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PAÑOS DE AGUA TIBIA

Las medidas del presidente norteamericano Bill Clinton para aliviar el bloqueo contra Cuba no <BR>hacen feliz a nadie.

8 de febrero de 1999

Cuando los cubanos de Miami conocieron las medidas del presidente norteamericano Bill
Clinton para suavizar el bloqueo impuesto contra Cuba desde 1961 muchos respiraron tranquilos. A pesar
de que la mayor parte de esa comunidad se opone a todo lo que signifique levantar las sanciones contra el
gobierno de Fidel Castro las decisiones de Clinton resultaron un mal menor para ellos. En efecto, lo que
estaba corriendo pierna arriba del exilio anticomunista era la conformación de una comisión congresional
bipartidista para revisar a fondo la política hacia Cuba, e incluso levantar el bloqueo, promovida por un grupo
de pesos pesados de Estados Unidos, entre quienes se encuentran varios arzobispos, el antiguo
representante diplomático en la isla, Wayne Smith, el ex secretario de Estado Henry Kissinger, el ex
subsecretario Bernard Aronson, dos importantes instituciones privadas, la Cámara de Comercio y el
Concilio de Relaciones Exteriores, todo ello con el liderazgo del senador republicano John Warner.
Clinton decidió, como tantas veces, tomar por el camino del medio y adoptar una serie de medidas de menor
cuantía (ver recuadro) frente a la dimensión del bloqueo que soporta la isla desde 1961. De nuevo la
poderosa Fundación Nacional Cubano-Americana, a pesar de que ya no cuenta con su presidente, el ya
fallecido Jorge Mas Canosa, logró hacer valer en la Casa Blanca un argumento que siempre ha pesado sobre
los gobiernos demócratas: a menos de un año de las elecciones una medida de fondo sobre las relaciones
entre los dos países podría significar perder los votos de los cubanos de la Florida y Nueva Jersey, estados
donde la presencia de gente de ese origen es determinante. Como dijo Wayne en declaraciones al
diario The New York Times, "Clinton en un comienzo pareció estar de acuerdo con la idea (de la comisión),
pero luego se echó para atrás. No hay mucho coraje político en estos días".
Quienes promueven un viraje radical en la actitud de Washington hacia La Habana no lo hacen por simpatía a
la revolución o el gobierno de Cuba. Se basan en el argumento de que el bloqueo ha sido ineficaz para lograr
que se establezca en la isla una democracia representativa al estilo occidental y, en cambio, ha impuesto al
pueblo cubano un sufrimiento que no se merece.
Desde 1961 y hasta hace relativamente poco, cuando los gobiernos latinoamericanos comenzaron
a apartarse de las directivas de Estados Unidos al respecto y Europa comenzó su aproximación, Cuba tuvo
que realizar su comercio más elemental con terceros países, con costos enormes y restricciones que
resultaron especialmente dolorosas en cuanto a medicinas y alimentos.
La argumentación de los opositores norteamericanos al bloqueo sostiene que, sobre todo desde la caída de
su gran aliado, la Unión Soviética, el bloqueo se convirtió en la mayor razón del gobierno cubano para justificar
la ineficiencia del modelo comunista y en un motivo para justificar un estado permanente de ley marcial contra
lo que se percibe, justificadamente, como una agresión continuada de parte de su vecino del norte.
Los enemigos del bloqueo sostienen que éste crea una mayor dependencia de los cubanos hacia su gobierno
y que, por el contrario, otorgarles nuevas fuentes de ingresos y mejores contactos a nivel cultural y personal
debería impulsar sus deseos de mayores libertades ahora que los días de Fidel Castro al frente de los
destinos de su pueblo parecen estar contados. Es un hecho que desde que el gobierno autorizó en 1993 a
los cubanos a tener divisas y Washington permitió a los cubano-norteamericanos el envío de dólares a sus
familiares en la isla se ha creado una situación explosiva para el mantenimiento ideal de una sociedad
igualitaria, base de la política interna de Cuba. Hoy en día hay de nuevo clases en la isla: cubanos con dólares
y cubanos sin dólares. Quienes no tienen familia en Estados Unidos resienten tener que sobrevivir con pesos
mientras sus vecinos ostentan una superior capacidad de compra. El ejemplo más dramático es el de los altos
funcionarios que, como buenos revolucionarios, siempre han sido los consentidos del gobierno cubano
pero que ahora se ven obligados a sobrevivir con sus minúsculos salarios pues Washington siempre los
excluyó de los envíos.
Otros oponentes del bloqueo tienen intereses particulares: se trata de los comerciantes, industriales,
hoteleros y agentes de viajes que miran con desaliento cómo el pastel de los negocios de Cuba está
siendo repartido entre sus competidores de Europa, Canadá y América Latina sin que ellos puedan hacer nada
al respecto. Para ellos los objetivos políticos son un subproducto: su interés es inmediato porque time is
money (ver recuadro).

