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OTAN O NO TAN

Diferencias de criterio y reservas frente al acuerdo de desarme EE.UU- URSS en el seno de la conferencia.

4 de abril de 1988

Una reunión que cuente con la presencia de 16 de los líderes más importantes de Occidente no es poca cosa. La conferencia cumbre de la OTAN, Organización del Tratado del Atlántico Norte, celebrada la semana pasada en Bruselas, no sólo fue apenas la segunda celebrada en 10 años, sino que fue la primera que logró reunir en pleno a la dirigencia de los países miembros. La razón de semejante despliegue es clara: luego de la firma del tratado de reducción de armas nucleares celebrada en diciembre pasado entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, la Organización tenía urgentemente que ponerse a tono con los tiempos.
Esa importancia se reflejó en la presencia de Francia, representada por su presidente Francois Mitterrand y su primer ministro Jacques Chirac, una delegación que resulta impresionante si se tiene en cuenta que ese país no es miembro activo del comando militar integrado de la Alianza, y que nunca había asistido a esta clase de cumbres.
Pero no solamente la reunión tenía propósitos puramente militares. También el objetivo de la delegación norteamericana era disipar la sensación que había quedado, entre algunos círculos europeos, de que el entibiamiento de las relaciones entre Estados Unidos y la URSS no significaba que Europa hubiera perdido algo de su posición en la balanza del poder mundial. Reagan prometió a sus contertulios que "nuestras tropas permanecerán en Europa tanto como la defensa común de nuestra forma de vida las requieran".
Aunque ese punto quedó aparentemente aclarado, y se hicieron además toda clase de declaraciones sobre la unidad de la alianza y su futuro inconmovible, ciertas fisuras en el seno de la conferencia no pudieron ser más evidentes. En medio de ellas estuvo el presidente Mitterrand, quien aunque últimamente había cuestionado la estrategia tradicional de "respuesta flexible", en favor de mejorar la capacidad para una retaliación masiva en el corazón de la Unión Soviética, cambió su punto de vista y se convirtió en un aliado doctrinario del canciller oeste-alemán Helmuth Kohl. Este reiteró su oposición a la "modernización" de ciertas armas individuales, como el misil Lance, de 96 kilómetros de alcance, en una actitud que concuerda con el deseo alemán de que los acuerdos de desarme sean tan profundos y rápidos como sea posible, pero sin que ello implique el desarme nuclear total.
Pero la sorpresa la dio el miércoles Margaret Thatcher. La Dama de Hierro asumió su tradicional línea dura y en un discurso declaró sin eufemismos que la URSS había continuado la modernización tanto de sus fuerzas nucleares como convencionales, a pesar del tratado de diciembre y de las ofertas de Gorbachov de nuevas conversaciones sobre eliminación de armas.
El documento final debió redactarse para suavizar las diferencias de criterio entre los miembros, pero en varios apartes advierte sobre el peligro de perder de vista los intereses de defensa de Occidente en cualquier acuerdo de desarme con la Unión Soviética. En lo que se consideró el giro más importante de su política ante el pacto de Varsovia, dice la OTAN que "continuará requiriendo una adecuada mezcla de fuerzas convencionales y nucleares" en la disminución de la presencia militar soviética en Europa. Lo que esto implica es que,aun cuando los rusos disminuyan el número de sus soldados en el continente, la reducción debe ser igualmente importante en el campo de las armas nucleares. Esto constituye un cambio importante,pues hasta ahora la OTAN había puesto siempre su énfasis en la superioridad numérica (3 a 1) que tienen las fuerzas del Pacto de Varsovia, y trata de tomar literalmente la propuesta de Gorbachov de hacer cortes "altamente asimétricos" para igualar la capacidad bélica de las dos partes.
La tendencia histórica de lograr acuerdos de desarme, no logró, sin embargo,calar en la implícita desconfianza que Occidente sigue sintiendo frente al bloque socialista. En una frase clave de la declaración de 4 páginas, los gobiernos de la OTAN acordaron "no hacer ni aceptar proposiciones que signifiquen una erosión de la capacidad nuclear de los aliados".
El tono de la reunión fue, por lo que parece, tan cauto como las circunstancias de acercamiento con el Pacto de Varsovia lo permiten, y no aportó mayor cosa, según los observadores, para despejar el peligro de una guerra nuclear, que es lo que el ciudadano medio del mundo busca detrás de los titulares de los periódicos.