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Assange debe responder por dos sospechosas denuncias de violación en Suecia.

ESCÁNDALO

Operación venganza

La detención de Julian Assange desató una ciberguerra contra los enemigos que intentan asfixiar a WikiLeaks. Sin su figura central, pero con un nuevo director y miles de simpatizantes de su lado, la organización seguirá dando la lucha.

11 de diciembre de 2010

El carro negro llegó hasta la comisaría, en una céntrica calle de Londres acordonada por la Policía, donde el fugitivo se disponía a entregarse. Los transeúntes, curiosos, se reunieron en una esquina, mientras los gendarmes imponían una barrera a los fotógrafos que buscaban capturar el momento. El rostro del hombre canoso a punto de ser detenido apenas se veía por los vidrios del vehículo. La escena era digna de una novela policiaca.

Esa imagen copó al día siguiente las primeras planas de los principales diarios europeos. Así presenció el mundo uno más de los capítulos de la historia de la organización WikiLeaks. El martes, su fundador y rostro público, Julian Assange, se entregó a las autoridades británicas. Desde la cárcel, el australiano tendrá que responder por dos sospechosas denuncias de violación que reposan en las manos de una fiscal sueca.

Al director de WikiLeaks solo le quedaron pocas horas de libertad para ajustar los últimos detalles y entregar el mando de su organización, pues el proceso lo sacará del ruedo al menos por un tiempo. Muchos se preguntan si su detención acabará con la plataforma de filtraciones que ha puesto a temblar a los Estados más poderosos.

 En abril, su equipo publicó el video Collateral Damage, que mostraba cómo desde un helicóptero un grupo de marines masacró a 12 transeúntes en Bagdad. Tres meses después, WikiLeaks volvió a los titulares con los 'Papeles de Afganistán', que revelan la brutalidad con que Washington conduce esa guerra. En octubre destaparon dossiers de la guerra de Irak que detallan la muerte de miles personas en operaciones militares. Pero la hora estelar llegó el domingo 28 de noviembre, cuando en colaboración con cinco de los medios escritos más prestigiosos del mundo comenzó a publicar más de 250.000 cables del Departamento de Estado de Estados Unidos. Los secretos de la diplomacia mundial quedaron al descubierto.

WikiLeaks ha cambiado al mundo. Y detrás de esta revolución siempre ha estado el genio de Assange, un experto programador y un trabajador empedernido. Con solo 20 años se convirtió en el más famoso hacker de su natal Australia y estuvo en la cárcel. Estudió Física y Matemáticas y se entrenó en programación y creación de bases de datos.

En 2006 fundó WikiLeaks, una organización con el único objetivo de destapar el espíritu conspirativo de la política tradicional a través de las técnicas de almacenamiento, filtración y publicación digital que había aprendido. Assange se rodeó de expertos. Pero avasallado por su obsesión por el control, mantuvo siempre las riendas en su poder.

Esa curiosa mezcla de tiranía y cooperación, de activismo y ciencia, ha llevado a la plataforma muy lejos en poco tiempo. Pero el éxito guarda un lado oscuro. El dominio de Assange hasta hoy es inmenso y la dependencia, posiblemente letal. "Soy el corazón y el alma de esta organización, su fundador, filósofo y portavoz, su primer programador, coordinador y donante", escribió a comienzos de este año.

 Julian Assange sabía que sus acciones le traerían poderosos enemigos. Y en el momento menos esperado, se distrajo y cometió un error. Tras la publicación de los 'Papeles de Afganistán', en agosto, viajó a Suecia para firmar un pacto con el alternativo Partido Pirata, según el cual WikiLeaks podía usar los servidores de la agrupación en Estocolmo. Así, la organización quedaba cobijada por la ley sueca de prensa, una de las más sólidas del mundo. Pero por esos días Assange era una estrella. Vestía ropa moderna, se había teñido el cabello y las fotos que le tomaban al denominado "guerrillero digital" no recordaban mucho al esquelético programador de otros tiempos. Una de esas noches de verano, Assange conoció a una joven sueca con la que se acostó. Pronto, se fue a la cama con otra desconocida. Con ambas tuvo relaciones sin usar preservativos. Por razones que aún permanecen en la oscuridad, las dos mujeres se conocieron y coincidieron en que Assange las había obligado a prescindir del condón. Fueron a la Policía, inicialmente para preguntar si las autoridades podían obligar al famoso australiano a hacerse el examen del sida. Pero de improviso, la solicitud desató un proceso judicial que semanas después se volcó como una ola sobre Assange.