Los antecedentes
Lo cierto es que, como lo han reconocido varios miembros de su gobierno, Bill Clinton llegó al poder con la
idea de analizar a fondo el tema de las relaciones cubano-estadounidenses pero sus medidas aperturistas
se encontraron con una posición poco colaboradora de Castro, cuyo gobierno siempre ha asumido una
actitud de todo o nada frente al bloqueo. Esas aproximaciones se estrellaron con varios reveses graves, entre
los cuales los más importantes fueron dos: primero, el fenómeno de los balseros, en 1994, cuando Castro
levantó la prohibición a embarcarse hacia Estados Unidos (y, a la larga, derrotó el régimen de estímulos para
la emigración ilegal existente en ese país). Segundo, el derribo de cuatro avionetas de la organización
anticastrista Hermanos al Rescate cuando intentaban entrar al espacio aéreo cubano en 1996.
Esos incidentes, entre otros, obligaron a Clinton a endurecer el bloqueo con la firma de la ley Helms-Burton
y a aceptar la ley Torricelli, que ante la indignación de la Unión Europea prohibió a terceros países
comerciar con bienes norteamericanos expropiados por la revolución.
Pero luego se presentó la visita histórica del Papa Juan Pablo II a Cuba, que facilitó a Clinton hacer
innovaciones en su política. Se dice que la influencia de la Iglesia Católica ha sido decisiva y que medidas
aparentemente cosméticas de La Habana, como haber permitido la celebración de la pasada Navidad,
tuvieron importancia en mejorar el ambiente entre los dos países.

Un largo camino
Sin embargo medidas como las anunciadas la semana pasada en Washington son apenas un paso más en
el largo recorrido de la normalización de las relaciones de Estados Unidos con Cuba. Porque ese camino
tiene muchos escollos, algunos aparentemente insuperables.
El primero de ellos es la negativa de Fidel Castro de hacer concesiones políticas para el establecimiento
de un sistema democrático al que no ha tenido problema en llamar "basura". Castro sigue pensando que esa
concepción partidista de la democracia sería la puerta de entrada para que se realizaran las históricas
aspiraciones anexionistas de Estados Unidos sobre Cuba porque, según él, el grupo cubano favorecido por
Washington sería inevitablemente el hegemónico. Aparte de que, sostiene, el ejemplo latinoamericano en
cuanto a la corrupción no es precisamente aleccionador.
El segundo, que es consecuencia del primero, es la actitud del poderoso lobby cubano-norteamericano, para
el cual nada que no sea la remoción de Castro y el sistema que él encarna justifica regresar a la normalidad.
Y el tercero es la realidad de que, más que en ningún otro caso en las relaciones internacionales de Estados
Unidos, el tema cubano es ultrasensible a nivel interno y que muy pocos gobiernos se darían la pela electoral
de tratar a Cuba como, por ejemplo, lo hacen con China o Vietnam, países en los que las condiciones
políticas no son para nada mejores a las existentes en Cuba.
De ahí que muchos expertos coincidan con uno consultado por SEMANA en Miami, para quien lo único que
espera en este tema, salvo nuevas circunstancias, es "más de lo mismo".

Los puntos de la medida
El presidente Clinton advirtió que sus medidas no significaban un cambio de actitud ante el régimen cubano
sino un esfuerzo por abrir los contactos entre el pueblo norteamericano y el cubano, y ayudar a éste sin
favorecer al gobierno isleño. Las medidas, algunas de las cuales requieren una respuesta positiva de La
Habana, son las siguientes:
· Cualquier residente de Estados Unidos podrá enviar hasta 1.200 dólares a cualquier cubano, exceptuados
los miembros de la dirigencia comunista.
· Se permitirá el servicio de correo en forma directa entre los dos países y la ampliación de los vuelos charter
a otras ciudades distintas a Miami.
· Se permitirán ventas de alimentos a entidades privadas cubanas, como restaurantes, etcétera.
· El intercambio cultural y deportivo se incentivará. Se habla de una serie de juegos de béisbol de exhibición.

Diplomacia beisbolera
Una prueba de la eficacia de las medidas de Clinton se tendrá muy pronto si se concretan las conversaciones
entre dirigentes deportivos de La Habana y representantes del equipo de béisbol Los Orioles, de
Baltimore, quienes viajaron la semana pasada a La Habana para culminar sus contactos para una serie de
dos partidos en marzo con el equipo nacional cubano. Se trataría de una reedición de la diplomacia del ping
pong, que en los años 70 facilitó el acercamiento de Richard Nixon y Mao Zedong.
Castro, quien en sus años mozos fue pitcher, es un fanático del béisbol y se dice que es hincha de los
Yankees de Nueva York. Pero el gobierno norteamericano exige que la serie no vaya a beneficiar
económicamente de ninguna manera al Estado cubano, y ese es un escollo que puede ser insalvable.

Los empresarios felices
Según el Consejo Económico y Comercial Cuba-Estados Unidos, una organización privada que promueve
los contactos de esa naturaleza entre los dos países, hay una larga lista de empresas estadounidenses
que están a la espera de hacer negocios en Cuba. De ellas sólo algunas se beneficiarán de las medidas
de la semana pasada. Estas son, sobre todo, las dedicadas a la exportación de alimentos, que podrían
alcanzar a mediano plazo, según esa organización, ventas por 250 millones de dólares anuales. Otras que
saldrán beneficiadas son las de correo, como FedEx y UPS, pues hoy en día una carta debe ir por Canadá y
tarda al menos un mes en atravesar las 90 millas entre Miami y La Habana. Western Union, especializada
en envíos de dinero, también hará su agosto.
Sin embargo las grandes frustradas son las empresas de construcción, que se quedaron contemplando
cómo las firmas canadienses, italianas y francesas siguen recibiendo el grueso de los contratos de renovación
de la infraestructura cubana.