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Victoria agridulce

Detrás de la caída de los Talibán y el ascenso de la Alianza Norte se ocultan nuevos problemas para Afganistán.

27 de agosto de 2001

Despues de varios años de prohibicion la música volvió a oírse este 10 de noviembre en las calles de Kabul. Los habitantes de la capital afgana sacaron sus radios escondidos para celebrar la llegada triunfal de la Alianza Norte. Los soldados de la oposición aparecieron en sus calles pocas horas después de que los Talibán se vieran obligados a huir de la ciudad a causa de una combinación de bombardeos de aviones estadounidenses B-52H y una barrera de contención de la artillería británica.

La marcha sobre Kabul fue recibida con sorpresa por una comunidad internacional cansada de la ineficiencia de la Alianza Norte y los errores en los bombardeos estadounidenses. Pero una vez realizada desencadenó el levantamiento de la población contra los Talibán en varias ciudades. Estos fueron los casos de Jalalabad y varias provincias del este y el oeste del país, como Nangahar, Kunar, Lagham, Ghazni y Farah, que ya se encuentran bajo control de la Alianza. Al cierre de esta edición se decía, incluso, que Kandahar, el mayor bastión Talibán y supuesto refugio de su líder el mullah Mohammed Omar y de Osama Ben Laden, estaba al borde de correr la misma suerte.

Pero no todo es alegria

Sin embargo no todos comparten esta percepción esperanzadora. El Institute for Public Accuracy de Washington puso a disposición de SEMANA los testimonios de algunas mujeres afganas que contactaron a la organización para advertir al mundo acerca del lado oscuro de la Alianza Norte. Fahima Vorgetts, quien abandonó su país cuando los Talibán se enteraron de que dirigía un programa de alfabetización para mujeres, dijo: “Los Talibán son horribles y Afganistán va a estar mucho mejor sin ellos, pero no podemos olvidar que la Alianza Norte cometió tantas atrocidades y tantos crímenes durante su administración de 1992 a 1996 que facilitó la llegada al poder de los Talibán”.

En efecto, los crímenes de las facciones opositoras que hoy componen la llamada Alianza Norte han sido detalladamente documentados por Human Rights Watch. Según la organización antes de que los Talibán tomaran el poder en 1996 “no regía prácticamente ninguna ley en ninguna de las áreas bajo el imperio de las facciones. Las fuerzas realizaban violaciones, ejecuciones sumarias, arrestos arbitrarios, torturas y ‘desapariciones”. En los años que llevan luchando contra los Talibán las fuerzas de la Alianza han cometido múltiples atrocidades: el desplazamiento forzoso de miles de personas, el reclutamiento de menores, el bombardeo sistemático de la población civil, han saqueado las casas y violado a las mujeres por los lugares que conquistan y han usado sin restricciones miles de minas terrestres. Y nada hace pensar que hayan cambiado.

Como confirmación, las denuncias de abusos de la alianza opositora no han faltado en los medios internacionales. Algunas de las imágenes que emitió la BBC de la entrada a Kabul de la Alianza Norte fueron bastante dicientes. Los combatientes no tuvieron inconveniente en ejecutar sumariamente a los pocos soldados Talibán que capturaron, no sin antes torturarlos. Varios periodistas encontraron cuerpos sin cabeza al paso de las fuerzas victoriosas.

Esta mala carta de presentación confirma los temores de Estados Unidos, cuyo gobierno prohibió a la Alianza entrar a Kabul con la esperanza de poder constituir un gobierno que incluya a las diferentes etnias de Afganistán, los mayoritarios pashtún (a los que pertenecen los Talibán), los tajiks, los uzbekos y los zaharis. Pero la Alianza Norte, que ha contado con el apoyo de India, Rusia e Irán, no parece dispuesta a aceptar la incorporación de pashtunes, una etnia presente en Pakistán y aliada de este último país. Y su cohesión interna está determinada sólo por la existencia de un enemigo común, algo que desaparecería con el final del poder Talibán. Nada excluye que pronto las facciones que componen a la Alianza se enfrentaran de nuevo, sobre todo ante el asesinato de su líder carismático Ahmed Shah Massoud.

Se trata de un complicado malabarismo que de salir mal podría hundir de nuevo a Afganistán en la guerra civil, como sucedió luego de la expulsión de los soviéticos en 1989. Una vocera de la Asociación Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (Rawa por sus siglas en inglés) explicó que “cualquier iniciativa para establecer un gobierno de base amplia debe excluir a todos los Talibán y otras facciones criminales a menos que sus representantes sean absueltos previamente de crímenes de guerra o de lesa humanidad”. Pero el problema es que los diferentes grupos que componen la Alianza Norte tienen a su favor la legitimidad reconocida internacionalmente del gobierno del exiliado presidente Burhanuddin Rabbani quien, sin embargo, carece del liderazgo necesario para aglutinar al país.

Un futuro incierto

Por eso otros expertos más realistas ante el vacío de poder en Afganistán reconocen el de facto que ya tiene la Alianza Norte. Este es el caso de Ludwig W. Adamec, profesor de estudios de Oriente Medio de la Universidad de Arizona, quien dijo a SEMANA: “Como la Alianza Norte se ha posesionado de la tierra tiene una ventaja. El mundo ha continuado reconociendo el gobierno de Burhanuddin Rabbani —ahora sería necesario que dejara de reconocerlo—. Una medida de coerción y recompensa podría forzar a la Alianza Norte a que se comprometa”.

Pero la inestabilidad de la Alianza Norte es sólo uno de los muchos problemas de la nueva situación. El consejo de seguridad de la ONU ha insistido en que no se pueden imponer soluciones desde afuera sino que la función de la comunidad internacional debe ser ayudar a que los mismos afganos encuentren una solución propia. En el corto plazo habría que buscar la forma de reconstruir Afganistán y de repatriar a los refugiados. Pero la meta a largo plazo sería “ayudar a la gente de Afganistán para que establezca un gobierno responsable, representativo, eficiente y estable que goce de legitimidad interna y externa, esté comprometido con el respeto y la promoción de los derechos de hombres, mujeres y niños, tenga buena y pacíficas relaciones con todos sus vecinos y sea capaz de asegurar que Afganistán no sea usado nunca más como semillero de terrorismo o de tráfico de drogas”, como quedó plasmado en el informe del enviado especial de las Naciones Unidas para Afganistán, Lakdar Brahimi.

Todos estos puntos suponen una tarea titánica, sobre todo en un momento de fraccionamiento interno, intereses contrapuestos entre los países vecinos, como Rusia y Pakistán, y el hecho de que Osama Ben Laden, el saudí sospechoso de haber propiciado los ataques terroristas contra Estados Unidos, sigue libre. Cada vez es más claro que el colapso del régimen actual no será una victoria contra el terrorismo ni la garantía de triunfo de los valores democráticos en Afganistán. Washington, al menos, deberá contribuir al surgimiento de un nuevo Estado allí pero más mediante la ayuda económica que con la imposición de instituciones que no correspondan a las realidades de un país compuesto por etnias antagonistas entre sí. El profesor de gobierno y relaciones internacionales Robert V. Barylski, de la University of South Florida-Sarasota, dijo al respecto a SEMANA: “Washington se da cuenta de que cometió un grave error estratégico cuando decidió abandonar a Afganistán luego de que logró su meta de sacar a las tropas soviéticas. Necesitamos devolverle a Afganistán su papel de Estado catalizador de la región”. Sin embargo aún es imposible imaginar cuál pueda ser la estrategia que superará los peligros que parecen confabularse contra el logro de este objetivo.