espacial tripulada.
El programa
El uso compartido de la estación forma parte de un programa que fue concebido a finales del decenio de 1980, cuando Estados Unidos comenzó negociaciones con Rusia para usar la Mir (que en ruso significa paz y también mundo) como plataforma para la construcción de la Estación Espacial Internacional (ISS, por su sigla en inglés), con participación japonesa y europea. Las negociaciones, que duraron casi una década, concluyeron con el establecimiento del programa ISS, con tres etapas definidas:
La fase I comenzó en febrero de 1994, cuando el cosmonauta Sergei Krikalev se convirtió en el primer ruso en volar en el transbordador espacial. El primer astronauta norteamericano en vivir en la Mir fue Norman Thaggard, con una permanencia de 115 días en el espacio, la mayor hecha jamás por alguien de esa nacionalidad.
La fase II, que se realizará entre 1997 y 1999, implicará el ensamblaje del núcleo de una nueva estación con piezas rusas y estadounidenses. El proceso, que tiene algunos meses de retraso, comenzará con el lanzamiento de un cohete ruso Proton que transportará la nave automática base para la construcción espacial.
La fase III, entre 2000 y 2002, implicará 13 vuelos norteamericanos, ocho rusos, dos europeos y uno japonés comenzando en octubre de 1999. Al final la comunidad internacional tendrá una plataforma capaz de dar soporte a los más variados experimentos científicos y a la utilización industrial de condiciones que sólo se dan en el espacio, como la ingravidez. La estación podría ser, además, la base para los viajes interplanetarios en un futuro más lejano.
La historia
Cuando los norteamericanos llegaron a la Luna en 1969 toda una generación se convenció de que al final del siglo el hombre habría establecido una base permanente en el satélite natural con miras a la exploración del sistema solar. Pero en los años 70 los enormes costos del programa espacial, unidos a la recesión económica, hicieron que la Nasa rediseñara sus objetivos. Mientras las expediciones no tripuladas siguieron su curso, el programa norteamericano se centró en la construcción del transbordador espacial o shuttle. Mientras tanto la Unión Soviética, secretamente quebrada, se concentró en la permanencia humana en el espacio, primero mediante la estación Salyut, en 1971, y después con la Mir, lanzada originalmente en 1986.
Pero el énfasis norteamericano en el transbordador resultó un fracaso económico, pues los vuelos baratos y seguros al espacio nunca se materializaron, como lo testimonia el desastre del Challenger, y mientras tanto habían perdido un tiempo precioso. De ahí que el negocio resultaba perfecto: los estadounidenses aprovechaban la experiencia de Rusia (que heredó el programa espacial soviético) en permanencia humana en el espacio, mientras ésta, con su programa paralizado por falta de fondos, recibiría una saludable inyección de 400 millones de dólares anuales.
Esa conveniencia económica, unida a la utilidad política de darle la mano al programa espacial ruso, llevaron a que los norteamericanos convencieran al gobierno de Boris Yeltsin de extender la vida útil proyectada de la Mir, que con siete años ya estaba vencida en 1994. De ahí que no haya sido una sorpresa la serie de problemas que, sobre todo a partir de 1997, han caracterizado la operación de la Mir.
Fallas dramáticas
Esas fallas fueron descritas por la inspectora general de la Nasa, Roberta L. Gross, en su informe al Comité de Ciencias de la Cámara de Representantes. En el documento la funcionaria menciona dos incidentes que pusieron en inminente peligro la vida de los ocupantes de la Mir: un incendio en febrero pasado y en junio la colisión de la nave carguera Progreso, que dejó inutilizable el módulo Spektr. Junto con ellos, la caída del principal computador de abordo, que produjo en agosto una pérdida de control, fueron incidentes que produjeron gran malestar en Estados Unidos.
La señora Gross cita en su documento las palabras del astronauta alemán Ulf Merbold, quien pasó 30 días a bordo de la Mir en 1994, quien sostuvo entonces que "las unidades de suministro de oxígeno y remoción de dióxido de carbono eran viejas y requerían constante mantenimiento y revisión". Como consecuencia de las fallas en la última, la astronauta Shannon Lucid denunció excesivos niveles de dióxido de carbono: "Yo podía darme cuenta del exceso porque se me hacía más difícil concentrarme y era más fácil cometer errores, es difícil explicarlo, comenzaba a bostezar".
Ese factor, junto con el exagerado estrés causado por las constantes reparaciones requeridas, y con las fugas de líquido regulador de la temperatura, cuyo efecto sobre la salud no es claro, podrían ser la causa de otros incidentes causados por errores humanos, como cuando un miembro de la tripulación cerró por error una válvula que interrumpió la circulación de líquido refrigerante, con lo que se causó un sobrecalentamiento. La colisión con la Progreso podría explicarse de la misma manera.
El informe de la Nasa cita otro factor de riesgo que parecería demasiado terrenal: el sistema de pago de los cosmonautas rusos, a quienes se les otorgan primas de 1.000 dólares por actividades de alto riesgo, como caminatas espaciales y maniobras manuales de acople como la que terminó con el choque de la Progreso. Aunque el crítico informe de Roberta Gross fue rebatido minuciosamente por el director de la Fase I, el capitán Frank Culbertson, lo cierto es que se trata de un tema en el que las opiniones de lado y lado pueden ser presentadas como concluyentes, y eso hace que el debate sea interminable.
De fondo
La insistencia de la Nasa en continuar un programa tan lleno de problemas parece dar la razón a quienes hacen críticas más de fondo sobre la forma como se ha conducido la exploración espacial a partir de la conquista de la Luna. Según esos críticos, como el veterano especialista británico Reginald Turnill, después del éxito del proyecto Apollo, que llevó al hombre a la Luna, la Nasa se enredó en problemas financieros y políticos que le llevaron a rediseñar sus prioridades. Eso condujo al desastroso desarrollo del transbordador espacial y al aplazamiento, que casi equivale al abandono, de los viajes interplanetarios tripulados.
Turnill recientemente escribió en el periódico The Guardian que "el desperdicio de dinero ha continuado con la Estación Espacial Internacional, (...) que durante los últimos 20 años ha sido sometida a múltiples rediseños para recortar costos y se ha mantenido sólo por la inclusión de la experiencia técnica de los rusos, quienes en vez de ahorrar dólares son una carga financiera adicional". Por otra parte, dice Turnill, "cómo podrá ser operada la estación deberá determinarse una vez esté construida, porque el exceso de vibraciones impide la producción de vacunas y materiales". Y en cuanto a la exploración tripulada del sistema solar, dice Turnill que "en vez de estaciones se ha debido crear una base lunar y desarrollar naves capaces de circunnavegar el sistema solar, y ya estaríamos en Marte". Como se ve, el debate está abierto.