 La ley que castiga crímenes sexuales en Suecia es única en Europa, no solo por ser la más férrea, sino por la cantidad de denuncias que produce su amplio alcance. En 2009, se denunciaron más de 5.000 violaciones. En países europeos más grandes, como Alemania, se produjo apenas la mitad. Tan especial es la connotación que para un juez sueco la simple agresión sexual posee el mismo valor de una violación.

Una vez conscientes de las consecuencias que tendrían las denuncias de las suecas, Assange y su equipo empezaron a atribuirlas a una teoría conspirativa, que difundieron por sus canales en Internet. Pregonaban que Estados Unidos, Suecia y, en fin, la comunidad internacional, estaban patrocinando un montaje para ponerle un bozal a Julian Assange. Suecia, por el rigor de su ley, estaba obligada a perseguirlo y hacerlo declarar. El único interesado en meterlo en una cárcel por traición y espionaje era el gobierno de Estados Unidos.

Aunque las acusaciones en Suecia nada tienen que ver con las revelaciones de WikiLeaks, cuesta evitar la hipótesis que conecta las supuestas violaciones con el trabajo de la organización, pues se produjeron en medio de un cerco cada vez más evidente. Según WikiLeaks, se está intentando manchar la imagen de transparencia cultivada por Assange durante años, al convertirlo en un criminal ante los ojos de un público desprevenido. Ya varios miembros del gobierno de Estados Unidos lo han calificado de espía y traidor.

Assange había advertido que el Pentágono usaría "trucos sucios" en su contra. Hoy no solo él cree en una campaña de desprestigio. La semana pasada, el ex agente de la CIA Ray McGovern le dijo a CNN: "El objetivo es que todo periódico que mencione a Assange también tenga que mencionar la palabra violador". Y el legendario informante Daniel Ellsberg, responsable de la publicación de los 'Papeles del Pentágono' hace 30 años, escribió en su blog: "Todos los ataques que están haciendo contra WikiLeaks y Julian Assange los hicieron en su momento contra mí".

Con conspiración o sin ella, la denuncias de violación también revolvieron los ánimos en el seno de WikiLeaks. Uno de los cinco más íntimos colaboradores de Assange, un alemán conocido bajo el seudónimo 'Daniel Schmitt', desafió a su jefe públicamente y lo instó a retirarse de la organización hasta que las acusaciones fueran aclaradas. La riña interna condujo a una división. Daniel Schmitt renunció, destapó su verdadero nombre (Daniel Domscheit-Berg) y se entregó a construir una nueva plataforma. Otros miembros y varios simpatizantes siguieron los pasos del alemán y se despidieron de Assange.

Pero a pesar de las rupturas, WikiLeaks ha podido soportar la crisis. Tras la entrega de su jefe a las autoridades, la organización anunció por Twitter: "Esta noche, como es costumbre, publicaremos más cables de las embajadas de Estados Unidos". Las revelaciones abarcan cada vez más países, incluido Colombia.

 La tormenta dio paso a una guerra cibernética. Tras la primera ola de cables, un hacker apodado 'Jester', un patriota radical norteamericano dedicado desde años a dar de baja sitios de Internet de adeptos del Yihad, lanzó el primero de una serie de ataques contra los servidores de WikiLeaks. La página desapareció de la red por algunas horas y desde entonces, dada la continuidad de los ataques, su presencia es intermitente.

Sin embargo, los ataques no consiguieron su objetivo. Según un análisis de la revista Der Spiegel, cualquier ataque público a WikiLeaks, más que debilitar, fortalece a la organización. La red se revolucionó, y ante el acoso de los poderosos, los activistas acudieron al rescate. La comunidad hacker mundial, apoyada por la opinión de miles de jóvenes estimulados por las acciones de WikiLeaks, ha sido solidaria. Más de 1.000 sitios de Internet alrededor del mundo ofrecen un espacio alternativo a los contenidos de WikiLeaks. Muchos ya empiezan a usar el término 'hacktivista', que combina las palabras hacker y activista.

