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El presupuesto militar chino para 2007 se calcula en unos 46.000 millones de dólares. Según el Pentágono, China estaría gastando en realidad entre el doble y el triple de esa cifra

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Un delicado equilibrio

En su último informe anual, el Pentágono expresa preocupación por el creciente poderío militar chino. Análisis del sinólogo Guillermo Puyana.

2 de junio de 2007

A poco más de un año de que la Oficina de Información del Consejo de Estado de China divulgara el libro blanco El ascenso pacífico de China, este país se ve inmerso en una polémica desatada en el caldeado ambiente preelectoral de Estados Unidos, pues este país censura a los chinos por estar desatando una carrera armamentista que induce el desbalance regional, crea amenazas de seguridad regionales para Japón, los vecinos del mar del Sur de China e inestabilidad en el frágil estrecho de Taiwán. Para los norteamericanos, la falta de transparencia en el gasto militar chino es uno de los factores que más producen desconfianza.

Pero en general el vecindario no parece muy tranquilo. Una Corea del Norte desafiante; un Japón en un persistente revisionismo de su historia de agresión y que busca la revocatoria de las cláusulas pacifistas de su Constitución; y un Taiwán tan aislado y desesperado, que abre su billetera a cualquier país del mundo que pueda enviarle un funcionario de medio rango y venderle armas de cualquier calidad y tipo en cualquier cantidad, son ingredientes que confluyen en el complejo escenario de Asia del este.

No es esta, por otra parte, la primera vez que Estados Unidos acusa a China de estar desatando una carrera armamentista. Los chinos dicen que las relaciones con Estados Unidos tienen períodos cíclicos de agrietamiento "cada cuatro años y una vez cada año", como dijo un analista chino que explicó que los períodos coinciden con las elecciones primarias en Estados Unidos y con la preparación del informe sobre derechos humanos en China. De manera que el tema ni de lejos es novedoso.

Pero hay otros ingredientes que complican el panorama. El primero, tiende a ser poco convincente que las acusaciones sean lanzadas por el país responsable del primer gasto militar del mundo, que de lejos supera por varios cientos de miles de millones de dólares a su más inmediato competidor. Es como si Colombia pretendiera censurar, digamos, a Ecuador, por sembrar coca.

Pero además está el hecho de que Estados Unidos es el principal motor del rearme y la modernización militar de China.

China es un país grande e importante y tiene necesidades de seguridad correspondientes a su estatus. Decenas de miles de kilómetros de fronteras terrestres y navales, países vecinos conflictivos por todos lados, desde Corea del norte hasta Afganistán, una delicada situación en la frontera sur con el Triángulo Dorado del narcotráfico, infraestructura crítica que cuidar, el difícil problema del estrecho de Taiwán y un Japón que, más que asertivo, es agresivo en su propósito de descarriarse del camino pacifista que tomó después de la Segunda Guerra Mundial.

De esos problemas, dos son más delicados para el equilibrio regional: la alianza militar de Estados Unidos con Japón y la venta continua de armas de alta tecnología a Taiwán.

Como cualquier país, y como cualquier potencia regional, China tiene un derecho inherente a garantizar su seguridad y tener el arsenal suficiente para enfrentar vecinos con pasado de agresión hacia ella, como Japón, o para resolver por vía militar el asunto de Taiwán si las autoridades de la isla señalan que ese es el camino que quieren tomar.

Pero esas necesidades crecen cada vez que el equilibrio básico se rompe, gracias a Estados Unidos. Para los chinos, la garantía de que Japón no agreda a China, o que Taiwán no tome el camino de la separación, depende de la disuasión militar. Esa disuasión se diluye con cada venta de armas norteamericanas a Taiwán o con la extensión del escudo antimisiles a Japón, porque eso lleva a China a que tenga que restablecer el equilibrio militar regional y así incrementar su gasto en defensa para por lo menos alcanzar los estándares tecnológicos introducidos en la región por Estados Unidos.

Es cierto que China se está modernizando militarmente. Pero, en la revisión de los últimos 25 años de modernización militar no hay nada que sugiera que China está construyendo un poder militar que le dé la capacidad de depredar a otros países, sino para preservar el equilibrio militar regional, mantener los conflictos a raya y abierto el camino político con Japón y Taiwán.

La vecindad de China ha sido escenario de los más grandes conflictos militares de los últimos 100 años: la Segunda Guerra Mundial, las guerras en Corea, Vietnam y ahora en Asia central. En esas guerras el protagonista principal fue Estados Unidos y en el último gran conflicto mundial, Japón asoló de muerte a China.

La responsabilidad del desarme mundial es general e involucra a todos. Pero como dicen los chinos, cuando Estados Unidos y Japón responden por más de la mitad del gasto militar del mundo, los que hablan primero deberían empezar también por actuar en el propósito de construir una paz mundial basada en el desarme. Mientras tanto, es una quimera y una hipocresía imponer a otros países una responsabilidad que pasa por desconocer el derecho de todo Estado a tener las condiciones mínimas y básicas de defensa acordes a su estatus regional y la magnitud de sus problemas de seguridad.

El próximo año habrá un nuevo informe norteamericano sobre el rearme de China. Y la situación no habrá cambiado, salvo en la calidad del rearme, porque seguramente el doble estándar norteamericano implicará más armas a Taiwán y más lazos militares críticos con Japón, que China resolverá incrementando su gasto y su investigación para poder ponerse a la altura de los nuevos desafíos tecnológicos militares inducidos por Estados Unidos. La paz, por ahora, depende de las armas.

Ese es el problema del armamentismo, que con cada nuevo desarrollo, todos los demás aprenden y se adaptan.