Home

Mundo

Artículo

"WOJTYLA, LLEVATE AL GORILA"

Entre misas y gases lacrimógenos, los chilenos protestan contra Pinochet ante los ojos del Papa y del mundo

4 de mayo de 1987

Negar las implicaciones políticas del viaje del Papa a Chile, la semana pasada, era un absurdo. A pesar de la insistencia del propio Juan Pablo II de que su viaje tenía un carácter netamente pastoral, el mismo Pontífice desde antes de llegar a territorio chileno, se encargó de imprimirle el sello a su visita de 13 días por el Cono Sur. En el avión que lo llevaba de Roma a Montevideo, su primera escala, el Papa no dudó en calificar el régimen del general Pinochet de "gobierno dictalorial" y en hacer un llamado a la Iglesia chilena para que, como la filipina, contribuyera al retorno de la democracia en su país.
El hecho, sumado a la negativa del Pontífice a oficiar una misa privada en el Palacio de la Moneda, estableció desde un comienzo cuál sería el tono del encuentro del Papa con el dictador. Lo que tal vez ninguno de los dos imaginó en sus verdaderas proporciones, fue que esta misión de paz y de concordia se convertiría precisamente en la ocasión que estaban esperando los chilenos desde hace 13 años para realizar ante los ojos del mundo, la más masiva manifestación de rechazo al régimen de su país.
En la "Misa de reconciliación" celebrada por el Pontífice el viernes por la noche en el parque O'Higgins de Santiago, ante más de 700 mil personas, los disturbios dejaron más de 700 heridos y afectaron hasta el Papa, que tuvo que suspender momentáneamente la homilía debido a los gases lacrimógenos. Mientras Juan Pablo II condenaba la violencia y el terrorismo y le decía a los chilenos que "ha llegado la hora de la paz y la reconciliación, no se puede progresar agudizando las contradicciones", a pocos metros de él se desarrollaba no una misa sino una verdadera batalla campal en la que hubo pedreas, garrotazos, gases lacrimógenos, carros lanza-agua, disparos y hasta ráfagas de ametralladora.
Los disturbios no fueron los únicos. A pesar de los múltiples intentos de Pinochet por ocultarle al mundo la inconformidad de su pueblo, la situación se hizo evidente desde el comienzo. Apenas arribó a Santiago, los chilenos buscaron la forma de aprovechar la presencia del Pontífice para gritar a los cuatro vientos su descontento. Consignas como "Wojtyla, llévate al gorila.", "Juan Pablo, hermano, llévate al tirano" y el estribillo "... y va a caer, y va a caer", se escucharon repetidamente a través de las transmisiones radiales y de televisión que realizaban en directo periodistas de todo el mundo. Las pancartas con leyendas como "Pinochet, asesino" o "En Chile se tortura", se extendieron repetidamente sobre los ríos de gente que acudieron a ver al Pontífice, a pesar de los esfuerzos de la Policía por impedir las expresiones de protesta.
Una de las escenas mas emotivas tuvo lugar en el barrio La Libertad, en la zona marginada del sur de Santiago, cuando una mujer del pueblo se dirigió al Papa y dijo en alta voz: "Santo Padre, vivimos en la angustia y la desesperación. Hay desempleo, hay miseria. Queremos una vida con justicia, una vida sin dictadura".
"En Chile hay represión, en Chile hay torturas", gritaba la mujer cuando las cadenas de televisión y radio estatales suspendieron la transmisión por orden del gobierno. Sólo el canal de la Universidad Católica de Chile continuó transmitiendo el acto, que se convirtió en la más clara expresión frente al mundo de lo que Chile vive y quiere. Pero la censura de prensa no se detuvo ahí y llegó hasta los corresponsales extranjeros. Los periodistas de Caracol que se habían trasladado para cubrir el evento, tuvieron que suspender sus transmisiones originadas desde Radio Minería, una emisora privada, pero de tendencia gobiernista. Inesperadamente, el director de la emisora les comunicó a los periodistas que no podían seguir emitiendo desde ahí, y ni siquiera la intervención del ex canciller Carlos Lemos Simmonds, que se encontraba dentro del equipo de enviados especiales de Caracol, sirvió para que pudieran continuar con su trabajo. Aunque la Embajada chilena en Bogotá aseguró en un comunicado que no se trataba de censura del gobierno sino de un desacuerdo comercial, los periodistas tuvieron que trasladarse a Argentina para continuar la transmisión.
