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!Salvese quien pueda!

Mientras Estados Unidos se enfrenta al desastre natural más costoso de su historia, las críticas se dirigen contra la lentitud del gobierno federal.

28 de septiembre de 1992

CUANDO TODO TERMINO Y REGRESARON los habitantes del sur de la Florida, que habían abandonado apresuradamente sus hogares a instancias de las autoridades, no podían creer lo que veían sus ojos. Muchos habían dejado sus casas a regañadientes, porque los huracanes son algo comun en ese estado y en muchos casos la alarma resulta ser exagerada. Pero esta vez, ni los calculos más pesimistas fueron capaces de medir la dimensión de los daños producidos. Andrew, como se llamó al monstruoso fenómeno, dejó sin hogar a 80 mil personas en la Florida y a unas 45 mil en Luisiana, sin que aún se supieran los daños de Texas.
El panorama dejado por Andrew en lugares como Homestead, parecía el efecto de una bomba atómica. Ese pequeño poblado, que aloja una base de la Fuerza Aérea, quedó prácticamente borrado del mapa. En sectores muy conocidos por los colombianos, como Kendall o las principales avenidas de Miami como Brickell, la destrucción era tan impresionante, que dificilmente podrían distinguirse según los puntos de referencia más conocidos. Arboles arrancados de cuajo, yates y embarcaciones a vela a varios cientos de metros tierra adentro, automóviles con las llantas hacia arriba, edificios destrozados y con todos los enseres en la calle. Un panorama que se repitió en todos los lugares donde Andrew dejó sentir su violenta arremetida. La costa del estado de Luisiana, en pleno Golfo de México tampoco se libró, si bien la histórica ciudad,de Nueva Orleans se salvó por unos cuantos kilómetros de caer en el ojo del huracán.
El presidente George Bush, criticado por la demora con que se presentó en Los Angeles después de los disturbios raciales que destruyeron el centro de esa ciudad hace unos meses, no perdió tiempo para visitar la Florida y declarar que "la destrucción proveniente de esta tormenta va mucho más allá que ninguno que hayamos experimentado en los últimos años".
Miles de personas sin hogar, alojadas en refugios temporales como iglesias y escuelas, hacían cola para recibir los elementos más imprescindibles, desde comida hasta agua potable, en escenas que recordaban más un desastre tercer mundista que al país más poderoso del mundo. Pero al final de la semana, mientras las autoridades anunciaban que Miami y el área jamás sería la misma, y que la recuperación plena tardaría por lo menos cinco años, comenzaron a sentirse quejas por la supuesta demora del gobierno federal en enviar ayuda y destinar fondos para la reconstrucción. La Agencia Federal de Control de Emergencias fue blanco en 1989 -cuando el huracan Hugo fue el malo de la película-, de fuertes críticas por la demora burocrática en manejar los préstamos y las asignaciones necesarias a nivel individual y colectivo, y este año todo indicaría que la historia podría repetirse. Inicialmente sus administradores anunciaron la destinación de unos 700 millones de dólares para iniciar trabajos, pero la mayoría de los comentaristas sostuvo que esa suma resultaría ridícula para la magnitud del desastre. Para empeorar las cosas, el Fondo Nacional de Seguros contra inundaciones solamente tiene en sus arcas una reserva de 359 millones de dólares, lo que requeriría un préstamo de por lo menos 1.000 millones. Pero aún así, sus críticos aprovecharán esta oportunidad para reforzar la opinión de que el gobierno federal no debe asumir ese tipo de obligaciones si no las va a poder cumplir.
En cualquier caso, las autoridades norteamericanas mostraron una increíble capacidad para salvar vidas. Un comentario escuchado en la calle podría dibujar una sensación generalizada en algunos sectores:¿Dónde están los países amigos de Estados Unidos?.