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Sí, pero no

Una ley para ‘aliviar’ el bloqueo contra Cuba sólo consiguió agriar las relaciones de la isla con Estados Unidos.

20 de noviembre de 2000

La noticia fue presentada inicialmente como un nuevo paso hacia la normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, como un suavizamiento del bloqueo impuesto a la isla desde 1961. Pero las reacciones de los sectores interesados demostraron que pocas veces se ha adoptado una norma tan ambigua y que la realidad es otra. Los cubanos la rechazaron en una manifestación multitudinaria. Los agricultores norteamericanos, sus grandes impulsadores, con decepción. El propio presidente Bill Clinton dijo que se trataba de un “gran error”. Y los cubano-norteamericanos de Miami la celebraron como un gran triunfo.

La ley 86-8 levantó la prohibición a los ciudadanos de Estados Unidos de venderle alimentos y medicinas a Cuba, lo cual suena muy bien. Pero exigió que las compras de la isla fueran hechas en efectivo, a tiempo que prohibió que los bancos norteamericanos de cualquier naturaleza las financiaran. Eso hace que sea imposible de poner en práctica. O sea que, en últimas, se trata de un engaño cruel, sobre todo si se tiene en cuenta que esa restricción no se aplicó a otros países beneficiarios considerados terroristas por Estados Unidos, como Libia, Irán y Sudán.

Desde que Clinton firmó en 1996 la ley Helms-Burton, que sancionaba a las empresas extranjeras que invirtieran en Cuba e hizo tocar fondo las relaciones entre los dos países, relaciones que habían tomado un nuevo rumbo pues en varias oportunidades el Congreso había demostrado su interés por suavizar progresivamente el bloqueo. Esa nueva estrategia no era solamente por razones humanitarias ni tampoco el resultado de la presión internacional en contra del bloqueo, sino por la convicción que mientras Estados Unidos no modificara su política hacia la isla no habría ninguna posibilidad de un cambio político en ella. Esa nueva visión del caso cubano se ha ido difundiendo cada vez más entre los norteamericanos y no sería una exageración afirmar que hoy en día la mayoría de los congresistas estadounidenses están a favor de un levantamiento significativo, si no total, de las sanciones a la isla.

Por esta razón la aprobación de la ley 86-8 el miércoles fue catalogada como un retroceso en el esfuerzo de la administración Clinton por encaminar las relaciones hacia una posible, aunque no tan cercana, normalización. Teniendo en cuenta que Cuba adquiere alrededor de un 80 por ciento de las compras de alimentos con financiación externa el llamado suavizamiento del bloqueo se convierte en un engaño. Pero lo que probablemente ha causado más rabia en Cuba y descontento en los sectores que se oponen al bloqueo en Estados Unidos fue la cláusula de la ley que se refiere al viaje de ciudadanos norteamericanos a la isla. Hasta ahora ese tema era manejado directamente por una orden presidencial, fácilmente modificable. De ahora en adelante cualquier cambio en las restricciones al desplazamiento de ciudadanos estadounidenses a Cuba tendrá que pasar por el Congreso y ser aprobado por el mismo.

Una de las principales razones de este nuevo episodio es el período electoral en el que se encuentra Estados Unidos. “Las elecciones presidenciales y legislativas de noviembre próximo han magnificado una vez más el poder y la influencia del lobby cubano-americano y de los congresistas llamados de mano dura en el tema de Cuba”, dijo a SEMANA Julia Sweig, directora de estudios latinoamericanos del Consejo de Relaciones Exteriores de Estados Unidos. Clinton en una rueda de prensa expresó así su descontento: “La ley sin lugar a dudas limita, sin ninguna garantía, la capacidad de Estados Unidos de tomar decisiones en cuanto a la política migratoria, y esas limitaciones en mi opinión no deberían convertirse en ley y estar escritas en piedra por el Congreso”. Sin embargo el presidente no utilizará su poder de veto y firmará el proyecto para convertirlo en ley, pues ésta está incluida en una ley de gasto agrícola que designa 78.000 millones de dólares a ese sector y por lo tanto Clinton no podrá oponerse. Por otra parte, la candidatura de Al Gore a la presidencia y la cercanía de las elecciones fueron un factor, sin lugar a dudas, decisivo en la negativa del presidente a vetar dicho proyecto. Los líderes republicanos del Congreso, en cierta forma, impusieron de una manera antidemocrática este endurecimiento de las sanciones cediendo a la presión electoral.

Según la profesora Sweig el reversazo en la política norteamericana a Cuba es un claro triunfo para los sectores que no están interesados en un cambio hacia la isla y una derrota para aquellos que piensan que el bloqueo no sirve sino para oprimir indirectamente al pueblo cubano. Está por verse qué sucederá cuando el nuevo presidente norteamericano se posesione en enero próximo. Pero lo que sí es seguro es que no se ve en el horizonte una normalización cercana de las relaciones entre los dos países y se está corriendo el riesgo de polarizar nuevamente las posiciones.