La reacción de los chilenos era de esperarse. Tras 13 años de dictadura a pesar de que hay todavía quienes insisten en asegurar que las cosas en Chile van bien, los hechos demuestran lo contrario. Pocas horas antes de que llegara el Papa, la Vicaría de Solidaridad -organización de la Iglesia, defensora de los derechos humanos- dio a conocer un informe en 1986 según el cual el año pasado se asesinaron 64 personas, se detuvieron 7.091 (la cifra más alta en los últimos diez años), varios miembros de la Iglesia fueron víctimas de amenazas y amedrentamientos por parte de organizaciones clandestinas, algunos de ellas fueron torturados, varios sacerdotes expulsados, y las transmisiones de la radio del Arzobispado suspendidas.
Frente a estas evidencias, la mayoría de la iglesia chilena ha tomado partido claramente del lado del pueblo. A pesar de las profundas diferencias que hay en su seno, los sectores progresistas terminaron por triunfar sobre los conservadores, y la agenda papal incluyó así visitas a las áreas particularmente marginadas del país, que han sido las más golpeadas por el régimen. Incluso a última hora se organizó una entrevista de los representantes de los grupos de oposición con el Pontífice.
Durante las últimas semanas, además, las cosas se le volvieron a complicar al régimen, tras la relativa calma que produjo la pérdida de momentum político por parte de la oposición, a raíz del atentado contra Pinochet en septiembre pasado. Mientras el Ejército se defiende de las tardías acusaciones sobre la complicidad de los altos mandos militares en el asesinato de Orlando Letelier en Washington, en 1976, y Estados Unidos amenaza con extraditar generales, más de 400 presos políticos se declararon en huelga de hambre en solidaridad con los doce acusados del atentado.
Pero si las escenas registradas en Chile no dejáron duda alguna sobre las connotaciones políticas del viaje papal a ese país, lo que le espera en Argentina no cambia mucho el panorama. Mientras en Santiago tenían lugar los disturbios del viernes en el parque O'Higgins, en Buenos Aires se llevo a cabo una mánifestacion de protesta por la visita del Pontífice, que dejó un saldo de una docena de heridos y más de un centenar de detenidos. Los manifestantés rechazaron la presencia en Argentina del mismo Papa que en 1982 fue al país y se entrevistó con el entonces presidente de la Junta Militar, general Leopoldo Galtieri, quien actualmente cumple una condena a 12 años de cárcel por su responsabilidad en la guerra de las Malvinas y en los abusos de la dictadura.
Quienes recibieron con beneplácito el anuncio de la gira papal, aspiran también a darle visos políticos. Uno de los actos que presidirá, será precisamente ante miles de trabajadores argentinos que durante los últimos siete años han venido realizando continuos paros generales, en busca de mejores condiciones laborales y económicas.
Pero quizás la cuestión más sensible a la presencia papal en Argentina es la de los juicios a los militares involucrados en la represion durante la dictadura. Mientras los opositores a la visita del Pontífice piensan que ésta será utilizada para corroborar la llamada "ley del punto final", por la cual no podrán ser juzgados los militares que no habían sido procesados antes de febrero de este año, los partidarios de la gira esperan que sirva para que el gobierno acepte la propuesta de la Iglesia de someter la ley ya aprobada, a plebiscito.
Qué tanto le servirá la visita del Pontífice al Cono Sur y particularmente al pueblo chileno en su lucha por restablecer la democracia, es aún difícil de prever. De lo que sí no cabe duda alguna es de que ante las masivas manifestaciones de rechazo al régimen que pudieron presenciar millones de personas en todo el mundo, hasta al Papa, que ha sido reacio a la participación de la Iglesia en política, le quedó muy difícil negar que la situación es crítica y tiene que producirse un cambio que aproxime el fin de la dictadura.