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Rabo de paja

Problemas en el gabinete de Bush.

20 de marzo de 1989

Al presidente Bush, su campaña para elevar el nivel moral del equipo de gobierno le ha traído hasta ahora más dolores de cabeza que satisfacciones. Decidido a eliminar de su horizonte las dudas que varios colaboradores de su antecesor dejaron en el ambiente político norteamericano, una de sus banderas al asumir la Casa Blanca fue la aplicación de requisitos éticos más estrictos en cuanto a sus colaboradores.
A pesar de eso, las andanadas de la prensa no se han hecho esperar contra algunos candidatos de Bush para el gabinete e incluso contra secretarios (ministros) que ya han sido ratificados por el Congreso. Los problemas arrancan con el candidato a secretario de Salud, Louis Sullivan, quien ha sido acusado de querer mantener sus relaciones financieras con la Morehouse Medical School, una prestigiosa facultad de medicina de la que es copropietario. Bush lo ha defendido diciendo que "todo lo que hizo fue preguntar" si podía seguir vinculado a la institución.
Con los ecos del asunto de Sullivan aún en el ambiente, se presentó el problema más incómodo cuando Bush nombró a John Tower como secretario de Defensa. Tower es un hombre con antiguas vinculaciones políticas con el presidente, pero tenía el rabo de paja de haber servido como consultor de múltiples empresas de defensa, como LTV Aerospace, Rockvell International, Martin Marietta y Textron Inc. , en contratos por cientos de miles de dólares. Como si fuera poco, Tower es, según algunos, alcohólico y demasiado dado a las mujeres "que no son su esposa", como una bailarina rusa con la que, se dice, tuvo una larga relación.
En espera de que el FBI aclare las anteriores acusaciones, la ratificación senatorial de Tower está en entredicho. Mientras tanto, en el seno del gabinete emergió una fuerte confrontación entre el asesor legal, C. Boyden Gray y el secretario de Estado James Baker, porque el primero, encargado de vigilar la ética de los funcionarios, parece haber presionado al segundo para vender sus acciones en el Chemical Bank, que por hacer préstamos a naciones del Tercer Mundo podría significar conflicto de intereses con el secretario de Estado. Baker resolvió vender sus acciones, de las que sólo se sabe que son un paquete millonario, pero el cisma en la administración quedó planteado. Lo que todos se preguntan a estas alturas es cómo pudo el presidente embarcarse en una campaña ética tan estricta sin darse cuenta de que su aplicación podría afectar a sus colaboradores, que en su mayoría son gente rica con múltiples intereses económicos. Y en el caso de Tower, los observadores notaron la misma terquedad con que Reagan defendió a Edwin Meese, ex secretario de Justicia, en sus peores épocas. Los nuevos aires, por lo visto, no son tan nuevos.