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SEGUNDO DEBUT

Con el lanzamiento del Discovery, termina racha de fracasos de Estados Unidos.

31 de octubre de 1988

El jueves pasado en Cabo Cañaveral, el color que más se vio fue el verde. Verdes eran las credenciales de los periodistas, al igual que las camisetas de los visitantes. Verdes los matorrales del sur de la Florida y verde la luz que se encendió a las 11 horas y 37 minutos de la mañana, indicando el despegue del transbordador espacial Discovery con dirección al espacio.

Entre los gritos de júbilo de los miles de personas que asistieron al evento, la nave se levantó limpiamente y en cuestión de segundos ya se había perdido entre una nube de humo de color crema. Las ovaciones continuaron dos minutos más tarde en la sala de control de la misión, cuando los dos cohetes propulsores se despegaron del aparato, tal como estaba previsto. En la memoria de los técnicos de la NASA estaba todavía fresca la imagen de un frio día de enero de 1986, cuando una falla en uno de los impulsores precipitó la tragedia del Challenger, que acabó con la vida de sus siete ocupantes y amenazó el futuro del programa espacial norteamericano.

Pero ahora todo eso forma parte de un amargo pasado. Con el feliz despegue del Discovery, "América está de vuelta en el espacio", tal como dijera en tono jubiloso Ronald Reagan. Después de un intervalo de 32 meses en el cual se hicieron casi 200 cambios mayores en el diseño del transbordador y se gastaron unos 2.400 millones de dólares, ya las cosas se ven diferentes. Si hace pocas semana la moral era todavía mala en la agencia espacial norteamericana, ahora no hay más que sonrisas. "Este es el primer vuelo de una nueva era", sostuvo James Fletcher, el director de la NASA.

Claro que como todo cambia, éste se demoró bastante. En los meses que siguieron al accidente del Challenger, los análisis revelaron una cantidad increíble de pequeñas fallas que tomaron tiempo para corregirsé. Una vez más el problema de fondo fue el de los motores, cuyo nuevo diseño sólo comenzó a marchar bien el pasado mes de mayo. Todo ese esfuerzo no implica, sin embargo, que el peligro se haya eliminado por completo. La NASA reconoce que aún existen cerca de 850 riesgos posibles, número que, en todo caso, implica una rebaja considerable sobre las fallas eventuales que se podían presentar hace tres años.

Con semejante presión encima, es lógico que el ambiente en Cabo Cañaveral la semana pasada fuera de un mal controlado nerviosismo. Quizás con la única excepción de los cinco astronautas que aparecieron sonrientes ante las cámaras de televisión, el resto de la gente estaba que se comia las uñas. Para colmo de males la tensión se aumentó, cuando se supo que las condiciones meteorológicas no eran las mejores. Los sondeos meteorológicos indicaron que, en contra de lo esperado, no había vientos fuertes y ese hecho podía afectar el rumbo dado por el computador de la nave.

Afortunadamente todo eso se solucionó una hora y media más tarde, cuando el clima volvió a ser normal.
Desde el momento en que se le dio la orden de despegue, las cosas comenzaron a marchar de acuerdo con lo planeado.

La perfección de la operación convenció a la mayoría de que, de un plumazo, la NASA estaba volviendo a los viejos tiempos, cuando el transbordador tenía la palabra en lo que se refería al espacio. La realidad hoy en día parece ser, sin embargo, bien diferente.

En primer lugar, el espacio ya no es ese lugar desconocido de hace un tiempo. En los últimos tres años el conocimiento de lo que sucede en la estratosfera ha aumentado considerablemente, de manera que son pocos los científicos que hoy se asustan cuando se les habla del tema.

Mas aún, la tragedia del Challenger precipitó a miles de personas a estudiar el tema. Cuando el programa espacial norteamericano se suspendió, la NASA tenía un monopolio virtual en el negocio de colocación de satélites. Ahora, tres firmas norteamericanas cuentan con proyectiles confiables, al igual que los europeos con su cohete Arianne. Un poco más lejos están los soviéticos, los chinos y hasta los israelíes, quienes ingresaron al club hace menos de un mes. Pocos dudan que ahora quien desee lanzar un satélite va a tener muchas alternativas para escoger.

Pero eso no es todo. En el campo de los transbordadores el monopolio de la NASA está para acabarse. La semana pasada los soviéticos repartieron tomas de su propio space shuttle, un cuasigemelo del Discovery, que está a punto de lanzarse. A diferencia de la misión norteamericana, el primer vuelo de esta nave no será tripulado, tal como lo recomiendan ahora los expertos. Así mismo los europeos siguen adelante con su proyecto Hermes, que debe producir un trasbordador en la próxima década.

Con ese campo ya lleno, los conocedores opinan que la NASA debe seguir adelante. La semana pasada 12 paises occidentales (nueve de Europa, Japón, Canadá y EE.UU.) firmaron un acuerdo referente a la estación espacial Freedom, un "monstruo" que servirá de base permanente en órbita.
El costo de semejante lujo es "apenas" 16 mil millones de dólares, por ahora. Aunque son muchos los que piensan que eso es demasiado dinero, el éxito del Discovery debe ayudarle a la NASA a convencer al Congreso de que el dinero será bien gastado, en un proyecto que puede convertirse en el punto de partida para una próxima conquista del espacio. --