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REGRESO A CASA

Los testimonios de los rehenes del TWA estremecen a la opinión mundial

5 de agosto de 1985

Después de la alegría tras el regreso a casa, llegó la amargura. Solo pocas horas habían pasado después del eufórico recibimiento de los rehenes norteamericanos de Beirut, cuando surgieron las represalias contra el Líbano, las revelaciones tristes y las presiones contra la libertad de prensa. Tal ha sido el contradictorio epílogo del dramático suceso que acaparó la atención internacional durante los 17 dias que duró el más largo secuestro aéreo de la historia de la aviación civil.
"Fue una crisis como cualquier otra", declaró con aparente serenidad, en la tarde del domingo, el asesor de Seguridad, Robert McFarlane, por lo que muchos creyeron que Washington continuaria con la tónica de prudencia respecto del Libano en vista de que otros siete norteamericanos, capturados antes del desvio del avión de la TWA, permanecen en manos de los militantes chiítas en algún lugar del país.
Pero no. La administración norteamericana que había prometido no negociar con los terroristas y que terminó negociando varias cosas--sino con ellos directamente, si al menos con los que estaban en contacto con ellos--, anunció que a consecuencia del secuestro de los 39 norteamericanos tomaría varias medidas económicas, a saber: · Llamará a un boicoteo del aeropuerto de Beirut y suspenderá los vuelos del Libano hacia Estados Unidos y viceversa, medida que Inglaterra se apresuró a secundar.
· Prohibirá el aterrizaje en Nueva York de aparatos de la compañia de aviación del Libano. La secretaria de Transporte norteamericana, Elizabeth Dole, anunció que está buscando que se prohiba en Estados Unidos la venta de cualquier boleto de avión con destino al Libano.
Finalmente, cinco millones de dólares han sido ofrecidos por la captura de los militantes chiítas que asesinaron a Robert Dean Stethem, uno de los pasajeros del boeing. Según Bernard Kalb, un vocero del Departamento de Estado, los Estados Unidos además recurrirán a "esfuerzos unilaterales" contra los autores del secuestro del avión.
El marco de tales anuncios fueron las nuevas versiones que algunos de los ex rehenes comenzaron a dar sobre las condiciones en que estuvieron presos, que contradicen las afirmaciones hechas antes por otros de sus compañeros de infortunio. El neurólogo Arthur Toga, por ejemplo, comentó que los piratas jugaron a la "ruleta rusa" con él llenándolo de pánico y que a todos los cautivos los mantuvieron en condiciones miserables, en medio de ratas y cucarachas. Thomas Cullins, otro ex rehén, aseguró que la azafata Uli Derickson, de quien se creyó en un momento que bajo presiones habia seleccionado los pasaportes con nombres que "sonaran" a judio, fue "increíblemente valerosa". Según él, la azafata se opuso con sus puños a algunos abusos de los terroristas y recibió golpes por ello. Toga agregó que uno de los secuestradores se enamoró de ella y le pidió que saliera del avión y se casara con él. "El hombre lo dijo en serio y ella lloraba al pensar lo que le esperaba de quedarse allí ".
Esta última visión de las cosas entra en conflicto con las declaraciones que diera Robert Brown otro rehén, despues de la liberación, en el sentido de que las condiciones en Beirut fueron buenas, y de las de Stuart J. Dahl, un oficial de la Marina norteamericana quien comentó que la milicia Amal "realmente salvó nuestras vidas". Allyn B. Conwell, que actuó como vocero del grupo de pasajeros durante la rueda de prensa en Beirut, hizo varias declaraciones en favor de que los prisioneros libaneses en manos de Israel fueran puestos en libertad.
Nadie duda, eso si, que al menos dos de los rehenes, los marines Robert Dean Stethem, el asesinado, y Clinton Suggs, fueron brutalmente golpeados en el avión, según testimonia el piloto del mismo John L. Testrake.
