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Signos de esperanza en tiempos de plaga

La eficaz y rápida reacción de las entidades de salud pública evitó que la epidemia del sars, que arrancó en China en 2003, se convirtiera en un desastre peor que el sida.

Donald McNeil Difundido por The New York Times Syndicate
21 de diciembre de 2003

Lamentablemente, en el mundo de la medicina, se necesita un desastre para proveer una causa de esperanza. Y este fue realmente el caso en 2003. Ciertamente, el síndrome respiratorio agudo severo, o sars, tenía todas las características de un desastre. Se trataba de una enfermedad transmisible cebándose en China, el país más poblado del mundo. Había viajado sin ser detectada hacia Canadá, Hong Kong, Singapur y Vietnam. Luego, casos menores aparecieron en otros 24 países y en una docena de estados norteamericanos.

Si este panorama se hubiera presentado en, digamos, 2002, muchos expertos hubiesen dicho que la epidemia no podía pararse. Después de todo, el precedente más obvio fue el sida, la peor tragedia médica mundial en curso. El virus que causa la enfermedad apareció probablemente en 1930, una mutación de un virus del chimpancé que agarró a un cazador centroafricano que se hirió cortando carne una res. Pero recién fue detectado por el resto del mundo a comienzos de 1980 cuando un médico de Los Angeles describió un grupo de homosexuales enfermos con síntomas similares, incluyendo un raro cáncer llamado sarcoma de Kaposi.

Se necesitaron años hasta describir y nombrar la enfermedad subyacente, y aún más hasta encontrar su causa: un retrovirus que mata las células T, que activan el sistema inmunológico. En ese momento ya miles de estadounidenses y europeos estaban infectados, además de millones de africanos. La reserva de sangre estaba contaminada. La epidemia había estallado, e incluso ahora porque no hay cura o vacuna y porque la mejor medida para pararla, la terapia antirretroviral triple, es muy cara, el sida mata más gente cada día de la que mataba el día anterior. El año pasado 3,1 millones de personas fallecieron víctimas del mal.

En contraste, el sars fue frenado en unos siete meses, a pesar de que no hubo y no hay tratamiento o vacuna, y a que puede transmitirse mucho más fácilmente que el sida. En lugar de relaciones sexuales sin protección o agujas contaminadas, una simple tos es suficiente. Pese a su aterrador comienzo para el 5 de julio, el momento en que se declaró la victoria sobre el sars, había infectado solamente 8.500 personas y matado a cerca de 900.

No fue derrotada por la tecnología moderna sino por la medida de salud pública más antigua de la historia: cuarentena. El nombre proviene del italiano "quaranta giorni", los 40 días que los buques con alguna plaga a bordo tenían que esperar anclados en el puerto de Venecia en 1374.

Sars fue un momento decisivo a nivel médico, el primer ataque global exitoso a una epidemia nueva, un asalto que fue sólido, y muy eficaz. Fue la primera vez que la Organización Mundial de la Salud (OMS) coordinó una respuesta rápida a nivel mundial. Aunque la OMS tiene equipos pequeños listos para acudir a puntos conflictivos del mundo, como ocurrió en Africa con el virus ebola, la mayoría de sus esfuerzos son proyectos valiosos pero lentos, tales como las campañas de vacunación antipoliomielítica o la negociación de los precios de los remedios para los países pobres. Pero esta vez el Centro de Control de Plagas establecido en Ginebra, pese a su bajo presupuesto, rápidamente logró rastrear cada caso en el mundo y sugirió las medidas necesarias para enfrentar la enfermedad.

A raíz de este éxito, los miembros de la OMS (todos países de las Naciones Unidas) le han otorgado nuevos poderes. Por ejemplo, ahora será posible que entre en acción después de un informe de un brote sin requerir la confirmación oficial de un gobierno renuente. Puede lanzar alertas globales y enviar equipos médicos a los países exigiendo admisión, en lugar de tener que suplicar por el ingreso a través de vías diplomáticas.

