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Paz, guerra o derechos humanos

Con sus misiones de paz en graves dificultades y la conferencia de derechos humanos al borde del fracaso, la ONU está en malas condiciones.

19 de julio de 1993

LA ORGANIZACION DE NAciones Unidas, el mayor organismo internacional del planeta, está de capa caída. Su estructura, fundada en el orden internacional que surgió después de la Segunda Guerra Mundial, parece incapaz de ajustarse a los requerimientos del mundo postguerra fría. Esa situación se explica en parte porque desde su fundación en 1948, la Organización tuvo que mantener un difícil equilibrio entre dos potencias antagonísticas que dividieron los países del mundo en sus órbitas de influencia. De esa época proviene la tendencia a no llamar las cosas por su nombre, a tomar decisiones tan generales que nadie se sienta directamente afectado y a usar los más variados eufemismos y tecnicismos para maquillar sus resoluciones.
Ante la desaparición de la URSS, era imperativo proceder a la reforma del organismo, para evitar que terminara identificado con la única potencia dominante, esto es, Estados Unidos. Eso no se ha hecho por falta de voluntad de los países miembros del Consejo de Seguridad, que son los vencedores del último conflicto mundial. En esas condiciones, se teme que la confrontación este-oeste de paso a la norte-sur. De hecho, muchos líderes africanos y asiáticos creen, con razón o sin ella, que la ONU está al servicio de los intereses del hemisferio norte en general, y de los Estados Unidos, en particular.
Esa perdida de credibilidad es la razón fundamental para que, con excepciones como El Salvador, las misiones pacificadoras de la ONU esten en problemas. Hasta 1991, la ONU tenía estacionados cascos azules en el Sinaí, India-Pakistán, Chipre, altos del Golan entre Siria e Israel y Líbano. En ese año sumaron nuevas operaciones, comenzando por la frontera entre Irak y Kuwait y mas tarde Angola, El Salvador, Sahara Occidental, Yugoslavia, Camboya, Somalia y Mozambique.
Irónicamente, jamás la organización había gastado tanto dinero y dedicado tantos recursos humanos a ese fin. Pero la semana pasada, la masacre de civiles somalíes a manos de los cascos azules pakistanies que estaban en su país para protegerles, demostró que la ONU debe replantearse la intervención por razones humanitarias.
El espectáculo de Somalia es particularmente aleccionador, porque la presencia de la ONU fue precedida por la decisión unilateral de Washington de intervenir para superar la hambruna. Pero ese objetivo humanitario no consultó las realidades internas de Somalia. Las tropas de la ONU intentan ahora capturar al general Mohammed Farah Aidid, lo que podría llevar al absurdo de convertir a ese oscuro cabecilla en un mártir de la autodeterminación de su pueblo. La ONU quedaría en el plan de un tonto bravo y armado, convertido en asesino por ser incapaz de controlar su reacción ante lo que percibe como una ofensa.
Las dificultades de Camboya y Angola nacen de la negativa de los líderes guerrilleros a aceptar el resultado de las elecciones pactadas, pero tienen su origen en el mismo problema de ceredibilidad que alcanza niveles inauditos en el caso de Yugoslavia.
La conferencia sobre derechos humanos en Viena no mejorará las cosas, porque sus principios están basados en la misma concepción de las relaciones internacionales. Mientras el primer mundo no acepte al desarrollo como uno de los derechos humanos, no estarán sentados los cimientos para el nuevo orden que el planeta necesita con urgencia. Orden que se basaría en un código común que acabe con la diferenciación de derechos civiles, políticos y económicos y entre derechos individuales y colectivos, entre derechos de minorías y mayorías, de aborígenes y pobladores. Pero la conferencia, plagada de viejos eufemismos y generalidades, no ofrece buenas perspectivas. -