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Paso a la paz

Como ejemplo para el continente, finaliza la guerra civil en El Salvador

17 de febrero de 1992

EL CASTILLO DE CHAPULTEPEC, EN CIUDAD de México, se engalanó para recibir a los jefes de Estado y de Gobierno de los países centroamericanos y del "Grupo de amigos del secretario general de la ONU" (España, Venezuela, México y Colombia), así como al secretario general de esa organización y delegados de muchos países. El objeto de la ceremonia del jueves era la firma de la paz entre el gobierno de El Salvador y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). Un acuerdo que en palabras del presidente salvadoreño, Alfredo Cristiani, permite "la construcción de un nuevo país".
En efecto, el acuerdo de paz de El Salvador establece un hito en la historia de la resolución de conflictos. "Nunca un proceso había terminado con algo tan parecido a una revolución negociada", dijo el mediador principal de la ONU, el peruano Alvaro De Soto. Lo cierto es que el "nuevo" Salvador, tal como está concebido en el Acta de Chapultepec, guarda pocos recuerdos del país feudal, dominado por los militares, que imperó desde 1930 hasta el comienzo de los años 80. Para terminar la guerra, el FMLN renunció a "arrebatar el poder de los grandes terratenientes y capitalistas". A cambio de su desmovilización y conversión en partido político a partir de marzo, el FMLN obtuvo importantes reformas institucionales: la reducción del ejército a la mitad, la purga de los oficiales corruptos, la eliminación de los cinco batallones contrainsurgentes y el desmantelamiento de cuatro cuerpos de policía acusados de desapariciones y asesinatos.
La represión del delito será asumida por una Policía Nacional civil, a la que podrán acceder todos, pero sobre todo los menos implicados en la guerra. Más importante, la academia militar cambiará su doctrina de seguridad nacional: las fuerzas armadas ya no se usarán para combatir a la disidencia interna. El panorama se completa con la reforma al sistema judicial (para eliminar la impunidad) y con la revitalización de la reforma agraria.
Todos esos puntos podrán levantar protestas de los sectores afectados. Pero los cambios verdaderos parecen estar en el corazón de los salvadoreños. No por otra razón muchos propietarios de tierras en el sector dominado por el FMLN han aceptado ya la legalidad de su reparto a los campesinos y el comandante guerrillero, Schafick Handal, se declara a favor de la privatización de los bancos. Los salvadoreños parecen haber dejado sus ideologías atrás, en medio de los charcos de sangre.
A pesar de todo, los peligros de la "involución" del proceso no han desaparecido. Por eso la reconstrucción está en primer plano. Cristiani afirma que se requerirán 10 mil millones de dólares para recuperar la infraestructura, de los cuales se requieren 650 en forma inmediata y sólo se dispone de 17. Hay que comenzar por lo elemental. Mientras entre 1980 y 1990 se incrementó la población de 4.4 a 5,3 millones, la cobertura del agua potable disminuyó en 11 por ciento, para quedar en el 40 por ciento global, y en el nueve en el campo. Hay 12 centros de salud en el país, la mortalidad infantil es de 61 por cada mil nacidos vivos y se invierte el 0.8 por ciento en salubridad. Los daños humanos son más graves: además de los 75 mil muertos y del millón de desplazados, un informe de Unicef sostiene que 300 mil menores de 14 años sufren incapacidad física o mental como consecuencia del conflicto y cerca de 90 mil familias quedaron disueltas.
De ahí que la mayoría de los discursos se refirieran a ese tema. Salinas de Gortari lo dijo también en el almuerzo que siguió: "Así como se sostuvo la guerra con un apoyo inmenso, en la misma medida se debería apoyar la paz".
Aunque las partes se resistían a reconocerlo, los cambios geopolíticos fueron determinantes. Cuando cayó el muro de Berlín, los sandinistas ya habían comenzado a retirar su apoyo activo al FMLN. Cuando llegó George Bush a la presidencia en Washington, "desideologizó" el compromiso de su país y empezó a presionar por la paz. Y la llegada de Alfredo Cristiani, un empresario que representa a la nueva burguesía salvadoreña, significó el impulso final. El cierre del capítulo podría influir en Guatemala y Colombia, donde están en curso negociaciones con grupos insurgentes. Como dijo el secretario de la OEA, Joao Baena Soares, "la situación de esos países es diferente", pero El Salvador demuestra que "la solución de nuestros problemas pasa por caminos pacíficos ".