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En Caracas, mientras estudiantes y agentes de la Guardia Nacional se enfrentan, una manifestante se protege de los gases lacrimógenos. | Foto: Juan Barreto - AFP

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Venezuela llegó al punto de quiebre

Tras lo sucedido esta semana nada será igual. O se profundiza la revolución chavista, o se acerca el fin del régimen.

22 de febrero de 2014

“Que los únicos disparos que se escuchen sean los de las cámaras”, decía una pancarta gigante que cargaban los estudiantes. Horas después, era el ruido de las armas y los gritos el que se escuchaba en las calles de Caracas. La chispa del fusil que asesinó al primer estudiante encendió la llama de la violencia, que ha seguido cobrando víctimas por todo el país en los últimos días.

En Caracas se hizo evidente que las protestas se habían salido de su cauce el sábado 15 en la noche, cuando manifestantes encapuchados atacaron bancos y oficinas, destruyeron mobiliario urbano y lo juntaron con basura, para armar barricadas en una de las principales avenidas de la ciudad. Los vecinos de la zona de Chacao no podían respirar por el humo y por los gases lacrimógenos. El alcalde local, Ramón Muchacho, alertaba vía Twitter que la Policía local tenía dificultades para controlar la situación y había varios heridos.

El lunes moriría un joven de 17 años, arrollado en una de las manifestaciones en la ciudad oriental de Carúpano. La siguiente víctima, Génesis Carmona, una reina de belleza del turismo de Valencia, sería asesinada por un disparo en una protesta. Justamente el gobernador Francisco Ameliach había amenazado a los valencianos con el siguiente trino: “UBCH (Unidades de Batalla Hugo Chávez) a prepararse para el contra ataque fulminante. Diosdado dará la orden ?#GringosYFascistasRespeten”. En Puerto Ordaz, hubo un enfrentamiento a tiros entre un grupo de motorizados chavistas que se salieron de una marcha oficialista para atacar a un grupo de estudiantes, donde cayó otra víctima.

La entrega del político opositor Leopoldo López y la decisión del gobierno de dejarlo recluido en una cárcel mientras se le adelanta un juicio por varios delitos (ver siguiente artículo) solo le echó más leña al fuego el martes 18 en la tarde.

Al día siguiente era casi imposible andar por las calles de San Cristóbal. Las barricadas que los manifestantes armaron con árboles, neveras, alambres de púas, llantas y basura evidenciaban que las protestas ya no eran cosa de niños. Esa noche, el presidente Nicolás Maduro anunció en cadena nacional de radio y televisión que ordenaba militarizar el estado de Táchira y que incluso estaba contemplando decretar el estado de excepción, ante las amenazas externas que enfrentaba (ver recuadro). No había internet en la ciudad, y varias partes estaban sin agua y sin luz.

Mientras tanto, en Caracas algunos colectivos armados afines al chavismo recorrían la ciudad disparando y amedrentando a quienes protestaban en las calles, pero también a vecinos que ‘caceroleaban’ desde sus casas. Pero Maduro salió a defenderlos. “No acepto la campaña de demonización de los colectivos venezolanos”, dijo. Algunos miembros de la Guardia y la Policía Nacional también se metían a los edificios a buscar a los jóvenes que se habían escondido (ver recuadro). Los videos y las fotos de los desmadres de esa noche circulaban solo por los medios electrónicos y las redes sociales, donde abundaban llamados de auxilio y de pánico ante lo que estaba sucediendo. Los medios de comunicación estaban obligados a transmitir el mensaje presidencial.

Para controlar la información, y las versiones sobre lo que está pasando, el gobierno decidió cortar la señal del canal NTN24 el mismo miércoles, y más tarde amenazó con tomar medidas contra la televisora local de Táchira y contra la cadena CNN. La presentadora del canal Ángela Patricia Janiot, quien cubría la crisis, denunció el viernes que le tocó abandonar Venezuela por “presiones y amenazas”. Por su parte, el Instituto de Prensa y Sociedad, que aboga por la libertad de expresión, anunció haber recibido más de 45 casos de agresiones a periodistas y medios. A veces son los propios manifestantes los que atacan, sobre todo a los fotógrafos y los camarógrafos, porque no quieren que quede el registro de sus capuchas y cocteles molotov. Pero sobre todo las fuerzas de seguridad del Estado reprimen a los medios para evitar que se muestre la represión contra los estudiantes. No logran su cometido: la gente en la calle y desde las ventanas y los balcones graba y publica permanentemente videos de sus acciones.

Si hay algo que puede hacerle daño al gobierno es que se demuestre que detrás de las muertes de los primeros estudiantes estaba el mismo Estado, y no grupos de “fascistas” dirigidos por Leopoldo López. El diario Últimas Noticias, el de mayor circulación, publicó una investigación el domingo pasado, a partir de fotografías y videos, en donde muestra que antes de la muerte del primer estudiante la Guardia Nacional se retiró y llegó en su lugar un grupo de agentes del servicio de inteligencia, Sebin, cuyos miembros dispararon balas y no perdigones.

Al día siguiente, Maduro dio a entender que destituiría al director del Sebin, el general Manuel Bernal Martínez, y ordenó acuartelar a sus efectivos. Pero la versión de que agentes de esa entidad estaban rondando la casa de la familia de Leopoldo López –antes de que se entregara a las autoridades– sugería que ese servicio estaba operando como una rueda suelta. Finalmente Maduro envió a Bernal a otro destacamento militar y nombró al general Gustavo González López, cercano al presidente de la Asamblea Nacional, Diosdado Cabello.

