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Casi dos años después de la revolución que tumbó al dictador Hosni Mubarak, la plaza Tahrir se volvió a llenar de manifestantes. Esta vez piden la cabeza del presidente islamista Mohamed Morsi. | Foto: AFP

EGIPTO

Revolución parte II

Las intenciones de Mohamed Morsi de asumir poderes dictatoriales tienen al país dividido. Los liberales y cristianos se enfrentan con los islamistas que defienden al gobernante y algunos temen una guerra civil.

8 de diciembre de 2012

Egipto ha vuelto a arder. Solo 22 meses después de que la presión de una multitud impulsada por el fervor de la Primavera Árabe tumbó al todo poderoso dictador Hosni Mubarak, cientos de miles de personas se han lanzado de nuevo a la calle para protestar contra el recién elegido presidente Mohamed Morsi. Lo acusan de estar buscando imponer una nueva dictadura. Y en la mítica plaza Tahrir se le considera desde hace semanas como "el nuevo villano".

En un tiempo récord de cuatro meses en el poder, Morsi ha logrado indignar a un gran sector de la población con decisiones impopulares que han aumentado la desconfianza sobre las intenciones de los Hermanos Musulmanes, agrupación islamista a la que Morsi representa. Pero su medida más impopular, sin embargo, llegó el pasado 22 de noviembre cuando anunció un decreto "temporal" que lo declaraba por encima de la ley.

Morsi se defendió con el argumento de que era la única alternativa para prevenir que la Corte -que según él todavía está llena de seguidores de Mubarak-, boicoteara el proceso de la nueva Constitución. Aseguró que  lo derogaría una vez esta fuera aprobada. Pero la diversa y compleja oposición egipcia no compró el argumento del nuevo rais.

Desde diferentes frentes de la sociedad, al fin y al cabo, se había señalado sistemáticamente que la Asamblea Constituyente estaba dominada por los islamistas y no representaba a las minorías ni a las mujeres. Como consecuencia, la mayoría de los grupos liberales, seculares y cristianos decidieron retirarse el pasado octubre dejando a los islamistas como únicos autores de la nueva Carta Magna.

Morsi, sin embargo, no se inmutó. Con su imagen internacional por lo alto por el papel que jugó en el cese al fuego entre israelíes y palestinos en la Franja de Gaza, el presidente pidió acelerar la presentación del borrador de  la Constitución que será presentada a un referéndum este 15 de diciembre. Al menos tres meses antes de lo que estaba estipulado.

Fue así como las escenas de aquel enero de 2011, en las que El Cairo ardía, han vuelto a repetirse. Miles de personas llenaron la plaza Tahrir al igual que las proximidades del palacio presidencial para pedir que se detenga el referéndum y que Morsi levante aquel polémico decreto. "La gente quiere la caída del dictador", se ha vuelto a gritar como en tiempos de Mubarak.

Y las protestas han terminado en una nueva batalla campal que hicieron recordar las escenas del comienzo de la revolución egipcia cuando Mubarak tiró a la calle a sus bandidos montados en camellos y caballos. En esta ocasión, los verdugos eran miembros de los Hermanos Musulmanes, hombres de barbas abultadas que en 2011 ayudaron a tumbar a quien llamaban el "faraón".

Estas imágenes causaron un gran impacto. Ya no eran los cuerpos policiales quienes atacaban a los manifestantes sino ciudadanos como ellos que gritaban "Morsi, Morsi". "Estamos peleando por la ley de Dios en contra de los seculares y los islamistas", decía alguna de las consignas que se oían en las proximidades al palacio Presidencial.

Y es que mientras la oposición acusa a los islamistas por esta nueva oleada de ataques que ya cobraron siete vidas y setecientos heridos, desde el palacio presidencial Morsi parecía ver las cosas diferentes. En una intervención televisiva Morsi acusó a fuerzas extranjeras de infiltrar la oposición. También dijo que no permitiría que nadie trabaje para derrocar un gobierno elegido legítimamente.

La intervención de Morsi, que en opinión de muchos analistas llegó demasiado tarde,  provocó la reacción inmediata de los opositores que vieron en su discurso la arrogancia de los dictadores. Horas más tarde varias sedes de los Hermanos Musulmanes eran atacadas y se convocó a una manifestación masiva el viernes. Al cierre de esta edición los grupos opositores habían rechazado la invitación presidencial a reunirse a dialogar. Según los analistas fue el único gesto positivo de un discurso que no dio ninguna concesión a la oposición.

Para la oposición esta alternativa no es viable y exigen anular el referéndum. Una de las críticas es que la sociedad no ha tenido tiempo para leerla con calma y para entender qué es realmente lo que va a votar. Y es que desde diferentes frentes se asegura que la Constitución tiene sus logros pero también sus grandes fallas. Se afirma, para empezar, que deja abiertas múltiples interpretaciones. Diversas organizaciones de Derechos Humanos, por su parte, denunciaron que limita la protección contra los abusos del Estado y no da herramientas para proteger las libertades religiosas. También se ha asegurado que deja una ventana abierta para intervenir en las libertades íntimas.

"No existen las bases para una negociación real y seria", aseguró el exsecretario general de la Organización de Energía Atómica, Mohamad Al Baradei, nombrado representante del nuevo Frente de Salvación Nacional que reúne gran parte de los opositores. En El Cairo, al fin y al cabo, se dice que Morsi logró lo imposible. Por primera vez los opositores de Mubarak han terminado por estar en el mismo bando que los que lo apoyaron.

Las críticas a Morsi también llegan de sus colaboradores. Siete integrantes de su círculo renunciaron en la última semana, entre ellos el director de la televisión pública y el secretario general de la comisión que vigila la puesta en marcha de referéndum. "No participaré en un referéndum que expande la sangre de los egipcios", dijo Zaghoul el Balshi. A esto se suma que los tribunales se han declarado en huelga hasta que Morsi se retracte y los fiscales, que en teoría iban a vigilar el referéndum, también lo han rechazado.

"En este momento la sociedad egipcia vive una profunda polarización. El nivel de tolerancia es mínimo. Esta generación ha heredado el legado de desconfianza hacia los Hermanos Musulmanes que por décadas han sido demonizados como radicales que amenazan la sociedad", aseguró la periodista egipcia Shamira Amin. Dice que los liberales, los gestores de la revolución contra Mubarak, están atrapados por el miedo de que la hermandad  imponga la ley islámica.

A estas alturas la gran pregunta que se hacen en Egipto es cómo salir de este cuello de botella. Analistas como Shadi Hamid, director de investigación de Instituto Brooking de Doha, piensan que si bien Morsi ha llegado bastante lejos, el proceso democrático sigue. "Y esto hace una gran diferencia con los tiempos de Mubarak", dijo Hamid a la cadena Qatarí Al-Jazera.

Sin embargo, otros analistas piensan que el problema es mucho más complejo. La sociedad está polarizada. Por un lado está la oposición que no parece tener intenciones de retirarse de la calle y renunciar a la revolución que iniciaron hace casi dos años. En el otro bando están los islamistas que se sienten los dueños de aquella revolución a la que solo se unieron cuando ya los jóvenes seculares llevaban días pidiendo la renuncia de Mubarak. Y en el medio estaría el presidente Morsi, que por su proceder, no parece tener intenciones de dar vuelta atrás. Un escenario que solo hace temer lo peor.