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Venezuela: ¿Maduro o más duro?

El nuevo presidente resultó más chavista que Chávez. Habrá que ver cómo le va, pues a su jefe le tocaron las vacas gordas y a él las flacas.

23 de marzo de 2013

Parecía imposible que muerto Hugo Chávez, alguien pudiera llenar sus zapatos. No tanto como estadista, sino como “show man”, como hombre folclórico, como enemigo del “imperio” e incluso como payaso.  Nicolás Maduro está tratando de estar a la altura de ese reto. El comandante mal que bien era algo que se podía denominar Hugo Superstar. Su espontaneidad, su simpatía y sus barbaridades mantenían hipnotizada a la audiencia. Sus posturas irracionales contra los Estados Unidos y su amistad con todos los matones del planeta fueron parte de su éxito. Así como el entierro de Pablo Escobar produjo histeria colectiva en Medellín por haberse el capo enfrentado a nombre del pueblo a los poderes establecidos, el de Chávez produjo aún más histeria exactamente por las mismas razones.


Todo esto tenía algo de absurdo. La economía de Venezuela sigue dependiendo del mercado norteamericano, ya que ese país es su principal comprador de petróleo. El denominado “imperio” nunca quiso invadirlos ni entendió muy bien la guerra retórica que le declararon. Como no estaba en peligro la seguridad de los gringos, estos lo consideraban más bien un megalómano mesiánico que una amenaza.  

Lo que ha quedado claro en los últimos días es que los que pensaban que esto podía cambiar por la muerte de Chávez se equivocaron. Maduro ha resultado más papista que el papa, es decir, más chavista que Chávez. Se podría pensar que el único que se podía atrever a plantear el absurdo de que los Estados Unidos le inocularon el cáncer al presidente fallecido era Chávez. No fue así. Sin ninguna vergüenza, Maduro repitió la acusación. Agregó que él tenía conocimiento de que en la década de los cuarenta, Estados Unidos “tenía laboratorios científicos ensayando cómo provocar el cáncer”.  

Si la anterior afirmación le generó muchos aplausos, más le produjo su referencia a que Chávez desde el más allá había ayudado a que el nuevo papa fuera latinoamericano. “Nosotros sabemos que nuestro comandante ascendió hacia esas alturas y está frente a frente a Cristo, alguna cosa influyó para que se convoque a un papa suramericano, alguna mano nueva llegó y Cristo le dijo ‘bueno llegó la hora de América del Sur’ ”. 

Algunas de esas imitaciones a su antiguo jefe son folclóricas e incluso inofensivas, pero otras definitivamente no lo son. La acusación de que la CIA y el Pentágono tienen un plan para asesinar al candidato Henrique Capriles para “echarle la culpa al gobierno” de ese magnicidio y generar un caos en Venezuela es irresponsable y muy peligrosa. Para comenzar, como todo el mundo sabe que los Estados Unidos no están en eso, deja la impresión de que el que puede estarlo es el gobierno venezolano, que querría echarle la culpa a su enemigo del norte. En todo caso, poner sobre el tapete en una campaña el tema de un magnicidio es un asunto de marca mayor. 

Todo esto va acompañado del mismo discurso de lucha de clases de siempre y con la misma terminología. Después de autodenominarse como “hijo de Chávez” le jura a este “cumpliré mi juramento a ti, comandante supremo … para consolidar el Socialismo”. Por otra parte afirmó que “La oligarquía en su obsesión por destruir la revolución bolivariana que nuestro comandante construyó tiene un objetivo: destruirnos a nosotros”. Más tarde agregó que la oposición estaba siendo financiada “con dólares de las élites imperialistas” que quieren evitar a toda costa el progreso del pueblo.  

Se podía haber esperado que con el cambio de gobierno hubiera alguna señal para relajar las tensiones con Estados Unidos, pero sucedió todo lo contrario. No se acababa de morir Chávez cuando Maduro decidió expulsar a dos funcionarios del cuerpo diplomático de Estados Unidos en Venezuela por supuestos cargos de espionaje y conspiración. Y la semana pasada decidieron romper un diálogo de aproximación que se había iniciado en la OEA entre el embajador venezolano ante ese organismo, Roy Chaderton, y el embajador norteamericano porque una funcionaria del Departamento de Estado en Washington dijo que ojalá las próximas elecciones en Venezuela se atengan a “los altos estándares democráticos del hemisferio”.

 No deja de sorprender que en pleno siglo XXI y 25 años después de la caída del muro de Berlín un país rico como Venezuela esté protagonizando el papel de enfant terrible en un tono que no se había oído desde los días del Che Guevara. Lo paradójico es que la revolución bolivariana es más lo que ladra que lo que muerde. El mundo ha cambiado y a pesar de todas las arbitrariedades del gobierno venezolano, la eliminación de la propiedad privada ya no es una posibilidad. Tampoco es posible la supervivencia económica de ese país sin el mercado norteamericano. Por esto toda la retórica bolivariana tiene algo de comedia, por lo cual la revista inglesa The Economist describe el experimento chavista como autoritarismo con espada de plástico. 

No es seguro, sin embargo, que el chavismo pueda sobrevivir sin Chávez. No tanto por el carisma del líder desaparecido, sino por el cambio drástico en las circunstancias económicas. Al fallecido comandante le tocaron las vacas gordas, a su sucesor le van a tocar muy flacas. Chávez disminuyó la pobreza de su pueblo sustancialmente, pero a un costo demasiado alto. Esta aparente contradicción se puede resumir en un concepto muy simple: le regaló pescados a todos los venezolanos, pero no les enseñó a pescar. Cuando llegó al poder, el petróleo apenas superaba los 10 dólares el barril. Durante su gobierno se disparó el precio y llegó a récords históricos de 140. Con esa liquidez infinita se echó al bolsillo al pueblo a través de subsidios en todos los frentes y compró aliados internacionales repartiendo millones de barriles a mitad de precio o gratis.

Pero esa piñata que duró 14 años tuvo como consecuencia la quiebra de Venezuela y la desaparición de su aparato productivo. El déficit fiscal se acerca hoy al 20 por ciento del PIB (en Colombia es el 2,4), la deuda externa ha crecido diez veces en la última década y la inflación cerró el año pasado en 20,1 por ciento. Se calcula que la tercera parte de las empresas de ese país tuvo que cerrar durante su mandato, por lo que hoy en Venezuela no se consigue casi ningún producto. Un reciente estudio estima que de cada 100 artículos que los consumidores pidieron en los supermercados, 16 no estaban disponibles, entre ellos el papel higiénico, la leche y el azúcar. El precio de los alimentos se duplicó en los últimos cuatro meses. Pero tal vez lo más grave de todo es que la gallina de los huevos de oro pone cada vez menos huevos. La producción de barriles, que antes superaba los 3 millones diarios, ha disminuido en más de un millón por los malos manejos en Pdvsa.   

Ante estas perspectivas,  el futuro de Maduro y de la revolución bolivariana constituyen una incógnita. El éxito de ese experimento se basó durante 14 años en la conocida fórmula de los emperadores romanos de pan y circo. Lo que viene de ahora en adelante es circo sin pan. Habrá que ver qué pasa.