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Vueltas que da la vida

A pesar de su derrota de 1990, los sandinistas son ahora el grupo con más poder en Nicaragua.

15 de marzo de 1993


DICEN QUE SU AMIGO FIDEL CASTRO SE LO había advertido. El líder cubano había sido muy claro con su amigo el presidente Daniel Ortega en cuanto a los peligros de jugar según las reglas de la democracia liberal. Pero a pesar ello, el sandinista decidió que la historia de su país seguiría por su propio camino y por eso cumplió su ofrecimiento de llevar a cabo elecciones el 25 de febrero de 1990. Dicho y hecho, Ortega fue derrotado por la candidata de la Unión Nacional de Oposición, Violeta Barrios viuda de Chamorro. Pero hoy tres años después, los sandinistas siguen virtualmente en el poder, después de presenciar la desbandada de la misma oposición que los derrotó en las urnas. La experiencia de Nicaragua se ha convertido en una muestra de que un partido revolucionario puede moverse dentro de la democracia, algo que Fidel no está dispuesto a admitir tan fácilmente.
La campaña de la Unión Nacional de Oposición (UNO), la agrupación de 14 partidos políticos que llevó a doña Violeta al poder, había sido financiada por la CIA e influida por las sanciones que estrangulaban la economía y por la presión de los "Contras" financiados ilegalmente por Washington. Por eso casi nadie esperaba que Ortega entregara puntualmente el poder. Pero en el mes de abril, un sombrío presidente cedió el mando en el estadio de Managua en una ceremonia multitudinaria.
La UNO había escogido a doña Violeta más por su valor simbólico como viuda de Pedro Joaquín Chamorro -el periodista cuyo asesinato en 1978 desencadenó el derrumbe de Anastasio Somoza-que por sus condiciones para el cargo. Pero la señora tenía otra concepción de su papel. Nombró como ministro de la presidencia a su yerno Antonio Lacayo, puso al vicepresidente Virgilio Godoy en un papel ceremonial y en medio de las protestas de sus aliados de la UNO, dejó en su puesto al ministro de Defensa Humberto Ortega, hombre de la línea dura del FSLN.
Desde entonces la suya ha sido una política de un pragmatismo pendular. Cedió a las huelgas de empleados públicos de 1990, cuando quiso disminuir el tamaño del Estado. Logró el desarme de los contras y a mediados de 1991 retiró la demanda que Nicaragua había interpuesto contra Estados Unidos en la Corte Internacional de La Haya, por los actos terroristas de la CIA al dinamitar varios puertos en 1985. En septiembre de 1991 vetó la ley que hubiera derogado el reparto de bienes hecho por los sandinistas a favor de muchos desposeídos -y también de sus altos mandos.
Como represalia, en mayo de 1992 el gobierno de Washington respondió con la congelación de 104 millones de dólares en ayuda vital para la economía, a pesar de que Lacayo puso en marcha un plan de ajuste de un tono parecido al del resto de América Latina.
El enfrentamiento con la UNO marcó desde entonces la política interna de Nicaragua, con el telón de fondo de una situación económica desesperada, el renacimiento de la violencia por parte de grupos ex contras "recontras", ex sandinistas o "recompas" y otros como los "revueltos" (que exigen el cumplimiento de los acuerdos de desmovilización). Ese enfrentamiento llegó a su período crucial el 2 de septiembre de 1992, cuando los 39 parlamentarios sandinistas y ocho disidentes de la UNO se retiraron de las sesiones, en protesta por la manipulación de su presidente Alfredo César, antiguo aliado de doña Violeta. A pesar de que eso afectaba el quórum, César continuó la sesión para aprobar una nueva ley de propiedad que exigía la devolución inmediata de todas las propiedades adjudicadas durante la década pasada o la indemnización inmediata en efectivo. El proyecto del gobierno, en cambio, propone una revisión caso por caso y el pago con bonos de deuda del gobierno.
El sandinista Sergio Ramírez y el centrista Gustavo Tablada interpusieron un recurso de amparo (tutela) contra la decisión de César y la Corte Suprema de Justicia decidió que todo lo actuado por la Asamblea desde esa sesión de septiembre era nulo. Ello condujo a que fuera esta vez la bancada de la UNO la que se retirara, en medio de la formalización de su ruptura con el gobierno.
Eso dejó a los sandinistas y al crucial grupo de centro como virtuales detentadores del poder en Nicaragua. Hoy en día los sandinistas, aunque bajo conflictos de identidad, se han convertido en un partido pragmático, que parece haber dejado atrás la retórica virulenta. La prueba es un nuevo proyecto de seguridad social, que parece tener el apoyo del FSLN y que se basa en la atención por parte de clínicas privadas.
Por contraste, los opositores parecen haber perdido la cabeza y llaman en forma tácita o expresa a la rebelión armada. Con un desempleo rampante y la economía en dificultades, el clima es explosivo. Pero es claro que en medio de las dificultades, hoy en día los sandinistas, enfrentados al juego político, siguen siendo una fuerza decisiva y están del lado de la legitimidad. Castro nunca lo hubiera creído, pero seguramente ahora mira hacia otro lado. -