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Pasado oscuro

Una demanda trae al primer plano la colaboración de la industria de Estados Unidos con los nazis.

19 de marzo de 2001

En las miles de peliculas que Hollywood ha producido sobre la Segunda Guerra Mundial nunca han salido estos protagonistas. Para los productores, tanto como para los espectadores, esa guerra estuvo dividida limpiamente entre los buenos y los malos, que es lo mismo que decir Estados Unidos y sus aliados, por parte de los prime ros, y Alemania y los suyos, por parte de los segundos. Pero esa pintura en blanco y negro viene mostrando unas zonas grises en los últimos tiempos. Sus protagonistas son las empresas transnacionales, que ya en la primera mitad del siglo XX mostraban que las utilidades económicas a veces están por encima de las lealtades patrióticas.

El episodio más reciente se vivió la semana pasada, cuando una firma de abogados estadounidenses presentó una demanda contra la International Business Machines, también conocida como IBM, la mayor productora de computadoras del mundo. La acción legal afirma que la IBM proveyó la tecnología, los productos y los servicios que permitieron a los nazis acatar la orden de Adolf Hitler: la exterminación de los judíos. La demanda coincidió con el lanzamiento de un libro titulado IBM y el Holocausto: la alianza estratégica entre la Alemania nazi y la compañía más poderosa de Estados Unidos, del investigador Edwin Black.

Los historiadores han conocido desde el final de la Segunda Guerra Mundial el uso que los nazis dieron a la tecnología conocida como Hollerith, basada en el uso de tarjetas perforadas, cuyas máquinas fueron durante muchos años lo más avanzado en manejo de bases de datos. Los contratos entre la Alemania de Hitler y la Dehomag, la filial de IBM en Alemania tenían por objeto, al menos en la superficie, la sistematización del censo poblacional de 1939. La parte siniestra consiste en que la Hollerith permitía discriminar a los habitantes según las características deseadas por el régimen nazi, principalmente por su condición de judíos.

En un boletín expedido por la firma demandante Cohen, Milstein, Hausfeld y Toll, el abogado Michael Hausfeld sostiene que “IBM en Estados Unidos se lucró por el uso del Tercer Reich de su tecnología, equipo y servicios usados en los campos de concentración. Hitler no hubiera podido identificar y atrapar tan eficientemente a los judíos y otras minorías, usarlos como esclavos y, al final, exterminarlos, sin la asistencia de IBM”. Suzette Malveaux, otra de las abogadas, dijo que “la demanda muestra que en sólo Dachau había 24 máquinas contadoras, tabuladoras e impresoras”.

Lo que se alega ahora es que la compañía no sólo suministró los equipos, sino que sus ejecutivos conscientemente dieron asistencia técnica, entrenamiento y servicio a sus clientes. Y que no sólo se lucró de esa conducta, sino que ha rehusado permitir a los historiadores el acceso a sus archivos.

La compañía siempre ha negado que sus técnicos y ejecutivos supieran el uso que los nazis daban a sus máquinas. Por lo pronto sus voceros como Ian Colley se han negado a dar declaraciones hasta no conocer el libro y la demanda.

No es la primera vez que una empresa norteamericana tiene problemas por una causa parecida. Pero la IBM tiene una condición especial. Cecille Kuznits, de la Universidad de Georgetown y experta en temas hebreos, comentó a SEMANA que la demanda contra IBM es notoria pues “se amplía el círculo de responsabilidades, hasta ahora las empresas demandadas eran en su mayoría relacionadas con temas militares, como armamento y equipos de transporte. En este caso son más graves, porque tiene que ver con el genocidio”.



Las dos grandes

La doctora Kuznits se refiere a las denuncias e investigaciones que en los últimos años han venido atormentando a otras grandes corporaciones norteamericanas como, entre otras, la Ford Motor Company y la General Motors. Los investigadores sostienen que ambas compañías no sólo tenían filiales en Alemania cuando estalló la guerra sino que cumplieron un papel clave en el equipamiento de los nazis.

La Ford se abrió en Alemania en 1927 y a mediados de los años 30 ya tenía una importante participación en el mercado automotor de Europa. La General Motors entró a Alemania al adquirir a la Opel en 1929. Henry Ford era un antisemita declarado, y publicó un panfleto titulado El judío internacional: el mayor problema del mundo. El propio Hitler tenía una foto del industrial en su oficina, y dos días antes de convertirse en canciller, en 1933, declaró a un periódico de Detroit que “Henry Ford es mi mayor inspiración”. El principal funcionario de la GM en Alemania, James Mooney, recibió el ‘Aguila Alemana’ de manos de Hitler y sólo la devolvió un año después de la declaración de guerra.

Eso no ayuda a los historiadores para enfrentar acusaciones como que los dos grandes no tuvieron inconveniente en convertir sus plantas alemanas en fábricas de camiones mientras en Estados Unidos se negaban a hacer lo mismo. En junio de 1940, luego de la caída de Francia, Henry Ford vetó un plan para producir motores Rolls-Royce de aviación, y la General Motors, mientras acordó que la Opel produjera, en conjunto con la Junker, el bombardero ‘Wunderbomber’, sostenía que su planta de Detroit “no era convertible para otros productos”.

Todos esos descubrimientos, hechos por investigadores por cuenta de las víctimas de los nazis, se basan en documentos oficiales tanto de Estados Unidos como de Alemania. Los mismos investigadores sostienen que hasta ahora esas compañías han logrado mantener la imagen que las ha acompañado todos estos años: la de que su papel en el esfuerzo industrial que llevó a la victoria sobre los nazis fue heroico.

Sin embargo, los investigadores anotan un hecho comprobable: ni la Ford ni la General Motors perdieron sus inversiones en Alemania, por dos razones: los nazis hasta último momento quisieron que la propiedad de las subsidiarias siguiera en manos norteamericanas, y por eso cuando la guerra hizo ilegales los contactos con la matriz, pusieron las plantas bajo fideicomiso. Y, como si fuera poco, ambas recibieron indemnizaciones por la destrucción de fábricas, primero de los propios nazis y luego de su derrota, de los aliados.

La historia del papel de la industria norteamericana en la Alemania nazi apenas se está escribiendo. La participación documentada de otras corporaciones, como la Du Pont, el Chase Manhattan Bank y la ITT podría revelar, en últimas, las preferencias de los capitalistas de Estados Unidos en la guerra. Pero nadie podrá quedar tan sorprendido como tantos soldados norteamericanos que, al llegar al teatro de combate, descubrieron que al otro lado los alemanes usaban camiones producidos por la Ford y la General Motors.