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UN VERANO CALIENTE

Escándalos a la italiana e Infidelidades políticas sacuden el país.

16 de agosto de 1982

El verano político alemán ha comenzado entre amagos de escándalos a la italiana y amenazas de infidelidad entre social demócratas y liberales, quienes gobiernan ininterrumpidamente este país desde 1969.
El "affaire", de los supuestos sobornos realizados por importantes empresas de este país a políticos y partidos que las ayudaron a evadir el enojoso fisco, amenaza con salpicar a personajes que parecían hasta ahora por encima de toda sospecha.
Así, nombres como los del veterano dirigente socialdemócrata Willy Brandt, presidente del partido de gobierno, o el del jefe de la oposición demócrata cristiana, Helmut Kohl, aparecen en una larga lista de receptores de donativos de un importante consorcio, junto a otros "prominentes" líderes, como el jefe de gobierno bávaro, Franz Joséf Strauss; el ex-presidente de la república, Walter Scheel, hoy presidente honorífico del Partido Liberal, y varios minstros o ex-ministros de la coalición.
Por lo pronto, algunos políticos presuntamente implicados, como el propio Brandt, han negado haber recibido personalmente dinero alguno del consorcio en entredicho, a cambio de sus buenos oficios en una operación destinada a evitar a la empresa, mediante trucos dudosamente legales, el pago de impuestos de mil millones de marcos, es decir, aproximadamente la mitad de los beneficios obtenidos de la venta de un importante paquete de acciones de la firma fabricante de automóviles "Daimler".
Prácticamente desde principios de año, la prensa germano-occidental, ha dejado caer gota a gota los nombres de políticos de todos los colores supuestamente implicados, y el asunto está tomando ya proporciones, de verdadero escándalo nacional.
Frente a las intenciones iniciales de algunos políticos de sacarse de la manga una especie de autoamnistía antes de promulgar una ley mucho mas generosa para las subvenciones que pueden recibir los partidos de empresas y particulares-a las que se fijó un techo concreto a fín de garantizar la independencia de aquellos algunos socialdemócratas han exigido que se tire de una vez de la manta, caiga quien caiga, para animar aún más el cotarro en este país políticamente tan aburrido.
Hace unas semanas, los liberales de Hessen anunciaron su intención de romper su largo matrimonio con los socialdemócratas para acudir del brazo de los democratacristianos en las próximas elecciones regionales de septiembre, sin que pareciese importarles demasiado el que a la cabeza de la oposición conservadora figure un personaje considerado hasta ahora como el paradigma mismo del político antiliberal. Muchos socialdemócratas recelaron inmediatamente ante el anuncio de los liberales de Hessen, una especie de ensayo para un cambio de alianza a nivel federal antes de que concluya la actual legislatura, por el que viene abogando desde hace algún tiempo el sector más conservador de ese partido, deseoso de abandonar el barco antes de hundirse definitivamente con los socialdemócratas, cuya popularidad no deja de descender en los sondeos de opinión: un 31% frente al 53% para democratacristianos y cristiano-sociales-bávaros. De ahí que no faltasen de modo inmediato acusaciones de incoherencia política, infidelidad y oportunismo por parte de los socialdemócratas, que se sintieron traicionados.
A los socialdemócratas les ha llegado, sin embargo, el momento de desquitarse como lo demuestra el caso de Hamburgo, cuyo alcalde, afiliado a ese partido, ya ha anunciado que para deshacer la situación de práctico empate en que quedó el Senado de la ciudad tras las elecciones, podría llegar a algún tipo de acuerdo con los verdes o ecologistas, auténticos árbitros de la situación después de que los liberales no consiguiesen volver a entrar en el parlamento local.
Los socialdemócratas, en efecto, parecen haber tomado buena nota de los resultados de los últimos sondeos, que dan a los verdes un 7.7% de los votos a escala federal, casi un punto por encima de los liberales, que de continuar su declive podrían llegar a desaparecer prácticamente del mapa parlamentario en 1984, lo que ocurriría si en las próximas elecciones generales, previstas en principio para esa fecha, no llegasen al mínimo del 5% de los votos. Los años en los que los liberales eran un elemento clave para formar mayorías parlamentarias y podía, gracias a esa función de partido bisagra, arrancar a sus compañeros de coalisión concesiones desproporcionadas en relación con su número de escaños parecen tocar a su fin. Y esto pone cada vez más nerviosos a los hombres del Ministro de Asuntos Exteriores y Vicecanciller, Hans Dietrich Genscher.