Y, lo que resultó más impresionante aún, respondieron contra los intentos de asfixiar las finanzas de la organización. WikiLeaks vive de donaciones, y con los Estados Unidos en el cuello, varios de sus patrocinadores le dieron la espalda. Si bien la fundación alemana Wau-Holland y el banco Commerzbank aún no han actuado en su contra, la plataforma de pagos por Internet PayPal, el instituto financiero suizo Postfinance y las casas de crédito Visa y Mastercard le congelaron las cuentas. Por eso, a finales de la semana pasada cientos de simpatizantes de WikiLeaks lanzaron ataques cibernéticos contra Visa y Mastercard, contra PayPal y Postfinance e incluso contra los servidores de la Fiscalía sueca, lo que dejó a las páginas de Internet de estas organizaciones fuera de servicio. Hasta el cierre de esta edición habían fracasado en su intento de bloquear Amazon, que dejó de albergar a WikiLeaks la semana pasada.

El grupo Anonymous, que cuenta con activistas de todo el mundo, se atribuyó la operación Payback (venganza) contra los poderosos que intentan acallar a WikiLeaks. La ola de agresiones fue una función que miles de usuarios pudieron presenciar en vivo por Internet y desplegó una potencia jamás antes vista en el campo de la defensa digital. Y WikiLeaks, por su parte, publicó un cable donde deja en evidencia que Washington presionó a Rusia en beneficio de los negocios de las tarjetas Visa y Mastercard. Las redes sociales subrayaron la ironía de que esas empresas permiten donar a organizaciones racistas y criminales como el Ku Klux Klan, pero no a esta activista de la transparencia. En medio de esa batalla anárquica, tanto Twitter como Facebook contestaron cerrando las cuentas vinculadas a Anonymous, pero niegan tener intención de hacer lo mismo con las de WikiLeaks

Tras el arresto de Assange, el ministro de Relaciones Exteriores de Australia, Kevin Rudd, le garantizó apoyo jurídico y culpó a Estados Unidos, y no a su paisano, de la filtración de los documentos. Críticos como Daniel Domscheit-Berg aplaudieron la entrega voluntaria de Assange y condenaron el deseo de Washington de pedirlo en extradición. El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, también salió en su defensa. Lula se mostró "espantado ante la falta de manifestaciones" contra la detención de Assange, que calificó como "atentado contra la libertad de expresión". "No sé si colocaron pancartas como en tiempos del lejano oeste de 'se busca vivo o muerto'", ironizó. Hasta la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Navi Pillay, se mostró preocupada por las presiones sobre WikiLeaks y advirtió que suspender los traspasos era un ataque a la libertad de expresión.

 El espinoso legado de Assange queda en manos de Kristinn Hrafnsson, un periodista investigativo islandés que es la nueva cara mediática de WikiLeaks. Llegó en 2008 al entorno de Assange después de que este reveló documentos que comprometían al banco más poderoso de Islandia. Hrafnsson se hizo miembro de la iniciativa Icelandic Modern Media y luchó desde allí para que su país se convirtiera en el nuevo paraíso de la información, con la libertad de prensa más generosa del mundo. Finalmente se unió al equipo de WikiLeaks en marzo de este año.

A diferencia de Assange, es un hombre introvertido. Entre sus desafíos no solo está garantizar la publicación transparente de las filtraciones, sino también asegurar la subsistencia financiera de WikiLeaks. Para mantener a flote a la organización, Hrafnsson tendrá que demostrar que WikiLeaks no apoya la subversión digital y los ataques cibernéticos de sus simpatizantes. Y en enero tendrá que poner la cara en un nuevo capítulo. Assange, antes de ir a la cárcel, prometió que pondría a circular documentos internos de una institución bancaria estadounidense. En sus propias palabras, los actos de corrupción involucrados allí volverán.