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Orgía de sangre

El conflicto entre Israel y los palestinos escandaliza al mundo a medida que toma las dimensiones de una verdadera guerra.

18 de marzo de 2002

La espiral de la violencia entre los palestinos y los israelíes adquirió en las últimas semanas una dinámica cada vez más sangrienta. De parte y parte las bajas se sucedían con la misma rapidez con que se intercambiaban las recriminaciones. Pero el río de sangre pareció acabar por fin con la paciencia de la comunidad internacional. Al menos esa fue la impresión que dejaron la semana pasada dos hechos clave: las amargas críticas del secretario general de la Organización de Naciones Unidas, Koffi Annan, contra ambas partes, y la resolución adoptada en el Consejo de Seguridad del mismo organismo en contra de la violencia y a favor por primera vez del reconocimiento en la región de dos Estados, uno israelí y otro palestino, con fronteras reconocidas y seguras.

Se trata de una violencia que ha crecido sin descanso desde que comenzó la segunda Intifada en 2000. La ola de la última semana se inició en Jerusalén, en la cafetería Moment de la calle Azza, cerca de la residencia del primer ministro Ariel Sharon, cuando un suicida palestino hizo explotar una bomba que mató a 11 personas cerca de la media noche. Otro de los atentados suicidas se registró en el balneario de Netanya, cuando dos palestinos entraron al hotel Jeremy, lanzaron una granada que mató a dos personas y dispararon contra la gente antes de ser abatidos por autoridades israelíes.

Esos son sólo dos de las múltiples acciones llevadas a cabo por activistas palestinos de las facciones radicales de Al Fatah, así como de Hamas y Al Aqsa, entre otros, sobre los cuales el presidente Yasser Arafat tiene cada vez menos control. Esos atentados estaban destinados, según ellos, a responder las acciones militares de Israel contra varios campos de refugiados como los de Tulkarem, donde un ataque israelí dejó como resultado más de 20 muertos y 600 prisioneros, o en el de Tel al Sultan, en la franja de Gaza, donde fueron disparados varios obuses, sin reporte de muertos. La escalada de violencia llegó a su clímax con la incursión del ejército israelí en Ramallah, lugar de residencia de Arafat, donde atacaron el campo de Jabalya, y murieron 30 palestinos, 18 de ellos combatientes.

Ese círculo vicioso de violencia se entiende mejor si se tiene en cuenta que los israelíes justifican los ataques contra los campos de refugiados como acciones para capturar a los terroristas que amenazan sus ciudades y destruir sus fábricas de bombas. Y la pintura se clarifica (o se oscurece, según como se le mire) si se considera que esos mismos terroristas, como en el caso de los de Al Aqsa, actúan en parte como venganza por el asesinato selectivo de sus líderes. El jefe de Al Aqsa, Raed Al Karmi, fue muerto el 14 de enero por un misil israelí dirigido específicamente contra él.

Esta vez la contienda es más parecida a una guerra que la primera Intifada, cuando desde 1987 una horda de adolescentes palestinos atacaba a piedra a las fuerzas israelíes y éstas contestaban con balas de goma. En esta ocasión esos muchachos, convertidos en hombres, están entrenados y armados (por los libaneses del grupo proiraní Hezbollah, según se afirma) están más dispuestos a inmolarse y atacan, ya no sólo a los colonos israelíes en las áreas que les habrían correspondido por los acuerdos de Oslo de 1993, sino a los civiles en las ciudades.

En suma, el deterioro de la situación corresponde a 10 años más de frustraciones. Del lado palestino, por el rompimiento de las ilusiones creadas a partir de Oslo, cuyas provisiones, de haber sido cumplidas, a estas alturas ya habrían dado como resultado la plena autonomía palestina en sus territorios. Y del lado israelí, por la imposibilidad de llegar a una situación de seguridad, que fue la bandera electoral de Sharon cuando derrotó en las elecciones al pacifista Yehud Barak en 1999. Como dijo a SEMANA Richard Falk, experto de la universidad de Princeton, “los acontecimientos recientes le han demostrado a una porción creciente de los israelíes que la estrategia de Sharon está fallando, y que su continuidad podría tener graves consecuencias para Israel ”.

De hecho, aunque Israel sigue ejerciendo la supremacía con uno de los ejércitos más poderosos y bien entrenados del mundo, y las víctimas del conflicto siguen siendo mayoritariamente palestinas, el balance de muertos comienza a ejercer presión sobre la opinión pública israelí. En la primera Intifada caía un promedio de un israelí por cada 25 palestinos, mientras en la actual esa rata ha bajado a uno por cada tres.

En un conflicto en el que ambas partes están decididas a conseguir sus objetivos causando el mayor daño posible al adversario, la intervención internacional es una alternativa indispensable. Y la semana pasada se materializó con la llegada a Israel del enviado norteamericano, general retirado Anthony Zinni. El mediador regresó tras el fracaso de sus dos intentos anteriores de llevar a las partes a la mesa de negociaciones, y los observadores coincidieron en que, de llegar esta vez de nuevo con las manos vacías, se repetiría la historia.

Esa es, para muchos, la explicación de que haya sido precisamente Estados Unidos el principal aliado de Israel, el promotor de la resolución del Consejo de Seguridad que hizo titulares en el mundo entero y que los israelíes, como dijo a SEMANA una fuente diplomática, “consideramos aceptable y muy equilibrada”. George W. Bush estaría tratando de ejercer presión sobre Sharon, incluso criticando sus tácticas, para ganar credibilidad entre los palestinos en un momento en que le interesa poner las cosas en orden para tener manos libres ante su enemigo declarado, el iraquí Saddam Hussein. Y de ahí que haya revivido la posibilidad de enviar militares norteamericanos para que monitoreen el cumplimiento de hipotéticos acuerdos de paz, una fórmula que podría ser aceptable para ambas partes y así acabar con el círculo vicioso de ataques y venganzas.

La resolución se presentó días después de que Koffi Annan llamó ilegal por primera vez a la ocupación israelí de áreas palestinas y a sus ataques a civiles, y reclamó a los líderes de ambas partes a “guiar a sus pueblos lejos del desastre”. Pero esa es una posibilidad que, como en otras oportunidades, parece lejana.