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Militares estadounidenses arrojan ayuda humanitaria desde helicopteros en Puerto Príncipe.

RECONSTRUCCIÓN

¿Y Ahora qué?

El terremoto de Haití representa la oportunidad de convertir a un Estado fallido en un ejemplo de renacimiento.

23 de enero de 2010

A casi dos semanas del terremoto que la dejó reducida a una montaña de escombros, Puerto Príncipe, la capital de Haití, ofrece un paisaje contradictorio y desolador. De un lado, está el consuelo de las emotivas historias de los más de 120 sobrevivientes que superaron largos días con sus noches debajo de ruinas, sin agua ni comida, antes de ser rescatados por equipos de socorristas. Como 'Kiki', el niño de 8 años al que las fuerzas le alcanzaron para alzar los brazos, sonriente y victorioso, tan pronto vio la luz después de nueve jornadas de haber ocurrido el sismo.

De otro lado, los despachos dan cuenta de cómo la distribución de la generosa ayuda internacional ha enfrentado todo tipo de dificultades logísticas, aunque después de un lento comienzo, al cierre de esta edición comenzaba a fluir. Mientras el país entierra, por ahora, a sus 75.000 muertos, la atención se comienza a desplazar al millón de personas que se han quedado sin techo y reclaman alimentos, refugio y medicinas.

Washington envió 16.000 efectivos al país caribeño para imponer un poco de orden: ya hay algunas señales esperanzadoras. Las tropas estadounidenses habilitaron dos pistas de aterrizaje adicionales a la del colapsado aeropuerto de la capital. El puerto marítimo fue parcialmente reabierto y desde el pasado viernes puede recibir a diario unos 250 contenedores de ayuda.

La imagen de los marines gringos que saltaban desde helicópteros sobre los jardines del derruido palacio presidencial fue impactante. Aunque los estadounidenses son bienvenidos por los haitianos en este momento de urgencia, hay quienes se resisten al carácter marcadamente militar de su presencia. El presidente Barack Obama sabe que debe ser cuidadoso y dejar claro que se trata de una ayuda sin intereses ocultos.

Los más paranoicos, como el venezolano Hugo Chávez, han hablado de una ocupación. Algún roce ha aflorado entre los tres países que tienen un papel más activo en Haití: Estados Unidos; Francia, el antiguo poder colonial, y Brasil, el país que lidera la misión de estabilización de la ONU que lleva años en la isla. El embajador brasileño en el país caribeño, Igor Kipmanen, declaró que las fuerzas de paz tenían la seguridad "perfectamente bajo control" y no necesitaban la ayuda de las tropas estadounidenses. Estas, por su parte, enfatizaron una y otra vez que su labor era logística. Cuando los marines tomaron el control del aeropuerto, tanto Brasil como Francia se quejaron inicialmente de que desviaban sus vuelos. Pero después el 'gigante suramericano' dijo que la coordinación había mejorado y el propio presidente francés, Nicolas Sarkozy, alabó el esfuerzo de los marines.

En cualquier caso, los tres países tienen intereses. El futuro de Haití depende, en parte, de cómo actúen. Para Obama es su primera gran operación humanitaria en un momento complicado de su gobierno (ver artículo). Los franceses, por su parte, tienen una visión particular de lo que llaman la francofonía y consideran que Haití debe ser parte de su esfera cultural. Y Brasil, un poder emergente ávido de liderazgo internacional, encabezaba la misión de estabilización de la ONU y perdió 18 soldados en el terremoto. Por esto, es natural que aspire a liderar también la reconstrucción. De hecho, cuando el Consejo de Seguridad pidió esta semana 3.500 refuerzos para los 9.000 cascos azules que ya están en Haití, Brasilia ofreció rápidamente el envío de 800.

El mundo se ha volcado a socorrer a Haití, pero tarde o temprano las cámaras van a marcharse y la atención mundial va a desaparecer. El compromiso internacional para cambiarle el rumbo al país más pobre de América se debe mantener. Este país tiene la mala fortuna de estar sobre una falla sísmica, pero su desdicha viene desde hace casi dos siglos. Los diagnósticos sobre lo que está mal abundan: el 80 por ciento de su población vive con menos de dos dólares diarios, importa cuatro quintas partes de su comida, y la tierra está erosionada y deforestada, lo que empeora los desastres naturales.

Aunque parezca paradójico, el sismo puede ser una oportunidad para Haití. El llamado del Banco Mundial, entre otros, para condonar su deuda es un buen primer paso. En este tipo de calamidades, se considera que volver a la normalidad es una meta. Pero para Haití, eso sería una tragedia. Más que reconstrucción, la nación caribeña necesita renacer.

Hay grandes retos inmediatos, comenzando por la seguridad, un frente en donde hay noticias de saqueos, linchamientos y gente que se pelea con violencia las ayudas. Pero hay otros, más trascendentales, a corto y a mediano plazo, que los expertos han señalado. Para empezar, está el desafío de la política interna. A estas alturas, el gobierno de Puerto Príncipe es un cascarón vacío y Estados Unidos es el poder sobre el terreno. Pero los haitianos son nacionalistas, por lo que esa situación no se debería prolongar más de lo necesario. Las elecciones estaban programadas para este año, sin embargo, en las condiciones actuales parece imposible sacarlas adelante. A pesar de la debilidad del presidente, René Préval, éste tiene la confianza de la comunidad internacional y su gobierno se podría prolongar hasta que la situación medianamente se normalice.

En lugar de perpetuar el flujo de donaciones, la meta es que la economía haitiana avance hacia la independencia. En el último año, este país había demostrado algún potencial en áreas como la manufactura ligera, el turismo y los biocombustibles (creció un 2 por ciento en 2009, por encima del promedio regional). Esos frentes no deben ser descuidados.

Paradójicamente, el sismo ha generado otras situaciones que pueden ser aprovechadas. La caída de la producción agrícola había provocado un desplazamiento masivo hacia Puerto Príncipe: desde antes de la tragedia, la capital era una bomba de tiempo demográfica, donde los barrios marginales crecían sin control. Se calcula que se concentraban unos tres millones de habitantes, lo que representa más de un cuarto de la población. Ya no daba abasto.

Pero el desastre natural generó el éxodo de muchos haitianos hacia el campo. El mismo Préval ha dicho que el gobierno ayudará a todo aquel que quiera irse de Puerto Príncipe. Una situación que podría dar pie al florecimiento de centros urbanos menos vulnerables a las tormentas, a las inundaciones y a los temblores. En esa misma dirección, el país también requiere modernizar la agricultura y atraer gente al campo para así producir sus propios alimentos y dejar de depender de otros países.

La inmensa brecha entre ricos y pobres es otro de los grandes problemas que podrían cambiar con el terremoto. La tragedia afectó a todos sin distingo de clase: "Eso significa que los ricos han tenido que empezar de cero, como la inmensa mayoría de haitianos pobres y eso puede crear solidaridad entre diferentes sectores de la sociedad", dijo a SEMANA el experto Robert Fatton, autor de Las raíces del despotismo haitiano. "El terremoto los igualó a todos de manera brutal. Hay gente rica durmiendo en la calle, junto a los pobres. Y ese es un Haití completamente diferente al que existía antes", enfatiza. Toda crisis es una oportunidad. Ojalá Haití no desaproveche la suya para cambiar su sino trágico.