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Velas recogidas

Todo parece indicar que en el frustrado bloqueo a Colombia, el Pentágono no consultó a Bush.

12 de febrero de 1990

La historia comenzó el pasado 28 de diciembre cuando, por primera vez el vocero de la Casa Blanca, Martín Fitzwater, se refirió a un plan antidrogas en el que debían tomar parte las Fuerzas Armadas norteamericanas. A partir de ese momento, los periódicos norteamericanos comenzaron a hablar con insistencia sobre lo que se llamó el bloqueo a las costas colombianas, y los medios informativos nacionales comenzaron a buscar la punta que les permitiera desenredar el ovillo. El embajador de Colombia en Washington, Víctor Mosquera Chaux, negó haber sido informado sobre las maniobras, lo mismo que el canciller Julio Londoño Paredes. El asunto sonaba bastante raro, más aún cuando en sus primeras declaraciones los funcionarios del Departamento de Estado negaron rotundamente la existencia de un plan de bloqueo a Colombia.
Pero a pesar de las contradicciones y de que la Casa Blanca confirmó que no se había pensado en enviar la flota a aguas cercanas a Colombia, el pasado jueves 5 de enero dos naves de guerra, el portaaviones John Kennedy y el crucero nuclear Virginia, partieron de su base en Norfolk, Virginia, aparentemente con rumbo al Caribe. Al mismo tiempo se conocieron otros detalles sobre el plan norteamericano que incluía la instalación de radares en las montañas andinas para vigilar el tráfico aéreo de Colombia, Venezuela, Bolivia y Perú, además de la instalación de una plataforma anfibia portahelicópteros frente a las costas colombianas para trabajar en la intercepción de naves sospechosas de transportar drogas ilegales y que a la vez serviría de refugio para jueces y funcionarios amenazados. Al Kennedy se le debían sumar otras naves de guerra que integrarían una completa armada que taponaría el tráfico aéreo y naval procedente de Colombia.
Conocidos todos estos elementos sobre el tapete, era lógico pensar que alguien estaba mintiendo. O mentía la Casa Blanca o mentía el Pentágono. Por el lado del gobierno colombiano las intervenciones del canciller Londoño en radio y prensa no dejaron duda sobre el hecho de que, por lo menos a él, nadie le había informado nada. Londoño, en declaraciones bastante fuertes y que hicieron pensar en que estaría a punto de presentar su renuncia, afirmó que una actitud de ese tipo implicaría un atentado contra la soberanía nacional. Fuentes del alto gobierno consultadas por SEMANA corroboraron que en ningún momento la Casa Blanca puso al tanto al gobierno Barco sobre las maniobras aeronavales. En otras palabras, se trataba de una decisión bilateral de los norteamericanos que para nada ayudaba a distensionar las relaciones con sus aliados suramericanos, y esta fue una de las razones que llevaron al gobierno a no atender a una delegación del Pentágono que buscaba enterar a Barco de las maniobras que ya estaban en marcha.
El asunto, de por sí grave, tomó mayores dimensiones por los vientos de invasión que se levantaron tras los operativos para derrocar a Noriega. Todo parecía indicar que los tiempos del "gran garrote" habían regresado y que el buen vecino del Norte no tenía inconveniente en entrar por la fuerza a la casa de sus amigos. A pesar de que los voceros oficiales del Departamento de la Defensa y del Pentágono fueron claros en señalar que se trataba de ubicar las naves a unas 100 millas de las costas colombianas y que no se detendrían naves de bandera nacional sin el consentimiento del gobierno Barco, la movilización dejó un sabor amargo en la opinión pública que tenía frescas en la memoria las imágenes de los marines disparando por las calles panameñas. Era lógico pensar que, animados por el éxito en la captura de Noriega, los norteamericanos pensaran que el ejercicio de la fuerza era la mejor solución para sus problemas, especialmente el del narcotráfico. A lo anterior había que sumar que en 1984, en su calidad de vicepresidente, George Bush ordenó un bloqueo de las fronteras aéreas y marítimas de Colombia para frenar el flujo de narcóticos hacia los Estados Unidos, con pobres resultados.
Las cosas comenzaron a aclararse el miércoles de la semana pasada, cuando se supo que por orden expresa de presidente norteamericano los navios que se dirigían hacia el Caribe cambiaron de rumbo y se quedaron en aguas cercanas a la Florida cumpliendo "ejercicios de rutina". Ese mismo día, en horas de la tarde, Bush se comunicó por teléfono con Barco para aclarar el mal entendido y expresarle qué la Casa Blanca nunca había ordenado las maniobras y que cualquier medida de ese estilo se tomaría con el consentimiento del gobierno colombiano. Tanto Bush como Barco hablaron de informaciones erradas por parte de la prensa que, según ellos, fueron las causantes de la minicrisis.
Pero la verdad de todo esto es otra bien diferente. Lo cierto del caso es que sí hubo orden de bloquear las costas colombianas y esa orden partió del Pentágono, a espaldas de la Casa Blanca y del Departamento de Estado. El asunto se vino a conocer por informaciones que se filtraron del Pentágono y el Departamento de Justicia a comienzos del año y que fueron recogidas por la prensa norteamericana.
Según el New York Times, el asunto se explica por los recortes que ha sufrido en los últimos meses el presupuesto del Departamento de la Defensa norteamericano, como resultado de la distensión que se ha dado en las relaciones con el bloque soviético. Con el progresivo fin de la Guerra Fría, el presupuesto para defensa se ha disminuído y, con el fin de conservar su importancia en los planes de gobierno, enfiló baterías hacia la lucha antidrogas. Sólo así se explica una maniobra tan arriesgada desde el punto de vista político y diplomático ya que es difícil pensar que Bush, a menos de un mes de la cumbre antinarcóticos de Cartagena y con sus soldados todavía patrullando en Panamá, se arriesgara a tomar una decisión que afectaría aún más su prestigio frente a sus aliados latinoamericanos. Claro está que, según se desprende de informaciones recogidas en Washington al cierre de esta edición todo parece indicar que en los planes de Bush estaba el de involucrar a al ejército en la lucha antidrogas, pero todavía no había dado la orden de poner en marcha a sus tropas.
Pero más allá de las implicaciones que internamente pueda tener el episodio para el presidente norteamericano, para los latinoamericanos, y especialmente para los colombianos, la amenaza de bloqueo puso de nuevo sobre el tapete la discusión acerca de las responsabilidades en el problema del narcotráfico. Colombia ha puesto una alta cuota de muertos y de sacrificio en esta guerra, pero cualquier esfuerzo que se haga no dará los resultados deseados mientras millones de personas en los Estados Unidos paguen lo que sea para conseguir un gramo de cocaína. En lugar de bloquear las costas de un país, de amenazar su soberanía, de afectar su economía y de hacer millonarias inversiones en inútiles alardes bélicos, los norteamericanos deberían pensar en dirigir sus esfuerzos a la reducción del consumo y a evitar que de sus costas y aeropuertos salgan los insumos y las armas que hacen posible la producción ilegal de drogas.
Esa sería la mejor ayuda. Implicaría un paso definitivo para acabar con este mal y ponerle punto final a una guerra en la que Colombia ha puesto los muertos mientras Estados Unidos se ha llevado la mayoría de los honores.