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¡OH JERUSALEN!

El proceso de paz entre israelíes y palestinos podría haberse desplomado luego del estallido de violencia.

28 de octubre de 1996

Precisamente en el día en que Benjamín Netanyahu cumplía los primeros 100 días de su gobierno, estallaron los peores disturbios desde que en 1993 terminó la Intifada a raíz de los acuerdos de paz palestino-israelí. Al cierre de esta edición la violencia continuaba, a pesar de los llamados de los líderes de ambas partes para de- tener la lucha, y los muertos se acercaban al centenar, sobre todo civiles palestinos alcanzados por las balas israelíes. El florero de Llorente fue la apertura por parte de las autoridades israelíes de una nueva entrada de un túnel situado en un lugar repleto de tradiciones sagradas tanto para judíos como para musulmanes, el sitio donde se encuentran el Domo de la Roca, la mezquita Al Aqsa y el muro occidental. Los musulmanes llaman al sitio Harem es-sharif, o noble recinto, el lugar donde Mahoma ascendió a los cielos para tener una conversación con Alá. La cúpula dorada del Domo de la Roca se ha convertido en un emblema del gobierno palestino que funciona en las partes de la Ribera Occidental y de la Franja de Gaza, en tierras cedidas en medio del proceso de paz por el anterior gobierno israelí del asesinado Yitzhak Rabin.
La apertura de la nueva entrada, que habilitó el pasadizo para llegar a Jerusalén oriental, fue presentada por el gobierno israelí como un 'regalo para la humanidad', por los extraordinarios tesoros arqueológicos a los que da acceso. Pero para ese gobierno no podía ser desconocido el grado de susceptibilidad que existe en Jerusalén ante cualquier obra que afecte cualquiera de los lugares sagrados. Sobre todo por cuanto la sensibilidad palestina había alcanzado su punto más alto por la forma como Netanyahu ha puesto en peligro los acuerdos de paz celebrados hace tres años.
El gobierno israelí sostiene que ese proceso sigue su marcha, y pone como prueba de ello la reciente reunión entre su primer ministro y el presidente de la autoridad palestina, Yaser Arafat. Sin embargo, varios gobiernos occidentales señalan cómo los israelíes han empantanado puntos claves, como el retiro de sus tropas de Hebron, prometido hace seis meses, y han tomado medidas contrarias a los acuerdos, como la autorización de nuevos asentamientos judíos en la Ribera Occidental, la demolición de construcciones palestinas hechas sin permiso israelí y la construcción de carreteras exclusivas para los nuevos colonos judíos.
De ahí que la reacción haya sido tan violenta, y que Arafat se haya negado, hasta el cierre de esta edición, a reunirse con Netanyahu para buscar el cese de las hostilidades. Esa negativa se basa en que Arafat necesita compromisos serios de parte del gobierno israelí, y no sólo en lo relacionado con los disturbios. La razón es que el poder del propio Arafat está en juego, porque si no consigue logros concretos, muchos de sus seguidores se pasarían a su adversario, el extremista partido Hamas, que propende por la destrucción del Estado de Israel, y por ende, por la guerra total.
Esta vez, un ingrediente adicional le añadió gravedad a la situación. En efecto, cuando las protestas de los palestinos se salieron de las manos, y los policías de esa nacionalidad no lograron dominar a la multitud, se inició el intercambio de disparos entre ellos y los soldados israelíes, lo que dio a los hechos un preocupante cariz de enfrentamiento armado entre dos fuerzas organizadas. De ahí que la confianza entre las dos partes, pacientemente construida a través de los últimos años, podría haberse destruido irremediablemente. Por eso, alrededor del mundo se alzan voces diplomáticas que claman por el cese de la violencia y la reanudación de las conversaciones, para evitar que el proceso de paz de Israel y los palestinos se pierda definitivamente.