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D E N U N C I A S

Rabo de paja

Según la revista ‘The New Yorker’, el general Barry MacCaffrey no ha aclarado su responsabilidad en masacres de la Guerra del Golfo.

19 de junio de 2000

El general retirado Barry MacCaffrey, quien hoy es muy conocido en Colombia por su nuevo papel de zar antidrogas de Estados Unidos, libra una nueva batalla. Pero esta vez no es contra las mafias, ni contra el Vietcong. MacCaffrey está enredado en una controversia con un periodista que sostiene que el general manchó sus manos de sangre en el Golfo Pérsico.

Su adversario es el periodista Seymour Hersh, quien se hizo famoso por denunciar la matanza de My Lay, cometida por tropas norteamericanas en Vietnam. Hersh publicó en días pasados un extenso reportaje en la respetada revista The New Yorker, en el que revive el tema del papel de MacCaffrey en el conflicto, que enfrentó a varios países, liderados por Estados Unidos, contra las tropas iraquíes de Saddam Hussein en 1991.

El artículo cuestiona las conclusiones de una investigación llevada a cabo poco después de los hechos por el comando de investigaciones criminales del ejército, que exoneró a MacCaffrey de responsabilidad. Hersh se basa en declaraciones de oficiales que denuncian que el general, conocido por su mando ambicioso y agresivo, tomó a sabiendas decisiones que llevaron al resultado trágico.

La discusión se refiere, en primer lugar, a los hechos ocurridos el 2 de marzo de 1991, dos días después del comienzo del cese al fuego. Una columna motorizada iraquí se encontró de manos a boca con las tropas de MacCaffrey. En la confusión se produjeron disparos de la parte árabe y los norteamericanos desplegaron todo su poder de fuego. Como resultado, varios cientos de carros de combate iraquíes fueron destruidos y el propio MacCaffrey anunció que habían muerto unos 400 soldados de esa nacionalidad. Algunos observadores consideraron esa ‘batalla’ como una de las acciones más desequilibradas de esa guerra desigual.

Hersh cuestiona la investigación militar y sostiene que el descontento sobre la conducción de MacCaffrey se produjo incluso entre sus propios subalternos de su división 24. Cita oficiales que sostienen que el general provocó deliberadamente el encuentro al estacionar su unidad en una ruta previsible de retirada del enemigo, que la mayoría de los tanques iraquíes iban a bordo de camiones y con la torreta mirando hacia atrás y que si hubo disparos iraquíes fue por el pánico natural ante semejante encuentro. Hersh cita al general James Johnson, comandante de la división 82 aerotransportada, quien le dijo que “no había necesidad de dispararle a nadie. No podían rendirse más rápido. La guerra había terminado”. Y a Patrick Lamar, jefe de operaciones de MacCaffrey, quien describió el hecho como una “enorme patraña”.

Otra denuncia, aun más grave, se refiere al asesinato por tropas estadounidenses, dos días antes, de unos 350 prisioneros iraquíes desarmados. Aunque MacCaffrey no estuvo personalmente en ese caso, Hersh sostiene que su estilo agresivo creó las condiciones sicológicas para el abuso de la fuerza.

Según la reseña del diario The New York Times, MacCaffrey tiene montada ya una campaña de contrapeso a las acusaciones mediante cartas a la prensa en las que denuncia una persecución personal de Hersh, así como sus tácticas de indagación, y menciona el resultado de la investigación oficial, según la cual la masacre de prisioneros nunca se produjo y el ‘combate’ con la columna en retirada estaba dentro de las reglas del cese al fuego. Pero la herida sigue abierta.