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¿QUE PASA CON EL G-3?

El aplazamiento de la firma del acuerdo de libre comercio de México, Venezuela y Colombia, produce toda clase de dudas.

21 de febrero de 1994

LA SEMANA PASADA LA FIRMA DEL ACUERdo de libre comercio entre el Grupo de los Tres (México, Venezuela y Colombia) era casi un hecho. El plan oficial hablaba de que los presidentes Carlos Salinas de Gortari, Ramón J. Velásquez y César Gaviria Trujillo pensaban reunirse el 20 de enero en Cartagena de Indias para rubricar el que habría de convertirse en el instrumento de integración más amplio de Latinoamérica, un acuerdo diseñado a imagen y semejanza del que celebraron México, Estados Unidos y Canadá, y conocido por sus siglas en inglés como NAFTA.
Aparentemente todo iba bien. Desde el inicio del mes de enero una comisión jurídica y técnica de los tres países estaba en Ciudad de México para darle los toques finales al documento de 200 páginas sin incluir los anexos.
Pero ya entonces se señalaba el peligro de que la transición política venezolana se convirtiera en un obstáculo para la entrada en vigor del acuerdo. Lo cierto es que el presidente electo de ese país, Rafael Caldera, ya había expresado sus críticas al proyecto, en medio de una campaña política en la que sonaban más fuerte las críticas contra el orden establecido en el gobierno de Carlos Andrés Pérez que las propuestas concretas para solucionar los problemas del país.
Las cosas comenzaron a complicarse cuando Caldera, quien había manifestado su disposición a estar presente en la ceremonia de firma, dejó saber por medio de terceros al presidente Velásquez que no estaba seguro de la conveniencia de la firma del acuerdo sólo pocos días antes de su posesión. Velásquez, consciente de su difícil posición histórica y como presidente interino a punto de entregar el poder, hizo saber a su colega mexicano que Venezuela tendría problemas para firmar en la fecha prevista.
En ese momento Salinas de Gortari resolvió aprovechar la oportunidad y pedir el primer aplazamiento de la firma. La razón que se adujo era que en el mismo día previsto el presidente mexicano tendría que asistir al Congreso para presentar la ley de amnistía para los alzados del estado de Chiapas.
Pero el argumento no parece tener mucho peso. Primero, porque el Congreso mexicano está dominado por el gobernante Partido Revolucionario Institucional (PRI) y, por lo mismo, no se caracteriza por los debates, sobre todo si se trata de una iniciativa gubernamental de esa importancia. Y por otra parte, es bien conocido que el presidente mexicano tiene los mejores aviones presidenciales de la región y nada le hubiera impedido viajar a Cartagena y regresar en el mismo día.
Sin embargo, ese esfuerzo sólo hubiera sido un hecho si el tema del G-3 fuera prioritario, y por visto no lo fue. Todo indica que el mexicano hizo el trabajo sucio de pedir el aplazamiento no sólo porque sabía que Venezuela no estaba dispuesta a firmar, sino porque él también recibía torpedos de su propio sector privado, que quiere reformas en algunos temas como el automotor y el textil.
Ese aplazamiento inicial les dio la oportunidad, a su turno, a los venezolanos de dejar indefinidamente la firma para despuès de la posesión de Caldera, lo cual en últimas se convierte en la mayor fuente de incertidumbre. Los ministros Jaime Serra Puche, de México; Miguel Rodríguez, de Venezuela, y Juan Manuel Santos, de Colombia, se disponían a reunirse en privado en Bogotá al cierre de esta edición, para discutir algunos problemas de última hora, y, en el mejor de los casos, inicializar el acuerdo. De esa manera, Colombia y México dejarían cerradas las negociaciones en espera de la aprobación congresional antes de agosto.
Pero a estas alturas muchos dudan de que el mercado común del G-3 entre en vigencia, al menos en el corto plazo. La primera razón es Venezuela, cuyo sector bancario atraviesa un momento muy difícil, mientras penden sobre su gobierno crisis fiscales y cambiarias. Una situación que se une a brotes de insurrección social que podrían hacerse incontrolables, como los disturbios por el alza del transporte. Caldera no tiene mucho juego para defender el acuerdo en un parlamento hostil y atomizado. Lo menos que podría hacer sería conseguir nuevas concesiones, apoyado, entre otras cosas, en el anticolombianismo.
Además, todo indica que tampoco México tiene mucho entusiasmo en poner en marcha el acuerdo, porque su propia explosión social en Chiapas, a tiempo que está ajustándose al TLC de Norteamérica, relegan al G-3 a una prioridad muy baja.
En esas condiciones parece que Colombia se está quedando sin nadie con quién bailar, pero los optimistas dicen que la fiesta apenas comienza.