Tal vez más importante, la lucha contra la epidemia llevó también a la creación de una cadena de laboratorios, desde Hong Kong hasta Atlanta y Rotterdam, con aptitudes muy diferentes. Ellos trabajaron muy rápido, primero para descubrir que el agente infeccioso era un virus corona, luego para hacer una secuencia de los genomas y finalmente para desarrollar varias pruebas.

La OMS se convirtió en el héroe, por supuesto, debido en gran parte a que en los primeros días de la epidemia, todo el mundo cometió torpezas. El virus probablemente provino del gato de algalia, un pariente de la mangosta, manjar predilecto de algunos chinos. Los primeros casos de fiebre y neumonía surgieron en noviembre de 2002 en mercados y restaurantes exóticos del sur de China y eventualmente se propagó a empleados de hospitales. Pero no está claro cuándo el gobierno de Pekín comprendió lo que estaba pasando, pues al comienzo funcionarios locales ocultaron la epidemia con mentiras.

El primer rumor de que una neumonía misteriosa estaba encarnizándose en China alcanzó Internet el 10 de febrero. Pero la respuesta de China fue insistir en que solamente cinco personas habían muerto, que todo estaba bajo control y que la clámide habría sido la causa. Los expertos de la OMS reaccionaron con escepticismo porque la clámide puede curarse con antibióticos comunes. China también puso una mordaza a la prensa y a los médicos. La OMS estaba teóricamente paralizada, pero en Hong Kong algunos médicos realizaron una especie de incursión secreta. Viajaron a China con el fin de visitar colegas y parientes que trabajaban en los hospitales e irritados por la mordaza, y algunos les entregaron muestras de tejidos de pacientes muertos.

El 21 de febrero el sars se escapó de China y comenzó a viajar en jet, cuando un médico infectado del sur de China se alojó en un hotel de Hong Kong y contagió a otros 12 visitantes, quienes poco tiempo después retornaron a sus hogares en Canadá, Singapur y Vietnam. Esto no llegó a conocerse hasta mediados de marzo, cuando el doctor Carlos Urbani, un médico de la OMS que trataba en Vietnam a pacientes del brote, describió los síntomas en detalle y dijo que la epidemia era algo nuevo. El 29 de marzo Urbani falleció de sars.

Los acontecimientos comenzaron a sumarse. Los viajes a Asia quedaron virtualmente paralizados, lo que provocó grandes pérdidas en los negocios. Se impusieron cuarentenas que se cumplieron con brazaletes electrónicos y fuertes multas. Se asignaron hospitales para tratar el sars. En otras ocasiones se construyeron nuevos. Se tomaban las temperaturas en las calles, y todos usaban las máscaras quirúrgicas. El ministro de Salud de China y el alcalde de Pekín fueron destituidos porque intentaron ocultar las causas de la enfermedad, y el hermético Partido Comunista algo se abrió.

El número de casos comenzó a bajar, excepto en Taiwan donde hubo un gran brote, y para el 5 de julio la enfermedad había sido controlada. El último caso conocido fue el de un empleado de un laboratorio de Singapur, de 27 años de edad, que quedó infectado en agosto. Pero el empleado se recuperó sin haber contagiado a otros.

La historia de sars es la de un verdadero triunfo médico. Nunca antes los diversos institutos médicos del mundo se aliaron con tanta rapidez. Posiblemente, todo el episodio ofrecerá un modelo sobre control epidémico para los años próximos.

Por lo que sabemos, sars es ahora como la viruela. Existe únicamente en laboratorios, y ha dejado de afectar a los seres humanos. Es posible, sin embargo, que el virus todavía esté en los gatos de algalia y en otros animales. Mientras perdure esa eventualidad, existe siempre la posibilidad de otro brote, y el mundo no puede permitirse bajar la guardia.