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SALVAR A SARAJEVO

La visita de Mitterrand a Sarajevo desagrada a sus aliados pero moviliza la opinión mundial.

3 de agosto de 1992

FRANCOIS MITTERRAND recibió la carta de manos del filósofo Bernardenri Levy, recién llegado de Sarajevo. La misiva, enviada por el presidente del gobierno provisional de Bosniaerzegovina, Alija Izethegovic, reflejaba la desesperación de los 400 mil habitantes de esa capital, sitiada desde hace tres meses cuando un plebiscito decidió la independencia del país por milicias serbias apoyadas por tropas "renegadas" del antiguo ejército federal yugoslavo. Izetbegovic no dudaba en comparar en su mensaje la situación con la que vivieron los judíos en el ghetto de la Varsovia ocupada por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Para Mitterrand, el momento de actuar había llegado. Poco después de que los 12 líderes de la Comunidad Europea, reunidos en Lisboa, expidieran una declaración en la que respaldaban a la ONU si decidía actuar militarmente para abrir el aeropuerto de Sarajevo, se anunció en París que Mitterrand había salido de Lisboa hacia la ciudad de Split, en la vecina Croacia, para seguir al día siguiente, el domingo 25 de junio, a Sarajevo.
El gesto de Mitterrand tuvo ribetes cinematográficos pues junto con su personal de seguridad y unos pocos soldados de la ONU, estuvo a punto de ser alcanzado por el fuego cuando tropas serbias regresaron para atacar posiciones bosnias en la vecindad. Más tarde, luego de recorrer la martirizada ciudad, Mitterrand tuvo que desistir de abordar su jet, averiado en la pista en un choque con un auto policial. El jefe del Elíseo debió salir de allí en helicóptero, apenas por encima de los árboles, mientras los disparos seguían tronando.
Mitterrand dejó entrever, en una rueda de prensa efectuada en Sarajevo, que su gesto pretendía poner en movimiento el engranaje internacional para detener la tragedia, pues la unanimidad de los líderes "es una cosa enormemente difícil de mover". Mitterrand subravó sin decirlo su posición de que Europa debe demostrar capacidad de acción ahora que la influencia de Estados Unidos está declinando con el final de la Guerra Fría. Lo paradójico es que si quiso "devolver el honor a Europa" como dijo uno de sus ayudantes, no se explica por qué tomó su decisión sin consultar con la CE ni con sus aliados alemanes, con quienes Francia tiene incluso un ejército en comun. Otros señalaron que el viejo zorro hizo su viaje para mejorar su imagen en Francia, donde se apresta a enfrentar un crucial referéndum sobre la unión europea.
Sea como fuere, existe coincidencia en que el viaje de Mitterrand desenredó la acción internacional y ayudó a que el Consejo de Seguridad de la ONU expidiera la resolución 761, en la que se autorizó a las fuerzas de la Organización a reabrir el aeropuerto de Sarajevo, del cual tomó posesión simbólica el lunes 29 de junio en la noche. Pocas horas más tarde, como para subrayar la prisa de los franceses, aterrizó el primer avión de esa bandera, un Transall repleto de provisiones.
Pero lo cierto es que la apertura del aeropuerto poco o nada podrá hacer para solucionar el drama de los habitantes. La razón es que el terminal, al contrario de lo que sucedía con el de Berlín cuando se organizó el puente aéreo de 1948, sólo tiene capacidad para atender tres o cuatro grandes aviones cargueros al mismo tiempo. Para empeorar las cosas, los analistas militares piensan que para sostener la ocupación y mantener abierto el corredor terrestre hacia la ciudad, se requerirían por lo menos 50 mil hombres. Por lo pronto, la ONU sólo dispone de 850 soldados canadienses que, al cierre de esta edición, se dirigían a Sarajevo en un convoy terrestre desde Croacia.
Por todo ello, se afirma que por más aviones que envíen los europeos, el hambre de los habitantes de Sarajevo sólo podría mitigarse mediante una operación terrestre desde Croacia, que tendría que soportar un trayecto lleno de desfiladeros ideales para las guerrillas. Todo ello conforma un cuadro de dificultades que los líderes de Europa y Estados Unidos deberán sopesar cuidadosamente, por el riesgo de que los serbios reciban un nuevo pretexto para guerrear, esta vez por una invasión extranjera.
Pero independientemente del resultado o de sus motivaciones, Mitterrand dio un ejemplo de valor personal a jefes de Estado 20 años menores que él y, de paso, logró centrar la atención mundial sobre una tragedia que no parece tener fina la vista.