SUENAN LAS BOMBAS
El ataque de la Otan contra Yugoslavia, de consecuencias imprevisibles, es una nueva espina en <BR>las relaciones de Rusia con Occidente.
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Las previsiones más pesimistas se cumplieron. La semana pasada la Otan, la alianza militar
más poderosa de la historia, atacó a Yugoslavia. El bombardeo, justificado en la necesidad de defender a la
minoría kosovar de origen albanés, causó inquietud en el mundo entero. Y lo cierto es que, sin que exista
seguridad de que consiga sus objetivos, la acción puso en grave peligro las relaciones de Occidente con
Rusia y con los países vecinos e inició una situación bélica que no se sabe dónde irá a parar. Según el
presidente estadounidense Bill Clinton, el ataque aéreo contra objetivos militares en Yugoslavia tiene como fin
obligar al presidente yugoslavo, Slobodan Milosevic, a suspender las operaciones contra los rebeldes
kosovares, que con frecuencia terminan en operaciones de 'limpieza étnica', masacres y éxodo forzado de
civiles, y regrese a la mesa de negociaciones. Pero visto desde Moscú el ataque es un guante arrojado a su
cara que Rusia no está en condiciones de recoger debido a la crisis económica y a la calamitosa situación
de su ejército. No fue por otra razón que el primer ministro Yevgueny Primakov suspendió en pleno vuelo su
visita a Washington una vez el vicepresidente Al Gore le notificó por teléfono la decisión de la Otan.
Para muchos la agria reacción de los rusos, junto con la más atemperada de los chinos, mostró que el tema
está lejos de la unanimidad. SEMANA estuvo en la rueda de prensa del ministro de Relaciones Exteriores, Igor
Ivanov, y del jefe del estado mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia, Anatoli Kvashnin, al día siguiente del
primer ataque. Para Ivanov, "por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial en Europa se ha realizado una
agresión contra un Estado independiente, lo que rompió el acta del acuerdo Otan-Rusia", en el que se dice
expresamente que las partes se comprometen a "no apelar a medidas de fuerza entre ellas ni contra ningún
otro Estado", y violó "las disposiciones de las Naciones Unidas y su propio Tratado de Washington", dijo.
Visto desde la Plaza Roja, todo parece obedecer a un plan en que la provocación a Rusia es parte de los
objetivos. Cuando la amenaza soviética desapareció de los cuadernos de guerra del Pentágono, cuando Rusia
se encuentra más indefensa que nunca, cuando el Ejercito Rojo se retiró sin combatir de Europa y se disolvió
el Pacto de Varsovia, Estados Unidos y la Otan pusieron el pie en el acelerador, ampliaron la Alianza
Atlántica, bombardearon Yugoslavia, la prima hermana de Rusia, y dieron un salto en la carrera
armamentista. En Moscú es pública la discusión sobre las intenciones de Washington de romper el Tratado
de Misiles Antibalísticos firmado con la Unión Soviética para desarrollar el programa que el presidente Ronald
Reagan no pudo materializar, la famosa Iniciativa de Defensa Estratégica, un escudo espacial sobre
Estados Unidos para defenderse de una eventual amenaza nuclear.Y desde ese punto de vista, qué mejor
que darle motivos a Rusia para romper los tratados nucleares, para liberar así las manos de Estados
Unidos en su vertiginosa carrera. Qué mejor que iniciar una guerra que, desde el punto de vista militar, es
como una pelea de tigre con burro amarrado, y qué mejor desde el punto de vista de la opinión pública
europea que enfrentar a un dictador justamente odiado y aliado de Rusia. Qué mejor, por otra parte, que
convertirse en adalid de una minoría nacional atacada brutalmente por esta dictadura, no para garantizarle su
independencia, ni porque Estados Unidos se caracterice por su apoyo a los derechos de las pequeñas
naciones, sino porque los dirigentes independentistas del Kosovo le han puesto en la mano la oportunidad
que buscaba. "No se trata solamente de solidaridad entre eslavos", resumió a SEMANA un alto funcionario
del Ministerio de Relaciones Exteriores ruso. "El problema es como en la poesía de Brecht: primero
empezaron por Irak, luego siguieron por Yugoslavia, y después ¿quién viene?"El estado de ánimo en Moscú es
lúgubre. Desde el presidente Boris Yeltsin, pasando por el primer ministro Primakov y el canciller Ivanov,
todos intentaban eludir cualquier acción concreta de apoyo a Yugoslavia. Presionado por los periodistas,
Kvashnin negó la posibilidad de dar armas nucleares a Bielorrusia o Ucrania y solo luego de reafirmar que
Rusia está dispuesta a no salirse del libreto, Ivanov aceptó la posibilidad de romper el embargo de armas a
Yugoslavia si continúa la agresión. Pero con la grave situación económica el gobierno parece dispuesto a
pasar agachado a cambio de la ayuda financiera que tanto necesita.Mientras tanto la población rusa se
dividía entre los que se están anotando como voluntarios para ir a combatir por Serbia, las barras bravas de
los equipos de fútbol de Moscú, que se reunieron frente a la embajada norteamericana para gritar "Yanquis go
home", y una mayoría silenciosa que _aunque tiene su corazón con Serbia_ no quiere pagar el costo de
una nueva guerra.Eso indicaría que los belicosos serbios tendrán que defenderse por sí mismos. Sin embargo
nadie puede decir cuál va a ser el desenlace del conflicto, pues es más fácil empezar una guerra que terminarla.
¿Hasta dónde avanzarán las fuerzas de la Otan? ¿Cuántos misiles tendrán que lanzar para doblegar a Milosevic?
¿Será Milosevic un nuevo Hussein, que se agranda ante la agresión ? ¿Tendrá las agallas y la insensatez de
extender la guerra a Albania, país de origen de los rebeldes kosovares, o a Macedonia, base de las fuerzas de
tierra de la Otan, confirmando así la peor pesadilla de los gobernantes europeos que han patrocinado el
ataque? No en vano en los explosivos Balcanes se inició la Primera Guerra Mundial y se libró una de las
batallas decisivas de la Segunda... nSin plan 'B'El ataque de la Otan resultó del fracaso de las negociaciones
de Rambouillet y París, en donde, a iniciativa del Grupo de Contacto (Estados Unidos, Gran Bretaña,
Francia, Rusia, Italia y Alemania), el gobierno serbio y la minoría albanesa del Kosovo se reunieron para
intentar una salida negociada al conflicto de esta última región.Los puntos de la negociación de Rambouillet
entre el gobierno yugoslavo (serbio) y los rebeldes kosovares consistían en otorgar amplia autonomía al
Kosovo pero respetando las fronteras yugoslavas. El presidente, Slobodan Milosevic, se inclinaba a
aceptarlo. Sin embargo su gobierno quedó en un callejón sin salida, pues como condición se anexó el ingreso
de más de 20.000 soldados de la Otan a territorio serbio, requisito que ningún gobierno puede aceptar por las
buenas.La estrategia de la Otan es obligar a Milosevic a aceptar el acuerdo pero sin que los kosovares se
independicen. Pero, como parece, el serbio ha decidido resistir e incrementar sus ataques contra los
rebeldes con la esperanza de que el aumento de la salida de refugiados hacia los países vecinos haga desistir
a la ya resquebrajada Otan. Incluso Milosevic podría atacar a las tropas de ésta situadas en Macedonia y a
Albania, a la que con razón considera el santuario de los rebeldes de ese origen. Ese caso, el peor
escenario, tiene una complicación: la Otan no tiene plan B.