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UNA GESTION PRIVADA

Un viaje del ex presidente Jimmy Carter le quita presión a la crisis coreana. ¿Se privatiza la diplomacia?

25 de julio de 1994

EN LA CRISIS NUCLEAR ENTRE LAS DOS COreas lo más preocupante era que las partes más involucradas se encontraban atrapadas en la rigidez e intransigencia de sus posiciones. Con el telón de fondo de la negativa de Corea del Norte para que se examinaran sus instalaciones atómicas, el presidente Kim II Sung jugaba un póker misterioso, en el cual la última carta podía ser. la reanudación de una guerra que está hibernando desde 1951. Su contraparte, el presidente estadounidense Bill Clinton, poco preparado para manejar una crisis heredada de la Guerra Fría, jugaba con la posibilidad de presionar a la Organización de Naciones Unidas (ONU) para imponer sanciones a Corea del Norte si este país seguía en su tónica intransigente.
La situación se encaminaba sin remedio a un callejón sin salida y los analistas se preguntaban hasta dónde podían llegar las amenazas de Kim, quien decía que la imposición de sanciones equivaldría a un acto de guerra. Pero en ese momento hizo su aparición un ciudadano privado, el ex presidente de Estados Unidos Jimmy Carter. El viejo pastor evangélico desenterró una invitación de Kim de 1991, se reunió con Clinton para anticiparle su posición y se encaminó a Pyongyang con el insólito propósito de quitarle presión por su propia cuenta a una crisis que tenía al mundo en vilo.
Y aunque todavía hay muchos escépticos, sobre todo en Japón, el viejo productor de maní se salió con la suya. Carter le dijo a Clinton desde un principio que estaba en completo desacuerdo con la idea del bloqueo comercial, y que para conseguir una salida negociada Estados Unidos debería estar dispuesto a ceder en ese punto. La respuesta de Clinton quedó implícita en el hecho de que autorizó el viaje, pues su utilidad era evidente: si Carter fracasaba, se habría tratado de un simple ciudadano en una visita privada; si tenía éxito, la Casa Blanca podría reclamar su parte por el simple hecho de haber aceptado el viaje.
Kim también entendió, como Clinton, que la oportunidad brindada por Carter no podía perderse. Por eso cuando se confirmó la visita, el viejo comunista invitó también a la cadena de televisión CNN. Eso le permitió cambiar su imagen de dictador por la de un abuelo bonachón, con un efecto doble: echar a un lado la demonización tan común para su persona en Occidente y, de paso, ayudar al propio Clinton a bajar la guardia, porque ese abuelo tan bonachón no podía ser peligroso.
A pesar de que su gestión fue intensamente consultada con el gobierno, Carter jugó sus propias cartas en el momento que consideró más adecuado, como cuando anunció públicamente que Kim le había propuesto la congelación de su programa nuclear a pesar de que había convenido con el secretario de Estado, Warren Christopher, que sólo haría declaraciones públicas a su regreso y luego de confrontarlas con la política oficial. Y más tarde Carter dijo que su gobierno estaría dispuesto a desechar por ahora las sanciones, algo que iba en franca contravía con lo pensado en Washington.
Pero al final de la semana pasada era claro que Carter, con su aproximación personal al tema, había logrado mucho más que cientos de embajadores. Su visita al presidente surcoreano Kim Young Sam consiguió su conformidad a reanudar conversaciones. Y Clinton que había sido muy cauto, por fin reconoció que los norcoreanos estaban dipuestos a dialogar, en reuniones que comenzarían a principios del mes de julio. A cambio de una política agresiva de producción de bombas atómicas disfrazadas de energía nuclear, como se la percibía en Occidente, Carter convenció a su gobierno de que Kim II Sung y su gente sólo quieren fines pacíficos. Un detalle que lo confirmaría es que Corea del Norte podría reingresar al Tratado de No Proliferación de Armas Atómicas si Occidente le ayuda a construir nuevos y más modernos reactores, los cuales funcionan sin el plutonio usado en las bombas A.
Todo eso suena demasiado bello para ser verdad, pero lo cierto es que, al menos por lo pronto, el mundo descansó y Carter ganó por fin su oportunidad de influir desde su posición en la consecución de la paz. Desde que salió de la Casa Blanca, en 1981, Jimmy Carter declaró que la misión del resto de su vida sería buscar la resolución pacífica de los conflictos alrededor del mundo. El ex presidente, quien tiene instalado un Ceritro Presidencial en la ciudad de Atlanta, en su nativo estado de Georgia, ha actuado, entre muchos otros, como intermediario en conflictos en el Medio Oriente, Etiopía, Sudán, Somalia la antigua Yugoslavia.
Pero ninguno parece haber sido más audaz que éste, no sólo porque enfrentó a uno de los más temidos y enigmáticos enemigos de Occidente, sino porque se trataba de mediar en un conflicto en el que su propio país estaba involucrado, y, por añadidura, con un presidente de su propio Partido Demócrata en la Casa Blanca. -