TRES AÑOS RUDOS
El tercer año de gobierno de Mitterrand suscita opiniones encontradas sobre la viabilidad del experimento socialista
Tras tres años de poder la situación del gobierno francés no puede ser menos paradójica.
Mientras un 60% de los franceses están, según los sondeos, descontentos con su gestión económica, algunas instituciones internacionales aseguran que el "proceso de saneamiento" emprendido por la administración Mitterrand conduce a Francia lenta pero seguramente hacia la "salida del túnel". La inflación, por ejemplo, según el Consejo Económico y Social Europeo, alcanzará 6.5% este año (7.4% según el FMI) en vez del 9.5% en 1983. La diferencia pasará, pues, de 5.5% a 1.5% con los Estados Unidos y de 6.7% a 3.5% con Alemania. Las inversiones industriales, dice la misma fuente, que habían disminuído en 3.1% en 1983 se incrementarán en un 11% este año, mientras el equilibrio de la balanza comercial será logrado de junio a diciembre. Otros informes indican que las empresas verán aumentar su porcentaje bruto de ganancias en un 24.6% --un nivel inigualado desde 1975-- y que el pago de la deuda externa (55 mil millones de dólares) podrá ser asumido gracias al excedente de la balanza de pagos.
Estos resultados son la consecuencia directa del viraje efectuado por el Presidente francés en marzo de 1983. Sus opciones financieras y monetarias que dieron cuerpo a la política de austeridad rompieron con la lógica económica propuesta en el programa común de gobierno de la izquierda. Optando por la austeridad, Mitterrand decidió liberar la oferta en vez de estimular la demanda y mostró que no bastaría apoyarse en las empresas nacionalizadas para llevar a cabo la mutación tecnológica y la modernización de la industria francesa.
Ese "descubrimiento" de la empresa privada y la conciencia de que la crisis actual no es de tipo coyuntural sino estructural, incitó al Presidente galo a quebrantar algunos de los tabús de su propio electorado: habló de la necesidad de proteger y ayudar la industria privada, defendió la necesidad de crear beneficios, no se opuso, por principio, a los despidos y decidió acabar en parte con el monopolio del Estado sobre la comunicación. En una palabra, Mitterrand renunció a ser el Presidente del "pueblo de izquierda" y adoptó ciertos lineamientos contrarios a su propio programa. Todo ello en nombre del futuro y de los "intereses de Francia".
Francois Mitterrand reafirmó ese cambio de política, el 4 de abril en una rueda de prensa tras un viaje a los Estados Unidos, donde visitó varios centros de la antigua industria, como Pittsburgh, que han revivido en parte gracias a las tecnologías que se desarrollaron a partir de la informática. De pie, por primera vez ante los periodistas, como suele hacerlo Ronald Reagan, el Presidente francés defendió la decisión del gobierno de proceder a la reconversión de la siderurgia --lo que conlleva la supresión de unos 20 mil empleos--, y anunció los ejes de su política en favor de la modernización industrial: crear trece zonas de reconversión basadas en la informática y las técnicas del futuro, facilitar la creación de empresas, asociar las universidades y los investigadores al desarrollo de éstas, dotar al ministerio de la Industria de poderes sociales y financieros excepcionales convirtiéndolo así en el superministerio encargado del nuevo despliegue industrial. Por último: reactivar la economía mediante la inversión productiva único medio, según el Presidente socialista, de obtener la expansión económica.
Para lograr esos objetivos, el gobierno piensa proseguir la política de austeridad y reducir los gastos del Estado. El presupuesto para 1985 está siendo estudiado en ese sentido. En contrapartida, los responsables franceses parecen decididos a aceptar un claro aumento de personas privadas de un empleo. El ministro comunista de Trabajo, Jacques Ralite, confesó que habrían dos millones 600 mil desocupados a fines del año, cifra que los sindicatos temen ver crecer hasta avecinar los tres millones. Los socialistas no olvidan que el desempleo jugó un papel esencial en la derrota del expresidente Valery Giscard D'Estaing. Pero piensan que esas cifras no pesarán en la decisión de los electores en 1986, si se muestran capaces de efectuar la reconversión en las zonas más afectadas por la mutación industrial. Se trata sin embargo, reconocen algunos líderes socialistas, de una apuesta que no están seguros de poder ganar.
Eso explica los ataques virulentos de los sindicatos obreros, en particular la CGT, contra el gobierno y el descontento que se registra entre buena parte del electorado de izquierda, como los partidarios de la escuela laica escandalizados por las concesiones hechas por el Estado a la jerarquía católica. Eso explica, igualmente, la oposición a la política de Pierre Mauroy del ala del Partido Socialista dirigida por el antiguo ministro de la Industria, Jean P. Chevenement, y sobre todo, las fricciones entre el gobierno y el Partido Comunista (ver SEMANA No. 105).
Debilitado electoralmente (los sondeos le atribuyen sólo 12% de votos), el PCF denuncia el viraje efectuado por Mitterrand y pide efectuar las modernizaciones con la plata del gran capital y de las multinacionales. Los comunistas no ignoran que si el Presidente reconoce haber cometido un error de análisis sobre la crisis económica, deberá también revisar sus objetivos y las alianzas contenidas en el programa común.
Como quiera que sea, las nuevas orientaciones de Francois Mitterrand también han afectado a la oposición de derecha. Su actitud firme frente a la URSS, y su posición ante el partido de Georges Marchais han privado a los amigos de Jacques Chirac y de Valery Giscard D'Estaing del argumento que hacía de él un "prisionero" del aparato comunista.
Su gestión económica y su decisión de reducir en 1985 de un 6 a un 3% los impuestos sobre el ingreso contradice la propaganda de la derecha que lo presenta como un hombre dispuesto a vaciar las cajas del Estado. Su plan de modernización industrial y su decisión de reconvertir la siderurgia que, en veinte años había costado al Estado 110 mil millones de francos también ha sido saludada por algunos miembros del ala modernista de la oposición. ¿Esto se reflejará a nivel electoral?. Por ahora no se sabe. También se ignora si el Presidente, que supo imponer una política financiera en 1983 y adoptar una política industrial el mes pasado, podrá suscitar una política social capaz de movilizar a su propio electorado. En París se piensa que las elecciones europeas de junio próximo suministrarán la primera respuesta.--