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VOTO POR LA PERESTROICA

Las elecciones del Congreso de Diputados de la URSS resultaron un espaldarazo para las reformas de Gorbachov.

1 de mayo de 1989

El espectáculo de la televisión soviética a las siete de la mañana del domingo de elecciones, con seguridad no tiene antecedentes en la historia. Tres cosmonautas, a bordo de la nave "Paz", hablaban de política, flotando en la ingravidez frente a millones de televidentes en toda la Unión Soviética. Como si el ejercicio democrático de discutir con toda libertad las cualidades y defectos de sus candidatos fuera poco, acto seguido los hombres del espacio pronunciaron su voto sin secreto alguno, en voz alta. De esa forma precedieron a millones de soviéticos que, a lo largo y ancho del país escogieron parte del nuevo Congreso Nacional de Diputados, pieza clave del engranaje política que el líder Mijail Gorbachov está empeñado en consolidar en la Unión Soviética.

Desde 1917, cuando el partido bolchevique de Lenin fue derrotado por los socialistas revolucionarios la Unión Soviética no experimentaba unas elecciones generales animadas por semejantes aires de libertad. Tras todos estos años de asistir a unos comicios nominales, en los que los votantes concurrían masivamente a las urnas a confirmar, en medio del mayor aburrimiento, al único candidato en liza, --el del partido- muchos ciudadanos pudieron escoger entre opciones realmente enfrentadas por ideas y programas y, en muchos casos, derrotar a los candidatos oficiales, incluso a algunos que ni siquiera tenían competidor.

A medida que se fueron conociendo los resultados de los escrutinios, los observadores soviéticos tanto como los occidentales no salían de su asombro.

Entre los derrotados de la vieja guardia estuvieron los cinco miembros claves del poder en Leningrado, (3 de ellos eliminados sin contendor) algo que se repitió en menor escala en Kiev, la tercera ciudad soviética y en Lvov, en la Ucrania occidental. Eso resultó siendo apenas la punta del iceberg. Pronto se supo que la lista de repudiados incluía al comandante de las fuerzas soviéticas en Alemania oriental --derrotado por un coronel que favorece la eliminación del servicio militar obligatorio--, el presidente de Lituania, el premier de esa misma república y los comandantes militares de Moscú y Leningrado, quienes perdieron ante candidatos civiles.

El vencedor más observado en Occidente --al lado del científico disidente Andrei Sajarov--, el fogoso Boris Yeltsin (ver recuadro), un político de corte occidental, famoso por sus críticas a la lentitud de las reformas, ganó por un abrumador 89% de los votos ante el candidato oficial y se apropió de uno de los escaños correspondientes a la región de Moscú.

A pesar de todo, para los observadores occidentales resultó muy claro que, por encima de los vencedores locales y de las dificultades que algunos, como los independentistas de Estonia, puedan plantear, el gran vencedor es Mijail Gorbachov. A pesar de estar en la paradójica situación de ser el principal dirigente de un partido cuyos candidatos fueron derrotados en algunas contiendas claves, los brotes de inconformidad son evidentemente un espaldarazo popular a su esfuerzo reformista. De todas formas, el poder nunca dejó de estar firmemente en las manos del Partido Comunista, pues a más de que muchos de los opositores triunfadores proclaman su condición de comunistas sin fisuras, la disposición numérica del Congreso solamente deja dos tercios de los diputados a la elección de los votantes en general. (Ver recuadro).

Pero además, Gorbachov ya había ganado con las elecciones aún antes de su realización. Cuando logró el establecimiento del nuevo Congreso de Diputados, creó un nuevo polo de poder que, como el Soviet Supremo del partido, tendrá mucho que ver con él mismo. Si las cosas salen dentro de lo normal, el Congreso nombrará a Gorbachov como presidente, y sólo el propio Congreso en pleno tendrá la capacidad para destituirlo. Pero además Gorbachov tendrá la carta de una segunda instancia ante el Congreso (y ante la legislatura que se escogerá de su seno), para cuando el partido se ponga demasiado reacio a las reformas impulsadas por él.

De todas formas, el ejercicio soviético está aún lejos de la apertura democrática al menos formal que se acostumbra en Occidente. Muchos candidatos independientes se quejaron de haber sido abiertamente hostilizados por la dirigencia oficial del partido, y el mismo Yeltsin, a quien acompañó una multitud sin precedentes en una manifestación espontánea de Moscú pocos días antes de las elecciones, atacó a los funcionarios por algunas prácticas desleales que favorecían a su contendor.

Pero sea como fuere, lo cierto es que la Unión Soviética vivió una jornada inolvidable, en la que el entusiasmo de los ciudadanos los volcó en más del 85% a las urnas, lo que en cualquier país occidental sería considerada una votación más que cuantiosa. A Gorbachov, sólo le corresponde desde su posición celebrar en abstracto el éxito de la democracia. Pero muy en su interior, seguramente está convencido de que las cosas le están saliendo a pedir de boca.-

LOS DISTRITOS
El Partido Comunista escogió, desde el pasado 26 de diciembre, las organizaciones gremiales, políticas y territoriales con capacidad para elegir diputados. De los 2.250 escaños, un tercio sería elegido por los grupos oficiales y el resto por los 184 millones de votantes, agrupados según lo dispuesto. El Partido se reservó por ley 100 escaños.

