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VUELVE Y JUEGA

Superados los problemas de orden público, los coreanos se enfrentan a una aguda situación laboral

21 de septiembre de 1987

Nadie sabe realmente si será consecuencia del "síndromqae los Juegos Olímpicos" que van a tener lugar dentro de 11 meses en Seúl, pero lo cierto es que desde ya Corea del Sur esta cosechando marcas mundiales. El país asiático que se ha destacado en los últimos años por su impresionante éxito en el campo económico está dejando boquiabiertos a los analistas políticos. La que era hace apenas unos meses una población juiciosa y trabajadora dentro de un régimen de mano de hierro es hoy una masa de gente beligerante que está consiguiendo cambios que al comienzo de este año habrían parecido utópicos.
Esa impresión fue confirmada la semana pasada cuando cientos de miles de trabajadores entraron en huelga en todo el país, dejando paradas a más de 400 fábricas y entre ellas a buena parte de Daewoo y Hyundai, dos de los conglomerados industriales más importantes del mundo. Con el argumento de conseguir mejoras salariales y de condiciones generales de trabajo los obreros de los astilleros, las plantas de automóviles y hasta los taxistas, se declararon en paro poniendo en peligro la estabilidad del aparato productivo.
Lo ocurrido resultó siendo en realidad el capítulo más reciente de un movimiento que comenzó a principios del mes pasado. En ese entonces, las fuerzas de oposición políticas habían conseguido una gran victoria al obtener que el presidente de la República, Chun Doo Hwan, accediera a introducir una serie de reformas para volver democrático un régimen que era totalitario de hecho. Una vez conseguida la "victoria" política el 29 de junio, el siguiente paso lo dieron los trabajadores. Apenas se anunciaron los planes de abertura comenzaron las manifestaciones de obreros pidiendo cosas que bajo los estándares de Occidente parecerían elementales: Protección sindical, reglamentos laborales y salarios más altos.
El argumento de los manifestantes era muy sólido. A pesar de tener la tasa de crecimiento económico más alta del mundo -15.3% de aumento en la producción nacional para los primeros 6 meses de 1987- y haber entrado de hecho dentro del selecto grupo de países industrializados, los trabajadores surcoreanos continúan en el más absoluto subdesarrollo. Un estudio realizado por la Organización Internacional del Trabajo demostró que dentro del grupo de las 20 naciones más industrializadas del planeta, Corea del Sur tenía la semana laboral más larga -50 horas en casos normales y 90 horas en la industria de confecciones-, los salarios más bajos -el equivalente de 120 a 320 dólares al mes-, y el más alto índice de accidentes en el sitio de trabajo.
En opinión de los especialistas, todo se debe a la legislación laboral. En casos normales, la conformación de los sindicatos es decidida por la empresa quien escoge a los directivos. Si hay disensiones, es corriente el envío de pandillas para intimidar a los que no están de acuerdo. Según las cifras de varias entidades internacionales, la mitad de los presos políticos está constituída por activistas sindicales que normalmente son enviados a la cárcel después de un corto juicio y de haber "confesado" bajo tortura.
Con esos antecedentes no es extraño que se presentaran las manifestaciones de los últimos días. El caso más llamativo fue el de Hyundai, el segundo conglomerado industrial del país, donde casi la totalidad de sus 100 mil empleados se declararon en huelga y eligieron sindicatos "independientes" que no fueron reconocidos por la administración. Al cabo de varios días de tire y afloje en los que hubo la consabida dosis de choques con la Policía, el gobierno decidió tomar partido e invitó a Chung Ju Yung, dueño de Hyundai, a acceder a las demandas de sus empleados. El armisticio se firmó en la ciudad de Ulsan el miércoles pasado, con el compromiso de que a cambio se abrirían conversaciones entre la empresa y los sindicatos libremente constituídos, cuyos resultados concretos deben conocerse antes del primero de septiembre.
Aunque no se sabe todavía que fue lo que consiguieron los trabajadores, todo el mundo quedó sorprendido de que el gobierno se inclinara tácitamente a su favor. Desde hace días la postura oficial parece estar en contra de cualquier revisión de salarios. La posición más aceptada dice que cualquier aumento en sueldos podría borrar la ventaja comparativa en costo de mano de obra, que es la columna vertebral del milagro económico.
Por su parte, hay economistas que sostienen que se puede elevar el nivel de vida sin que necesariamente peligre la salud de la industria surcoreana. Es aparentemente esa idea la que comparte de alguna manera el presidente Chun.
Claro que falta ver qué sucede en la práctica. A finales de la semana pasada las huelgas continuaban en cientos de fábricas y se habían extendido a otros campos, tal como le sucedió a la fabricante de productos electrónicos, Lucky Goldstar. La impresión que se tiene es la de que las conversaciones en Hyundai acabarán marcando la pauta de las demás. Si los empresarios aceptan los sindicatos independientes, las alzas salariales y una revisión de las normas laborales, Corea del Sur vivirá un proceso de transformación tan profundo como el que va a generar la apertura política. Sin embargo, si no hay acuerdo, es indudable que los disturbios continuarán, a no ser que sean reprimidos con extrema violencia. En ese caso, los expertos sostienen que la economia se empezará a resentir y que el milagro se puede terminar.
Mientas todo se define, no faltan las voces pidiendo prudencia. Aun los líderes de la oposición -a pesar de reconocer la justicia en las peticiones de los trabajadores- han recordado que los dos golpes militares más recientes (el último de ellos en 1980) fueron resultado de tensiones laborales como las de los últimos días. Por lo tanto, el gobierno de Seúl requiere de toda su diplomacia oriental para dejar medianamente satisfecho a todo el mundo, si quiere restablecer la tranquilidad interna, y dedicarse con calma a ultimar los detalles de los Juegos Olímpicos de 1988.-