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TERREMOTO

Más de 35 mil muertos en Irán tras el terremoto de mayor intensidad en los últimos años.

23 de julio de 1990

El juego mundialista entre Escocia y Brasil no hubiera pasado a la historia, si no hubiera sido porque en Irán, como en el resto del mundo, eran miles las personas que se encontraban en sus casas observándolo a través de la televisión. Allí, la enorme popularidad del fútbol preparó una macabra coincidencia. A las 00:30 de la mañana del jueves, un violento temblor hizo que cientos de edificios de las regiones de Zanjan (donde se presentaron al menos la mitad de las muertes) y Gilan saltaran literalmente por los aires y se desplomaran en cuestión de segundos, sin dejar tiempo a nadie para ponerse a salvo.

Los datos iniciales daban como saldo un número no inferior a 10 mil muertos, aunque con cada recuento posterior, la cantidad aumentaba en varios cientos, hasta llegar a la última cifra tentativa de 35 mil víctimas fatales, mientras bajo las montañas de escombros yacía un número indeterminado de heridos, cuyos quejidos, en la noche veraniega, contribuían al patetismo de la escena.

Los sismógrafos de los observatorios geológicos del mundo entero informaron que el movirniento había alcanzado 7.7 grados en la escala de Richter, que el epicentro del terremoto había estado apenas a unos cuantos kilómetros de Rasht, una de las ciudades afectadas, que el sismo había tenido una duración superior al minuto y que la combinación de esos dos factores era la explicación para que el desplome de los edificios hubiera sido inmediato. Lo cierto es que la magnitud del fenómeno fue tal, que se sintió desde Yugoslavia hasta la Unión Soviética.

A medida que pasaban las horas, se hacía más claro que el gobierno de Teherán -ciudad que también se vio afectada pero sin daños apreciables- era totalmente incapaz de enfrentar la atención del desastre, que se presentó en regiones que albergan a una población de casi 3 millones de personas.

El gobierno del presidente Alí Akbar Rafsanjani, luego de declarar los tres días de duelo tradicionales en una sociedad eminentemente religiosa, y de afirmar que todo era una "prueba de Dios", hizo un llamado de auxilio a través de la Oficina de Ayuda para los desastres de la ONU (ONUDRO).

No era para menos. Los principales caminos que conducen a las zonas afectadas quedaron intransitables por los múltiples derrumbes, lo que hacía imposible el transporte por tierra de elementos y auxilios médicos, mientras se reportaba que por lo menos 100 aldeas habían quedado convertidas en escombros hasta los cimientos. Las ciudades de Manujil, Rouddar y Losyan, así como la de Tarom-e Oleya, en la provincia de Zanjan, habían quedado seriamente dañadas por lo menos en un 90%. La incomunicación hacía que en grandes extensiones ni siquiera se supiera la gravedad de los daños.

La respuesta internacional no se hizo esperar. Hasta los enemigos de Irán hicieron a un lado sus disputas políticas para ofrecerle asistencia para enfrentar la tragedia Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y otros países europeos no perdieron tiempo ese mismo día para poner a disposición de Irán su ayuda incondicional, e incluso su archienemigo Iraq, país con el que libró una sangrienta guerra durante más de 10 años -conflicto que no ha terminado oficialmente- extendió sus condolencias y su oferta de ayuda por intermedio de un telegrama del presidente iraquí Saddam Hussein dirigido a su colega iraní.

A pesar de todo, la magnitud de la tragedia no alcanzó a opacar, siquiera temporalmente, los odios que aún dominan a los medios oficiales de Teherán. Para la incredulidad general, la agencia oficial IRNA anunció que su gobierno aceptaría de buen grado los auxilios de todo el mundo, excepto los que provinieran de medios oficiales de Estados Unidos, de Israel, y de su vecino y enemigo, Iraq.

Sin que aún se supiera si la actitud del gobierno de Teherán sería atemperada con el paso de los días, sobre todo a medida que se apreciara a cabalidad la magnitud del desastre, hubo quienes anotaron que 1990 ha sido el año de los temblores alrededor del mundo. En marzo, un sismo en Quingai (China) produjo 100 muertos. En la semana que siguió al 30 de mayo, 45 temblores mataron por lo menos a 200 personas en Perú, mientras Ecuador y México sufrían sismos menores. Y al otro lado del planeta, un fuerte temblor conmovió a Rumania, Bulgaria, Yugoslavia, Turquía y la región limítrofe de la URSS. Pero ninguno resultó tan desastroso como el que azotó la semana pasada a la tierra del recordado ayatollah Khomeini.-