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TRAGEDIA ANUNCIADA

El asesinato de Argaña fue el resultado previsible de una crisis institucional reveladora de la <BR>inmadurez de la democracia paraguaya.

26 de abril de 1999

Los paraguayos quedaron perplejos ante la muerte, el lunes de la semana pasada, de su
vicepresidente Luis María Argaña. Con el desconsuelo de quien descubre que la paz de su país está en
entredicho, los ciudadanos oscilaron entre la confusión, la desesperanza y la ira. La reacción de acusar al
mandatario Raúl Cubas de la muerte de su propio vicepresidente revela hasta qué punto el ambiente político
está viciado. Como dijo a SEMANA un analista paraguayo que pidió reservar su nombre, "en Paraguay aún
no se ha consolidado la conciencia de que la ley está por encima de las personas". Se trataría de una
secuela del hecho de que, más que en ninguna otra nación latinoamericana, en Paraguay ha florecido a lo
largo de su historia un caudillismo político-militar nacido de su tradición bélica.Paraguay fue gobernado entre
1954 y 1989 por el general Alfredo Stroessner como candidato perpetuamente reelegido del Partido Colorado.
Al ser derrocado quedó en su lugar otro general, Andrés Rodríguez, quien al "restablecer la democracia"
también se hizo elegir con el manto colorado. Así que, aunque cayó el dictador, su grupo político siguió en el
poder.Esa ecuación cívico-castrense terminó en el gobierno de Juan Carlos Wasmossy, elegido en 1993,
quien rompió con su general de turno, el ministro de defensa Lino Oviedo. En confusas circunstancias
Oviedo intentó tumbar a Wasmossy en abril de 1996 pero, a pesar de un breve carcelazo y de su salida del
ejército, la cosa quedó así. En rigor, Wasmossy comenzó las irregularidades en 1998 cuando Oviedo, ya como
candidato colorado, era su seguro sucesor. El presidente resolvió revivir el expediente del golpe y encarcelar
de nuevo al general. Oviedo fue condenado a 10 años de prisión. Raúl Cubas, su compañero de fórmula, se
vio de manos a boca encabezando una candidatura invencible. Sólo que, dentro de la maraña de intereses
colorados, había quedado como su vicepresidente Argaña, quien con sus credenciales (había sido canciller
de Stroessner) era el peor adversario de la dupla Oviedo-Cubas. Cubas ganó la presidencia sin ocultar que era
el mascarón de proa de Oviedo y que, una vez en el poder, soltaría a su jefe. Dicho y hecho, con la misma
soltura con que Wasmossy revivió las acusaciones contra Oviedo según sus conveniencias, Cubas expidió un
decreto para liberarlo.Lo siguiente fue el choque entre la Corte y Cubas, pues la corporación declaró
inconstitucional el decreto pero el presidente se negó a devolver al general a su celda. Mientras tanto Argaña
era uno de los animadores de la causa contra Oviedo y el titular.De ahí que, con el presidente ad portas de un
juicio político en el Congreso (que desde Wasmossy no es de mayoría colorada), la muerte de Argaña haya
sido atribuida por la población enardecida y luego por el Congreso al hombre al que iba a reemplazar.La
destitución de Cubas, que al cierre de esta edición parecía inevitable, hizo temer más violencia. Sin embargo
también podría convertirse en la oportunidad para que el establecimiento paraguayo deje atrás la costumbre
de manejar al país con formalidades democráticas pero al mismo tiempo con la tradición del doctor Francia o
de Carlos Antonio López, o Stroessner, los grandes dictadores de su historia. Porque el choque de esa
tradición con la democracia es el campo abonado de la violencia.