El reemplazo

Cabello ha jugado un papel muy extraño en los sucesos. Para empezar, fue él quien coordinó la entrega de Leopoldo López. El dirigente lo habría llevado personalmente en su campero negro a la prisión militar de Ramo Verde, supuestamente para garantizar la seguridad de López, quien según el gobierno era objeto de un plan “de la derecha” para asesinarlo el día de su entrega.

Pero como el excandidato presidencial Henrique Capriles le recordó a los venezolanos, a quien le conviene más forzar una renuncia de Maduro es al propio Cabello. “Vete Maduro puede ser un vente Diosdado”, dijo. Como lo establece la Constitución, si Maduro renunciara, el presidente de la Asamblea Nacional ocuparía su lugar mientras convoca nuevas elecciones. Ese recorderis fue un balde de agua fría para quienes, desbordados de emoción pero sin mucho raciocinio, creían que las protestas de La Salida, serían el fin del chavismo. La chispa, la ira y la furia que se ve por estos días muestran un desfogue de frustración que quizás estaba contenido entre tantas personas y que finalmente estalló.

No hay que olvidar, sin embargo, que esos estallidos en la historia venezolana indican el desgaste de una era política, como señaló el politólogo Javier Corrales. Y en ese sentido, quizás el 12F marca una fecha histórica, un punto de quiebre con un modelo que se agotó, pero puede ser apenas el comienzo de un proceso de transformación y descomposición que no tiene resolución inmediata.

“Se ha mostrado la desintegración general por la que está pasando el país”, señala la psicóloga y analista Colette Capriles. La dinámica anárquica que han tomado las protestas y la incapacidad de controlarlas están evidenciando los problemas de liderazgo que hay tanto en el oficialismo como en la oposición, dice. Las protestas y la represión con la que ha respondido el gobierno no solo son un reflejo de lo erosionadas que están las instituciones en Venezuela, sino la torpeza o incapacidad del gobierno para resolver la confrontación, dice la historiadora Margarita López Maya. “Considero que radicalizó la polarización política. Le echaron gasolina al fuego”.

Y todo puede empeorar, porque la situación económica también juega un papel. En medio de esta nueva crisis política, el gobierno devaluó la moneda una vez más a través de otro mecanismo al que llamó Sicad II. La noticia pasó totalmente desapercibida, pero el estado de zozobra de la gente ante lo que está pasando ha fomentado más las compras nerviosas, lo que empeora el desabastecimiento y escasez. Las barricadas y trancas de vías han logrado disminuir en un 60 por ciento la distribución de alimentos.

Esta situación puede contribuir a que los chavistas que tenían dudas cierren filas de nuevo con el gobierno. Si bien es cierto que se han escuchado cacerolas en barrios populares y de tendencia oficialista, hay todavía un amplio sector de la población que no se ha sumado a las protestas, y no porque no tenga motivos o no esté protestando. El año pasado hubo al menos 4.000 de distintos sectores, según el Observatorio Venezolano de Conflictividad Social, aunque el gobierno no lo quiera ver.

Este sábado, la Mesa de Unidad ha convocado de nuevo una marcha, a ver si encarrilan la protesta y se hacen fuertes ante la persecución, no solo contra Leopoldo López, sino contra los demás miembros del partido Voluntad Popular, cuya sede fue violentamente tomada en Caracas. Lo que está sucediendo con López y su partido es un mal presagio para los demás, especialmente los tres gobernadores de oposición, entre ellos Capriles, a quienes convocó el lunes próximo a una reunión en Miraflores. “Si no vienen, tomaré medidas”, dijo.

A pesar de sus discursos vociferantes, Nicolás Maduro no ha logrado proyectar la imagen de un presidente en total control de la situación. Más bien, sus exabruptos verbales parecen demostrar que se siente realmente amenazado. Pero en las actuales circunstancias, nada indica que su eventual caída pueda ser el final del chavismo. Capriles le exigió que dejara de insistir en que en Venezuela se estaba llevando a cabo un golpe de Estado en su contra. Que si había un golpe en marcha, que se lo comunicara al país, porque los golpes los dan los militares y no los civiles. Muchos estuvieron de acuerdo. Aunque cada vez tenga menos legitimidad ante la nación, el chavismo tiene toda la fuerza del Estado para permanecer, y sobre todo al estamento militar. Mientras esta se mantenga, el gobierno podrá estar herido, pero no moribundo.


Y entre tanto en colombia...

Aunque el presidente Santos expresó su preocupación por la crisis 
venezolana, Maduro le respondió furibundo que no se metiera.

“Nuestros hermanos venezolanos deben saber que estamos siempre, siempre, dispuestos a ofrecer nuestro modesto concurso para que también se mantenga la paz en Venezuela”, dijo el presidente Juan Manuel Santos, pero también expresó preocupación por los colombianos en el vecino país. Dijo que varios de ellos estaban siendo deportados sin justa causa.

El sentimiento anticolombiano ha sido recientemente un motivo de preocupación. Por la incapacidad del gobierno venezolano para resolver el problema de escasez y abastecimiento de medicinas y alimentos, ha empezado a posicionar la idea de que es culpa de los colombianos, que operan redes de contrabando en la frontera.

Y ante el mensaje-queja de Santos, Maduro respondió furibundo. “Los problemas de los venezolanos los resolvemos los venezolanos. Ya basta, carajo”. Anunció la militarización del estado fronterizo de Táchira porque paramilitares colombianos estaban cruzando la frontera. “Vamos a liberar al Táchira de fascistas y paracos”, anunció. 

Al final de la semana, Maduro regresó sobre el tema y acusó a Santos de formar parte de una “conspiración mundial”, junto con los presidentes de Chile, Nicolás Piñera, y de Panamá, Ricardo Martinelli, que querrían dividir al continente. Jugar la carta de la amenaza externa, lejos de mostrar fuerza,  contribuyó a dar la imagen de un presidente acorralado.