Otro sector que a la larga y de manera injusta podria salir perdiendo con este episodio de los rehenes es la libertad de prensa en Estados Unidos.
Fue Henry Kissinger uno de los primeros en poner el grito en el cielo: "Es una humillación para los Estados Unidos ver a sus ciudadanos en la pantalla de televisión forzados a decir que ellos son bien tratados por los terroristas chiítas". Las conclusiones que sacaron los que piensan como el ex secretario de Estado, son que los medios de información, en particular la televisión, fueron "cómplices inconscientes" de los piratas chiitas, por haber servido a los intereses publicitarios de éstos. "La autocensura parece será la solución" afirmaba el jueves pasado el diario conservador parisino Le Fígaro.
Empero, las verdaderas lecciones que hay que sacar del incidente son otras. En primer lugar, el secuestro de Beirut volvió a mostrar los límites del poder norteamericano ante actos terroristas fuera de sus fronteras, tanto por lo que pudo hacer durante el desarrollo de la acción misma como por lo que está en posibilidades de implementar en represalia. Desde este punto de vista, la crisis se resolvió desfavorablemente para la administración Reagan, a pesar del "happy end". No se olvide que las exigencias de los chiitas (liberación de los libaneses en Israel y renuncia a represalias militares contra el Libano) han sido aceptadas, ante el hecho cumplido de que otros siete norteamericanos aun no han sido rescatados. Reagan por otra parte, no encontró, apoyo ni del mismo Pentágono, ni de su ministro Weimberger para una acción de tipo militar durante la pesadilla, dada la ausencia de un objetivo claro que no pusiera en peligro la vida de los pasajeros.
En segundo lugar, Siria, país a quien realmente se debe la puesta en libertad de los norteamericanos, le ha hecho un "favor" a Reagan que no dejará de tener consecuencias en el plano político de la región. Ha podido, además, ratificar la certidumbre de que Damasco es el interlocutor central en todo lo que de ahora en adelante tenga que ver con el Medio Oriente.
El movimiento chiita, a su vez, ha conseguido valiosa publicidad al haber podido exponer los motivos y aspiraciones de su causa ante todo el mundo. Finalmente, las relaciones entre Israel (quien comenzó a liberar los 734 libaneses) y Estados Unidos han sido sometidas a una dura prueba y las fricciones que indudablemente se generaron entre telones, podrían "rendir frutos" más adelante. -
LOS QUE QUEDARON
Son trece los extranjeros que aun permanecen en poder de los grupos armados libaneses y de cuyo paradero nadie da razón. El 25 de marzo de este año, Marcel Carton y Marcel Fontaine, dos diplomáticos franceses, fueron secuestrados en Beirut. La misteriosa Jihad Islámica (algunos piensan que es sólo una sigla que emplean diversos grupos guerrilleros locales) se atribuyó el acto. El 16 de marzo de 1984 William Buckly, un diplomático norteamericano, desapareció también en manos de la Jihad Islámica. El 25 de marzo igualmente un funcionario inglés de la ONU que trabajaba con refugiados palestinos, es raptado de su casa. El 8 de abril es secuestrado el sacerdote Benjamin Weir. El 3 de diciembre, le ocurre lo mismo a Peter Kilburn, un bibliotecario norteamericano que hacia 20 años vivía en Beirut.
A comienzos de 1985 el 8 de enero, un sacerdote católico, Lawrence Jenco, desaparece. El 16 de marzo le ocurre otro tanto a Terry Anderson, director de Associated Press. El 22 de mayo secuestran a Jean-Paul Kauffmann, enviado especial de Evenement du Jeudi, junto con el investigador histórico Michel Seurat, en el aeropuerto de Beirut. El 28 de mayo cae en poder de shiítas David Jacobsen, director de la Universidad norteamericana de Beirut. Thomas Sutherland, director del departamento de agricultura de la misma universidad desaparece a su vez. El 27 de junio pasado Alfred Yagobzadeh, fotógrafo de Sipa Press, es secuestrado en plena calle. Florence Raad, periodista francesa, es secuestrada el 1° de mayo. -