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PARIS ES UNA BOMBA

La "Ciudad Luz" se ensombrece ante oleada terrorista

20 de octubre de 1986

París en otoño solía ser, al menos hasta este septiembre, una fiesta. Hoy, París es una bomba. Seis atentados terroristas en menos de dos semanas, con un saldo de 8 muertos y más de 150 heridos, han convertido la "Ciudad Luz" en una especie de Beirut de Occidente. Las estaciones de metro, los supermercados, las oficinas de correo, los bares, la Prefectura de Policía y hasta el mismo Palacio del Elíseo, sede del gobierno, cualquier lugar puede ser blanco. La habilidad y precisión de los terroristas, identificados como el Comité de Solidaridad con los Prisioneros Políticos Arabes y del Cercano Oriente (CSPPA), así lo ha demostrado.
Seis meses después de instaurado el gobierno de "cohabitación" del presidente socialista Francois Mitterrand y su primer ministro gaullista Jacques Chirac, se enfrentan a un reto ante el cual toda rivalidad queda atrás: el terrorismo árabe.
Cuando el 4 de septiembre un pasajero halló una bomba aún sin detonar en la Estación del Tren Rápido (RER), nadie podía imaginar que sería apenas el comienzo de la escalada terrorista más intensa que recuerden los parisienses. Cuatro días más tarde, quienes se encontraban a las 7 de la noche en la Oficina Postal de la Alcaldía de París no correrían con la misma suerte: un muerto y 18 heridos constituirían las primeras víctimas de este "septiembre negro" francés. El 12, 41 personas entre más del millar que se encontraban almorzando en una cafetería de un ultramoderno centro comercial de La Défense, al occidente de París, serían las siguientes. El 14, la explosión tendría lugar en un bar de los Campos Elíseos, en el corazón mismo de la ciudad, ocasionando un muerto y dos heridos.
Al día siguiente, menos de 24 horas después de que Chirac anunciara la adopción de nuevas medidas antiterroristas, el pánico llegaria hasta las instalaciones mismas de la Policía, al estallar otra bomba en el cuartel situado a pocos metros de la Catedral de Notre Dame.
Un agente murió y 51 personas resultaron heridas. Dos días después, cinco muertos y 61 heridos en una de las tiendas más populares de París Tatí, cerca a la torre de Montparnasse, se sumarían al dantesco cuadro que presenta la "Ciudad Luz" ensombrecida y a punto de sucumbir bajo la ola de terror. Ni las estrictas medidas de seguridad adoptadas por el gobierno, como la exigencia de visa a extranjeros, ni la estrecha vigilancia implantada prácticamente en cada rincón de la ciudad, han logrado convencer a los parisienses y a los miles de turistas que por esta época solían llegar a visitarla, de que París sigue estando allí. Los cafés, las tiendas, los teatros, permanecen vacios.
El gobierno, en un acto sin precedentes, ha ofrecido 100 mil francos ($30 millones) como recompensa a quien dé información que conduzca al arresto de Maurice y Robert Abdallah, principales sospechosos de los atentados. Su hermano, Georges Ibrahim Abdallah, presunta cabeza de las Fuerzas Armadas Revolucionarias Libanesas, un grupo que se cataloga a sí mismo como maronita, marxista y pro sirio, es uno de los tres prisioneros que los terroristas que han reivindicado los atentados, exigen liberar. De 35 años, Abdallah era prácticamente desconocido en Francia hasta 1984, cuando fue arrestado en Lyon bajo la sospecha de haber sido el autor de los asesinatos del teniente Charles Ray, un militar norteamericano vinculado a la Embajada de los Estados Unidos en París y de Yacov Barsimantov, diplomático israelí. Solicitado en extradición por Italia por el asesinato de otro diplomático norteamericano, Abdallah se halla actualmente en prisión, condenado a cuatro años de cárcel por posesión de armas y documentos falsos.
Si bien la repetida exigencia de la libertad de Abdallah ha centrado la búsqueda en sus dos hermanos, cuyos carteles han sido esparcidos por toda Francia, oficiales franceses aseguran que detrás de los autores materiales de los atentados y su objetivo inmediato, se encuentra el interés de países como Siria, Irán o Libia, en presionar un cambio en la política de Francia en el Medio Oriente.
Francia ha tenido un papel fundamental en los conflictos del área, y en particular en la guerra del golfo persa. Impulsor de los movimientos liberacionistas desde la década de los 70, el país ha sido santuario para refugiados políticos de las más diversas tendencias: vascos, irlandeses, italianos y, por supuesto, árabes. Ello le ha valido una imagen de constante ambiguedad en el manejo de sus relaciones con los países del Medio Oriente. Sus críticos afirman que mientras ha coqueteado con el radicalismo árabe, permitiendo que realice actividades políticas dentro de sus fronteras se ha mostrado al mismo tiempo partidario de los gobiernos más conservadores.
