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OH, JERUSALEM

El problema palestino podría llevar a Israel a la guerra civil.

21 de agosto de 1989


A los 73 años el primer ministro de Israel, Yitzak Shamir, se encuentra en medio de un ciclón político. Según un célebre escritor hebreo, Israel está como un ciego en un callejón sin salida. La "intifada", la revuelta palestina en los territorios ocupados, que se mantiene desde hace 19 meses con sus 800 muertos, 15.000 detenidos, 5.000 lisiados, pesa como la espada de Damocles en la política interna y exterior de Israel.

Por otro lado, la situación económica del país empeora cada día más y las inversiones extranjeras, como anotó hace pocos meses un conocido empresario italiano, Carlo de Benedetti (dueño de la Olivetti), no llegan a causa de las inestabilidad. A todo eso hay que sumar el deterioro de la fiel relación entre Israel y su aliado norteamericano, que desde finales de 1988 está llevando adelante una línea --con mucha prudencia--de apertura diplomática con la Organización para la Liberación de Palestina. Han sido numerosos los encuentros desde entonces con distintos líderes de la organización, en particular con el número dos, Abu Yiad.

El "plan de paz" aprobado por el gobierno de coalición (conservadores del Likud y laboristas) ha sido rechazado por el ala más derechista del partido Likud y el mismo primer ministro Shamir ha tenido que conciliarlo, en el Comité Central del partido, con las tesis del extremista Ariel Sharon, ministro de la Industria, que llegó a proponer el asesinato de Yasser Arafat, líder de la OLP, como solución al problema palestino. Sharon con su politica no sólo está logrando imponer una línea de extrema derecha a su partido, causando con ello una crisis de gobierno aún no resuelta, sino también ha logrado congelar las iniciativas de paz israelíes.

El plan de Shamir preveía elecciones administrativas en los territorios ocupados y cinco años de autonomía. Pero, a pesar de haber sido acogido con poco entusiasmo por parte de los palestinos, está siendo saboteado de hecho a través de las modificaciones que el partido del primer ministro le ha impuesto: primero, ningún inicio de negociaciones antes de que termine la "intifada"; segundo, rechazo de cualquier participación en las elecciones locales de los árabes de Jerusalem, considerada la "capital eterna e indivisible de Israel"; tercero, nuevas instalaciones de colonos israelíes en los territorios ocupados, y cuarto, ninguna concesión territorial a los palestinos.

Por estas razones, los laboristas han anunciado la posibilidad de retirarse del gobierno, abriendo de hecho una interminable crisis, que dura desde hace dos semanas, mientras en la misma Israel opera una extrema derecha violenta que asesina palestinos una especie de paramilitares a la colombiana, y agrede a cualquier israelí que ose hablar de paz a cambio de los territorios. Así, pues, el aire es cada vez más pesado en Israel, y la posibilidad de una guerra civil es cada vez más grande.

Las reacciones internacionales son, más que negativas, impotentes. El mundo árabe cree cada vez menos en las intenciones pacificadoras de Israel. La Organización de las Naciones Unidas no sabe qué hacer. Gorbachov trata de mediar sin éxito. Los Estados Unidos de Bush se ven en la singular y doble posición de asegurar, por un lado, que creen en las afirmaciones de Shamir en cuanto al plan de paz, y por otro lado hacen saber, a través de sus canales diplomáticos, que si es cierto que la iniciativa está congelada, como afirman los laboristas, buscarán una alternativa a la paz a través, por ejemplo, de una conferencia internacional. Conferencia que es considerada unánimemente la única solución posible del conflicto, auspiciada por la comunidad internacional y la misma OLP, y en contra de la cual Israel se opone con todas sus fuerzas. Hoy, como nunca en los últimos años, el panorama israelí aparece oscurecido y la palabra clave sigue siendo la intolerancia.