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PERDIDOS EN EL ESPACIO

El informe sobre el accidente del Challenger señala a los culpables y plantea dudas sobre el futuro de la carrera espacial.

14 de julio de 1986


Tal como se había anticipado prácticamente desde las primeras investigaciones, el fatal accidente en el que el pasado 28 de enero murieron los 7 tripulantes de la XXV misión del Challenger, tuvo su origen en un sello de uno de los cohetes de propulsión y en una serie de factores adicionales, como los efectos de la temperatura, la dimensión y carácter de los materiales y los efectos del rehuso del transbordador espacial.

Las conclusiones de la comisión nombrada por el presidente Ronald Reagan después del accidente, dadas a conocer la semana anterior, sólo confirmaron, pues, lo que la intuición de los científicos había indicado desde el comienzo, en lo que a la causa concreta del accidente se refiere. Pero detrás de ella, tal como se había venido denunciando recientemente en las audiencias de la comisión misma y en varios informes y documentos oficiales y no oficiales dados a conocer desde el día de la tragedia, hubo múltiples fallas administrativas y técnicas en que, desde hace más de 10 años, han venido incurriendo la agencia espacial norteamericana NASA y muchos de sus contratistas.

Pero si las 256 páginas del reporte final no constituyeron en general sorpresa alguna, por primera vez la comisión afirmó enfáticamente que los administradores de la NASA en Washington tenían, desde 5 meses antes del fatal accidente, información suficiente para haber justificado la suspensión de los vuelos del transbordador por las fallas detectadas en los cohetes de propulsión. En otras palabras, el accidente hubiera podido evitarse.

¿Qué impidió entonces que los directivos del programa espacial no tomaran la decisión a tiempo? Una repetida serie de errores administrativos y de ingeniería, de negativas a reconocer la seriedad del problema del combustible sólido en los cohetes propulsores, de deficiencias en los sistemas del control de calidad y fallas en los sistemas de comunicación administrativa, impidieron el paso oportuno y vital de información que afectaba la seguridad del proyecto, desde los niveles inferiores de la organización hasta los niveles de toma de decisiones.

Sí se puede
Sin proporcionar nombres concretos, actitud que ha sido ampliamente criticada por un gran número de congresistas demócratas un tanto ávidos de señalar culpables de carne y hueso en quien expiar las culpas compartidas a lo largo de más de 3 administraciones, la comisión no vaciló sin embargo en señalar tanto a la NASA como a la compañía constructora del cohete, la Chiokon, y al centro de vuelos espaciales Marshall en Alabama, responsables del manejo, diseño y producción del cohete como las principales instituciones implicadas en las fallas del accidente.

La NASA, naturalmente, es la que sale peor librada en el asunto. La comisión llegó a la conclusión de que en su esfuerzo por mantener el transbordador espacial dentro de una relación costo-beneficio que resultara aceptable, la NASA sistemáticamente fue desmantelando los sistemas de control de calidad y seguridad que habían hecho del programa Apolo un éxito.

La agencia, guiada por una actitud de "sí se puede", llegó a creerse peligrosamente infalible y capaz de grandes logros a pesar de estar deficientemente preparada para la planeación y la rigurosa disciplina que requiere operar un transbordador espacial.

Después de señalar detalladamente las causas del accidente y de hacer las consideraciones del caso, el reporte concluye con una serie de recopilaciones en las distintas áreas, entre las cuales se encuentran la centralización de la autoridad ahora dispersa en los distintos centros espaciales, en la Dirección del Programa Espacial, el establecimiento de una oficina de seguridad y control de calidad, independiente de las demás secciones de la agencia, que haga sus reportes directamente al administrador de la NASA; y la reducción de la presión sobre el programa de transbordadores espaciales, como sistema único de transporte de carga en el espacio.

El informe, bien recibido por el público en general, confirma sin embargo los temores que ya los expertos en materia espacial habían venido manifestando indefinidamente: la carrera espacial de los Estados Unidos si bien no se detendrá, por lo menos tendrá que aminorar el paso, hasta encontrar sistemas de lanzamiento que resulten totalmente confiables. Los sucesivos fracasos del Challenger y los cohetes Tan y Delta, así como la suspensión del programa "Centauro", han dejado a los Estados Unidos virtualmente incapacitados para lanzar carga útil al espacio, incluyendo satélites de comunicación meteorológicos, equipo militar e instrumentos científicos. Sin embargo y a pesar de que la construcción de un nuevo transbordador espacial cuenta ya con el respaldo presidencial, la terminación de éste de ninguna manera podría tener lugar antes de julio de 1987 y muy posiblemente se postergaría hasta 1988.

Aunque los satélites en órbita con que cuenta actualmente los Estados Unidos son suficientes por ahora, según John Tike, vocero de la Federación Americana de Científicos, "si no entramos de nuevo en operación rápidamente, nuestros sistemas ya en órbita podrían perderse al no poderse reparar o renovar". Hecho que beneficiaría comercialmente a otras agencias espaciales, como la europea Ariane e incluso a los pequeños competidores japoneses y canadienses.

En cuanto al futuro de la "Guerra de las Galaxias", como se ha denominado al Sistema de Defensa Antimisiles (FDI) de la administración Reagan, también se verá afectado, pues está fundamentado en el establecimiento de bases espaciales y depende de la capacidad del programa espacial de colocar dichas bases en órbita. Con un costo que sobrepasa en sus primeras aproximaciones un millón de millones de dólares, el FDI requeriría de vehículos de lanzamiento con una capacidad de carga más de 50 veces superior a la de cualquiera de los transbordadores espaciales diseñados hasta ahora. Sin un proyecto factible a la vista y aún sin haber convencido a muchos de los congresistas que deben autorizar la nueva apropiación de 4.800 millones de dólares que el proyecto requiere para el año fiscal que se inicia en octubre, la "Guerra de las Galaxias" parece todavía un sueño remoto del presidente Reagan. o