Como ejemplo de esa ambiguedad se cita el caso en 1977 de Abu Daoud, un líder palestino acusado de haber sido el cerebro del ataque en 1972 en los Juegos Olímpicos de Munich, quien fue arrestado en Francia y liberado poco después, debido a una disputa entre la agencia de contraespionaje y los servicios de inteligencia franceses. En lo concerniente a Libia se dice igualmente que mientras se ha mostrado partidaria de Gadafi en varias oportunidades en el terreno diplomático, en el militar lo ataca en el Chad. Hecho que explicaría, aseveran algunos norteamericanos, el por qué Francia se rehusó a apoyar a Estados Unidos en el bombardeo a Libia.
Otro de los puntos álgidos de la participación francesa en el Medio Oriente radica en la venta de armas a Irak. Aunque se estima que ello ha permitido reafirmar su posición a otros países del área que también se sienten amenazados por la revolución islámica, hay quienes aseguran que su efecto ha sido de bumerán. Para el fundamentalismo islámico, el hecho de reconocer en Francia uno de sus más grandes enemigos habría constituido precisamente una poderosa razón para buscar fortalecerse con miras a luchar en su contra.
Los partidarios de esta teoría ven necesariamente un vínculo entre los hechos recientes, los atentados cometidos contra las tropas francesas que hacen parte de la Fuerza de Paz de las Naciones Unidas en el Libano y la toma de los siete rehenes franceses que aún permanecen en poder de un grupo musulmán chiíta pro iraní. Todos estos actos estarían buscando modificar la política seguida por Francia en el Medio Oriente.
Uno de los hechos que ciertamente contribuiría a fortalecer el argumento de que el objetivo de los terroristas va más allá de la simple liberación de Abdallah, es que las bombas en París lejos de ablandar la posición del gobierno francés, la han endurecido aún más. Chirac ha afirmado categóricamente que bajo ninguna condición estaría dispuesto a negociar. Por otra parte, Italia, que tiene actualmente en prisión un número mayor de miembros del grupo de Abdallah que la misma Francia, no ha sido objeto de ningún acto terrorista recientemente.
Una tercera opción sería la de que se trata de fanáticos desquiciados. Sin embargo, la forma como han sido realizadas las acciones, lejos de indicar irracionalidad, ha dejado entrever una gran frialdad y disciplina. "La perfección y sofisticación de sus operaciones lleva a pensar que el servicio secreto de algún país está detrás de ellos", llegó a afirmar un oficial francés. Ejemplo de ello es la, al parecer, intencionada precisión con que dos de las bombas, la del bar en los Campos Elíseos y la del cuartel de Policía, fueron calculadas para que explotaran en momentos en que resultaran aún más retadoras para el gobierno.
La primera apenas 15 minutos después de que Chirac anunciara las nuevas medidas antiterroristas, y la segunda, cuando estaba precisamente reunido con su gabinete discutiendo el tema de la seguridad.
De ser así, entre los países que muy seguramente estarían tras los atentados habría que considerar a Siria, Libia e Irán. "Estamos en la mira --señaló otro oficial francés-- porque después de los Estados Unidos, jugamos el papel más importante en el Medio Oriente. Tienen miedo de atacar los Estados Unidos porque es demasiado poderoso, por eso nos atacan. Pero su objetivo es en últimas acabar con la influencia de Occidente en el Medio Oriente".
Para el gobierno socialista, que desde un comienzo a través del entonces canciller Claude Cheysson había afirmado que Francia otorgaría asilo político como había sido su tradición a quien así lo solicitara, los recientes acontecimientos implican no sólo un rudo golpe, sino además un viraje de 180 grados. A pesar de los actos terroristas que habían tenido lugar anteriormente, Mitterrand no había querido implantar hasta este momento ningún tipo de política antiterrorista, llegando incluso a vetar propuestas en este sentido que le formularan miembros de su gabinete. Ahora, ya no le queda, sin embargo, otra alternativa que aceptar hasta las medidas más drásticas planteadas por Chirac, como la de llegar incluso a disparar sin aprehensión contra quienes participan en actos terroristas.
Para Chirac las cosas tampoco resultan fáciles. El reto tiene para él no sólo un significado personal, sino también uno político: el de estar siendo minado precisamente en uno de los terrenos sobre los cuales basó su campaña electoral: el de la seguridad. Las bombas dirigidas contra él y contra su autoridad representan un desafio ante el cual no tiene más opción que ganar. Y para ello necesita a Mitterrand. Es así como la lucha contra el enemigo común del terrorismo le ha dado a la "cohabitación" unas dimensiones y una solidez jamás imaginadas.--