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Secretos revelados

El relato tras bambalinas de Bob Woodward sobre cómo se planeó la invasión a Irak causa conmoción en Washington.

25 de abril de 2004

Por varios días en el mundo político estadounidense sólo se habló de Plan de ataque, el más reciente libro de Bob Woodward, el famoso periodista del Washington Post que al exponer el escándalo de Watergate precipitó la caída del presidente Richard Nixon. Como resultado fue invitado de honor de 60 Minutes, entrevistado por

Larry King, Mike Wallace, Newsweek, Matt Lauer. Los más altos mandos de la Casa Blanca resultaron bombardeados con preguntas sobre las revelaciones de Woodward. ¿Es cierto lo que se asegura que ocurrió en tal fecha, señor Rumsfeld? ¿Existe ese pacto secreto descrito en el libro, príncipe Bandar?

Desde hace una semana el precandidato demócrata John Kerry cita apartes del libro en todos sus discursos y asegura que si esta u aquella afirmación es cierta entonces el presidente George w. Bush ha violado la ley y tendría que dar explicaciones. En medio de aclaraciones y rectificaciones, en el gobierno nadie se atrevió a decir que Woodward está mintiendo. De hecho, la Casa Blanca alabó el trabajo del periodista, quien se basó en entrevistas con 75 altos mandos del gobierno, incluído el Presidente. Y a pesar de la polémica, los asesores de la campaña a la presidencia de Bush recomiendan la lectura del libro.

A primera vista esto no parece tener mucho sentido, pues varias de las revelaciones que hace Woodward son escandalosas.

Para empezar, Woodward muestra que el plan de guerra en Irak se empezó a realizar a las pocas semanas de ocurrido el 11 de septiembre, cuando la prioridad era Afganistán y la posición oficial con respecto a Irak era buscar el desarme por la vía diplomática. Woodward cuenta que cinco días después del atentado, Bush dijo a su asesora de Seguridad, Condoleezza Rice, que aunque tenían que empezar por Afganistán, él estaba decidido a hacer algo contra Saddam Hussein. El libro relata también los pormenores de una conversación el 21 de noviembre de 2001entre el Presidente y el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, en la que Bush le preguntó a su subalterno: "¿Qué tienes en términos de planes para Irak? ¿En qué estado está el plan de guerra? Quiero que te pongas a trabajar en eso y que lo mantengas en secreto".

Entonces, cuenta Woodward, Rumsfeld se reunió con el general Tommy Franks y desde esa fecha comenzaron a elaborar el plan de guerra. Según el libro, Franks disponía de todos los fondos necesarios. Esto ocurría un año antes de la invasión, cuando Bush seguía asegurando que la intervención armada era la última opción y Franks negaba la existencia de plan alguno.

A continuación Woodward lanza la revelación más grave de todas. El plan secreto de guerra se financió en parte gracias a la desviación de 700 millones de dólares que el Congreso había aprobado para la guerra. De ser cierto, se trataría de una jugada anticonstitucional.

Varios altos mandos también quedan mal parados. Al vicepresidente Dick Cheney lo describe como poseído por una fiebre. Cuenta cómo estaba obsesionado con invadir Irak y sacar a Hussein del poder desde antes de que se posesionara Bush. De hecho, Woodward muestra que Cheney fue la primera persona en asegurar que Hussein poseía armas de destrucción masiva, en un momento en que Bush sólo se había atrevido a decir que sabía que Hussein "deseaba obtenerlas".

Woodward profundiza además sobre las diferencias entre Rumsfeld y Powell. "No pueden hablar, no se comunican", dice. Otro dato polémico tiene que ver con la marginación en que se tuvo a Powell, quien se oponía a la invasión, en la planeación de la guerra. Una escandalosa revelación del libro es que el embajador de Arabia Saudita, el príncipe Bandar, se enteró del plan incluso antes que Colin Powell. Este hecho se hace incluso más escandaloso si se tiene en cuenta que la esposa de Bandar es sospechosa de haber financiado a los terroristas del 11 de septiembre.

Y aquí viene la bomba en la que Kerry no ha dejado de reparar: Woodward cuenta que Cheney y Rumsfeld le habrían revelado el plan a Bandar a cambio de que su país inundara el mercado de petróleo, lo que haría descender los precios de la gasolina, para ayudar a Bush en la elección de noviembre. Más tarde Bandar lo negó y explicó que aunque sí había discutido los precios de la gasolina con el equipo de Bush se había tratado del mismo tipo de conversación que ya había tenido con Bill Clinton años antes. A pesar de todo, Bandar aseguró que nunca llamaría a Woodward mentiroso. La polémica generada por el aparte relativo a Bandar se hizo más grande cuando se supo que en la página de Internet de Rumsfeld habían publicado el libro de Woodward, pero que ese pedazo había sido borrado misteriosamente.

Para muchos, Bush sale mal librado en algunos apartes. Por ejemplo, Woodward describe una reunión en la que Bush, como un niño pequeño, hace que dos de sus colegas le den la menta que les correspondía después de comerse la suya. Así mismo, a veces asume una actitud mesiánica. Por ejemplo, después del relato de la reunión del 19 de marzo en que da la orden de ir a la guerra, Woodward dice que Bush se paró de repente con lágrimas, y lo cita diciendo: "Recé por que nuestras tropas estuvieran a salvo, que el todopoderoso las protegiera (..) rezo para ser tan buen mensajero como sea posible del designio de Dios y rezo por perdón". Así mismo, a la pregunta de si le pidió consejo a su padre para invadir Irak contesta: "Hay un padre más grande al que yo acudo".

Pero a pesar de tanto escándalo la Casa Blanca está fascinada con el libro, hasta el punto que varios funcionarios lo están promocionando. "Estamos pidiéndole a la gente que lo compre", dijo el director de comunicaciones de la Casa Blanca Dan Bartlett. "Lo que este libro muestra es un presidente que hace las preguntas adecuadas y muestra prudencia al igual que resolución en momentos muy difíciles. El libro mina muchas de las acusaciones que le hacen sus críticos".

En efecto Woodward muestra a un Bush infantil y por momentos mesiánico, pero siempre valiente y más cauteloso y agudo que su equipo. Queda en cierto modo exculpado del error de inteligencia sobre las armas, pues siempre es él quien dice que las pruebas no son aún concluyentes y sólo se decide a atacar cuando el director de la CIA, George Tennet, le asegura que se trata de un caso seguro. El final de la última entrevista de Woodward con el Presidente es muy diciente. El periodista le pregunta cómo cree que la historia juzgará su guerra en Irak. Bush se sacude las manos y le dice: "La historia, no sabemos. Todos vamos a estar muertos".