LOS CANDIDATOS
El domingo 26 se presentaron 2.895 candidatos que aspiraban a 1.500 sillas de las 2.250 que constituyen el Congreso. En 1.116 circunscripciones hubo dos o más candidatos; en 284 solamente uno, lo que no impidió que, en algunos casos, al tachar su nombre en el voto, los votantes los derrotaran sin contendor.

EL NUEVO CONGRESO
Se reunirá anualmente para decidir algunas materias importantes y para elegir de su seno a un cuerpo legislativo de dos cámaras y 542 miembros llamado Soviet Supremo, nueva versión. El Congreso elegirá también un presidente, con toda probabilidad llamado Mijail Gorbachov, al menos en la primera oportunidad.

EL NIÑO TERRIBLE
Resulta una sonora coincidencia que la figura ascendente de la política soviética hubiera nacido en Sverdlosk, la misma ciudad que, cuando se llamaba Yekaterinburgo, fue testigo de la muerte del Zar Nicolás y su familia, en las primeras épocas de la revolución. Allí nació en 1931 Boris Nikolayevich Yeltsin, pasó la mayor parte de su vida, se graduó como ingeniero de construcción en el Instituto Politécnico de los Urales en 1955 y allí ingresó al Partido Comuinista en 1961. Fue también en su ciudad natal donde comenzó su carrera ascendente que se inició como primer secretario del Comité Regional del partido a donde subió en 1975, y continuó con el gran paso, su traslado a Moscú.

La capital lo recibió calladamente en 1984, con el cargo de secretario del comité central de construccion, de donde rápidamente pasó al Soviet Supremo y a ocupar una de las posiciones más importantes del país, la de primer secretario del Comité del Partido de Moscú. Fue entonces cuando su destino de líder comenzó a dibujarse con trazos firmes. Si en Sverdlosk había amasado un prestigio sólido, como dirigente estricto, riguroso y popular, capaz de inspirar en todos sus paisanos una lealtad a toda prueba, en Moscú su estilo desabrochado y directo de provinciano le ganó tantos enemigos como amigos.

No era para menos, pues Mijail Gorbachov lo había colocado en esa posición, para que desmantelara el monolítico establecimiento "mafioso" de la era de Brezhnev. Lo que el lider máximo requería, era precisamente un administrador fuerte e incorruptible, capaz de poner en orden una ciudad donde la desorganización y la desidia oficial, campeaban por sus fueros. Yeltsin, como era de esperarse, llenó todas las expectativas de Gorbachov, pero de paso, se echó de enemiga a la mayor parte de la clase política moscovita. Como carecía del tacto necesario para conseguir una transición sin sobresaltos, atacó demasiados intereses creados y llevó a su administración al límite de lo manejable.

Gorbachov tuvo entonces que sacrificar su nombre en aras de la estabilidad política de la ciudad. Pero aunque fue removido de una posición clave, su destino inmediato no fue un puesto secundario en alguna ciudad perdida en el mapa, o alguna oscura embajada, como se podría haber presumido. Por el contrario, Yeltsin fue transferido al viceministerio de construcción.

La razón para esa supervivencia no es clara. Para algunos, Gorbachov podría haber conservado alguna simpatía por su antiguo protegido. Pero Sara la mayoría, Gorbachov le mantuvo en un puesto visible porque allí que es más útil a sus propósitos. Al fin al cabo, cada exabrupto de Yeltsin en pos de reformas más radicales y aceleradas, y cada manifestación a su favor, son un recordatorio para el establecimiento comunista de que existe una vía aún más radical hacia la reforma del país. Esa utilidad presunta quedó relativizada de alguna manera pues la plataforma que llevó a Yeltsin a su abrumadora victoria del domingo pasado fue la misma que motivó su destitución hace 18 meses. Su movimiento clama por la terminación de los privilegios de élite que gozan los principales dirigentes soviéticos, y la terminación del monopolio del poder. Para ello, argumenta Yeltsin, o bien se debería permitir el funcionamiento de otros partidos, o bien se podría devolver el poder efectivo a manos de los soviets, los órganos originales de poder popular que se han convertido en consejos locales de funciones limitadas.

Pero la tesis principal de Yeltsin, que causó el mayor escozor en medios oficiales, fue la de que el partido había cometido el error táctico hace dos años, de tratar de llevar a cabo reformas económicas y políticas sin conseguir primero el compromiso del pueblo con esos movimientos. Para ese efecto se habría podido, según Yeltsin, congelar la exploración espacial por cinco años, para que el desahogo económico correspondiente permitiera mostrar resultados económicos tangibles. Su éxito electoral parece probar que sus tesis tienen fuerte arraigo popular, y han llevado a que Gorbachov prevenga sobre los saltos exageradamente fuertes y las reformas extemporáneas, para evitar "poner en peligro el futuro del pueblo soviético". Pero en ese futuro parece tener que ver la figura de Boris Yeltsin.--