Home

Mundo

Artículo

Todos contra Saddam

El ataque contra los misiles iraquíes podría ser un descalabro para occidente a largo plazo.

15 de febrero de 1993

TRAS EL ATAQUE AEREO contra Irak de la semana pasada, Marlin Fitzwater, vocero del presidente norteamerieano George Bush, presentó un parte de victoria total.
"Nuestra misión fue enviar un mensaje a Irak de parte de la coalición, de que no toleraremos nuevos desafíos a las resoluciones del Consejo de Seguridad y la cumplimos ".
Esa afirmación no podía ser más exacta. Los 106 aviones caza bombarderos de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia destruyeron en una sola incursión, en la noche del miércoles, las plataformas misileras antiaéreas situadas por el presidente Saddam Hussein al sur del paralelo 32, en la zona de exclusión de aviones iraquíes decretada por el Consejo de Seguridad -para proteger a los rebeldes chiítas -después de la guerra de febrero de 1991. La escasa respuesta permitió que regresaran a casa todos los atacantes, mientras en tierra quedó un saldo de 19 muertos. Si se trataba de darle un mensaje a Saddam, estaba dado.
Pero a largo plazo el verdadero triunfador del episodio podría ser el iraqui, y en ese caso el "Ladrón de Bagdad" habría probado de nuevo su capacidad para jugar al gato y al ratón con occidente.
No se sabe si Saddam calculó que Bush no respondería por estar a punto de terminar su período o si, por el contrario, lanzó un anzuelo porque la respuesta militar estaría asegurada. Lo cierto es que Saddam desencadenó la situación desde cuando a finales de diciembre pasado un MIG 25 de su fuerza aérea fue derribado por aviones norteamericanos cuando violaba la zona de exclusión.
Tres semanas más tarde los iraquies comenzaron unas incursiones sucesivas en territorio kuwaití, destinadas a recuperar parte del material que habían dejado atrás cuando los soldados aliados les pisaban los talones en 1991. Esas incursiones fueron llevadas a cabo por personal militar desarmado y vestido de civil, y en una de ellas, la efectuada el domingo 10, se echaron al hombro cuatro misiles "Silkworm" de fabricación china.
Eso llenó la copa de Bush. Mientras el embajador iraquí Nizar Hamdoon sostenía en la ONU la legalidad de sus procedimientos y pedia que el diferendo se resolviera por medios diplomáticos, el mandatario norteamericano decidió revitalizar a toda prisa la coalición de 1991, y sin esperar el aval expreso del Consejo de Seguridad, lanzó sus aviones contra su enemigo.
Pero después de todo Saddam revalidó su capacidad de supervivencia demostrada en 1991, parece hoy más fuerte nunca en su país y ha logrado situarse de nuevo como el paladín del mundo arabe que desafía a occidente sin que le pase nada.
De acuerdo con informes norteamericanos de inteligencia, Saddam tiene sus mejores misiles bien al norte de la zona de conflicto, mientras que los que fueron eliminados son parte de su inventario más obsoleto. Hasta la destrucción de instalaciones fijas puede ser in traseendente, pues no se trata de nada que Bagdad no pueda reemplazar fácilmente.
A cambio de ese costo relativamente bajo, Saddam consiguió varios objetivos. Primero, distraer a los iraquies de su bajo nivel de vida, disminuido como consecuencia de las sanciones impuestas por la ONU. Segundo, desbarajustar la coalición que le combatió en 1991, pues en esta ocasión los árabes no sólo no participaron sino que deploraron la acción aliada. Tercero, poner en evidencia la doble moral de los aliados y el pobre papel que hacen desempeñar a la ONU. Como dijo el analista británico Fred Halliday, "los serbios desafían a la ONU todos los días al matar bosnios musulmanes, los israelíes desafían a la ONU con sus deportados palestinos y en este caso unos iraquíes cruzan unos cuantos metros de una frontera disputada y en pocas horas llega la fuerza aérea del mundo en su contra".
La acción bélica demostró que el verdadero objetivo de Estados Unidos no es proteger a Kuwait, a los kurdos del norte ni a los chiítas del sur, sino sacar a Saddam Hussein para recuperar a Irak como baza prooccidental en una región inestable y petrolera que está hoy dominada por la sombra de Irán.
Ese es un problema sin resolver que hereda Bill Clinton, un presidente que quería dedicarse a los temas domésticos pero tendrá que vérselas con un renovado desorden mundial.