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SE RAJA RAJIB

Las elecciones indias podrían significar el final de la dinastía Nehru.

25 de diciembre de 1989

En las elecciones que se celebraron la semana pasada en la India se decidió algo más que el futuro gobernante de la nación. Por extrañas circunstancias históricas,lo que se terminó haciendo fue una especie de juicio al descendiente de la familia Nehru. Y probablemente nunca, como ahora, la saga familiar a la que pertenece Rajib Gandhi vio en peligro, no sólo la continuidad de la dinastía, sino el buen nombre con que había gobernado el país de la democracia más extensa del mundo durante los últimos 40 años.
Todo el mundo sabía que la vaca sagrada de la "madre India" con la que el pueblo identificaba a Indira,resurgiría con más fuerza, luego del interregno de dos años en que gobernó la oposición. Y ahora todos saben que si Rajib Gandhi se hunde, será con una rueda de molino atada al cuello. Hace cinco años fue llevado al centro del escenario de la política india, tras el asesinato de su madre,y nadie duda que fue el resultado de la ola de simpatía hacia Indira. Sin embargo,había una esperanza en torno al joven reformador que prometía una época de cambios.
Pero Rajib Gandhi, de 45 años, es hoy por hoy, muy diferente del que franqueaba tímidamente los umbrales del poder en 1984. En ese momento se veía modesto, honesto, que sabía escuchar y aprender. Pero, sobre todo, que prometía, no sólo reformas, sino la liquidación total de los dogmas del pasado. En otras palabras, todo e] mundo creía que se democratizaría el partido, que se modernizaría la economía y se reformaría la asfixiante administración. Ahora aparece en altos pódiums, atrincherado detrás de cuatro líneas de alambrada y un cordón militar que lo separa de su público, como si estuviera a la defensiva de un pueblo que hoy le pide cuentas.
Sumergido en uno de los peores escándalos que haya conocido su país, ha gastado prácticamente todas sus baterías en defenderse. Se afirma, inclusive, que durante los últimos dos años no ha gobernado, porque ha invertido todo el tiempo en su defensa.
La cola que dejó el negocio de la Bofors -de compra de armas-, que alcanzó un valor de 715 millones de dólares y del que se afirma que se movieron cerca de 50 en comisiones ilegales, se convirtió en una madeja que aún no se ha acabado de desenredar. Cada vez que Gandhi se defendía en el Parlamento, aparecía al día siguiente una nueva acusación fundamentada en uno de los diarios, el Hindhi, o el Indian Express, que lo dejaba como un mentiroso. Y aunque no se ha podido establecer quién se quedó con el dinero o quién fue el verdadero responsable de los sobornos de la compañía sueca, la idea que tiene el pueblo hindú es que el partido de gobierno si era el más interesado en echarle tierra al asunto.
Mientras que las consignas de Gandhi son "votar por el partido del Congreso es votar democracia, y votar por la oposición es votar anarquía", las de sus adversarios son más elocuentes. Las de por si desabridas concentraciones del oficialista Partido del Congreso, se ven animadas por sus contrarios, que gritan a la población: "Por favor cierren sus puertas con llave y candado que ha llegado el mayor ladrón del país".
Pero más que los políticos y los altavoces que gritan contra Gandhi, son las bombas las que suenan, y no tanto las de los escándalos sobre comisiones ilegales, sino aquellas que de un solo plumazo acaban con la vida de 120 estudiantes, como ocurrió en Punjab. Y no sólo las bombas, sino los tiros que se escuchan en las masacres y en los enfrentamientos entre musulmanes e hindúes. Se cuentan en lo que va del mes cerca de 300 muertos, y de ellos casi la mitad a manos de la policía.
Todo esto, más el persistente fantasma de la inflación, luego de un período de relativa estabilidad, penden como una "espada de Damocles" sobre la mayoría parlamentaria de Rajib Gandhi cuando aún no se conocen los resultados. Los precios de los productos se han disparado y existen algunos que han llegado inclusive a doblarse, como sucedió recientemente con el azúcar.
Y si a esto se suma el hecho, como nunca antes se había visto, de la concentración de poder y los "gabinetes en la sombra" que terminan casi siempre en favoritismos a los "perros viejos", como llaman los periodistas a los compinches de Gandhi, parece que, si bien el primer ministro pudo heredar el arrogante estilo de su madre y su abuelo, lo que no les sacó fue el sentido común.