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UNA GUERRA DE MITACA

Los congresistas norteamericanos aprueban el crecimiento de la guerra en Nicaragua por consideraciones electorales locales.

15 de septiembre de 1986

Como regalo de cumpleaños para la revolución nicaraguense, que acaba de llegar a su séptimo aniversario, el Senado de los Estados Unidos aprobó los cien millones de dólares que el presidente Ronald Reagan insistía en darles a los "contras". No serán cien, sin embargo, de acuerdo con los propios analistas norteamericanos, sino entre 400 y 500. Entre otras razones porque la CIA, a la cual el Congreso había vetado la intervención directa en Nicaragua a raíz del minado de sus puertos, vuelve ahora a tomar las cosas directamente en sus manos. El resultado, inevitablemente, será una expansión de la guerra.
Dentro de la oposición demócrata a la ayuda a los "contras", varios senadores denunciaron durante el debate que con ella se hace cada día más inevitable la intervención directa de tropas norteamericanas en la guerra nicaraguense, que durante años Reagan descartó y aún ahora sigue negando. Es el "síndrome de Vietnam", que en este caso tiene un respaldo serio: la demostrada incapacidad de los "contras" para ganar la guerra, infinitamente mayor (guardadas proporciones) que la del Ejército de Vietnam del Sur en sus tiempos. Esa incapacidad, los congresistas norteamericanos la conocen a fondo: mejor aún que la opinión pública, tanto en materia de malversación de los fondos de la ayuda (denunciada por la propia Oficina General de Cuentas de los Estados Unidos) como de ineptitud militar: es precisamente por no haber podido ganar una sola batalla con las tropas sandinistas que los "contras" se han especializado en acciones terroristas contra la población civil.
Y sin embargo es a sabiendas de todo eso que los congresistas acabaron dándole gusto al presidente Reagan. Sus motivos no fueron de política exterior, sino de política interna: las elecciones de noviembre. Por increíble que parezca, los electores norteamericanos ignoran casi por completo que su país está haciendo la guerra contra la pequeña nación centroamericana: ignoran inclusive que, como lo ha declarado Reagan muchas veces, ese pequeño país constituye "una amenaza mortal para la seguridad de los Estados Unidos". En una encuesta reciente, un 62 por ciento de los interrogados no sabía que los Estados Unidos estuvieran apoyando a los "contras", ni que el Presidente hubiera solicitado el aumento de ese apoyo. En esas condiciones la capacidad de resistencia de los parlamentarios ante las presiones de la Casa Blanca era muy reducida, y por eso, a pesar de los largos meses de maniobras demócratas para impedirlo, el voto del Senado en favor de la ayuda era inevitable. Pero cuando la guerra crezca, como inevitablemente lo hará, no les servirá de mucho a los nicaraguenses saber que están muriendo no porque su revolución tenga importancia, sino porque era importante ganar las elecciones senatoriales en Carolina del Sur o en Dakota del Norte.